Eric Burdon, creador y destructor de los primeros Animals

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Foto: F. VAN GEELEN (Wikipedia). Programme Fanclub 1967. Dutch TV.

«Más allá de la lucha de egos, la voz de Burdon, los temas elegidos en los discos y su capacidad para improvisar letras en directo son clave para auparlos entre las mejores formaciones del momento»

 

Tres años bastaron a este prolífico líder, compositor y artista incontestable para aupar a una banda que sigue resonando entre lo mejor de los sesenta y, a la vez, provocar su disolución tres años después con el mismo número de discos en su haber. Esta es una crónica rápida de su vida musical antes de recomponerse con otros nombres y miembros. Por Manolo Tarancón.

 

Texto: MANOLO TARANCÓN.
Foto: F. VAN GEELEN (Wikipedia).

 

Eric Burdon lo intenta de muchas maneras a lo largo de su vida. Puede que, si no la más prolífica, al menos sí la de más calidad y, por qué no decirlo, autenticidad y contundencia en el sonido —no tanto en la composición original— sea la que ocupa los años a la cabeza de los Animals, en especial un trienio que dejaría tres elepés más que notables.

Entre 1964 y 1966 tiene lugar lo que podríamos llamar la subida de la curva, si de una acción de bolsa se tratara. La disolución del grupo ese último año. Burdon tiene que enfrentar el liderazgo con otro miembro, Alan Price, hasta el punto de que el nombre inicial de la banda es The Alan Price Rhythm Combo, a la que se une Burdon y no al revés, y que empieza su andadura en 1961. Se incorpora un año después y se rebautiza como los Animals. Pelea de egos entre ambos, muchos conciertos en Newcastle hasta que se mudan a Londres y muchas drogas por parte de Chandler, bajista, Hilton Valentine, guitarrista y John Steele, batería. Son los cinco componentes del grupo que se considera original. El propio Burdon se hará amo y señor con el paso del tiempo, con Price ya fuera, disolviéndose, volviendo, cambiando a sus componentes una y otra vez, probando con géneros diferentes al original, tratando de subirse a la moda de lo que impera en las ondas y en las listas de ventas. No seré yo quien ponga en duda su apuesta psicodélica con el notable Winds of change (1967) y algún disco posterior en esa línea.

Solo ese trienio que va de 1964 a 1966 nos muestra a un grupo del que hay que apuntar varias reflexiones. La primera es que, si bien la voz de Burdon y su calidad interpretativa son cruciales para distinguirlos de tantos grupos que tocaban rhythm and blues, el teclado Vox Continental, el Wurlitzer, Fender Rhodes y teclados varios aportados por Price son la pieza que los distingue del resto de bandas dentro del género que se encuadran en la formación clásica de guitarra, bajo y batería. La segunda, la poca aportación a temas propios eligiendo canciones ya existentes, eso sí, adaptándolas a su terreno y haciéndolas suyas. Pero no hay que culparles por la escasa composición. ¿Acaso Elvis no hacía lo mismo?

La tercera, que la fama les llega con la grabación para Columbia en Reino Unido y MGM de cara a su distribución y venta en Estados Unidos, del sencillo en la versión de la popular canción “The house of the rising sun”, grabada también por Van Ronk o Dylan, entre otros. En esta ocasión, los arreglos principales los aporta Price y la producción corre a cargo del que será su habitual en sus dos primeros discos, Mickey Most. Llega al número uno de ventas en ambos países, pero hay un problema: la canción, aunque la cara B del single ofrece una adaptación de un tema de Ray Charles, encasilla al grupo en el género folk y ellos prefieren —y consiguen posteriormente— reencuadrarse en el rhythm and blues, el rock and roll y el rockabilly.

Varios singles después, como un tema firmado por Price y Burdon, “I’m crying”, también les sitúa en los primeros puestos de las listas, tanto británicas como norteamericanas. No hay que obviar que el propio Burdon es un enamorado de la música negra del otro lado del charco, y eso se nota. El caso es que lo que los marca es esta adaptación del sol naciente, y ya en 1964, se les presenta la ocasión de su primer contrato discográfico que acabará haciéndose realidad con el primer elepé homónimo, Animals, de 1964. Aquí puede verse la influencia e importancia de los teclados en muchos de sus temas, que los distingue de otros grupos del momento. El abuso de consumo de drogas de los músicos —salvo Burdon— y la disparidad de opiniones internas, acerca de la personalidad musical de la banda sobre hacia dónde quieren dirigirse, empiezan a pesar y solo acaban de empezar. Tampoco ayuda rodearse de managers y seres de la industria de dudosa reputación que no harán sino minar la relación entre ellos, hasta acabar con la disolución en 1966, ya algo desvirtuada tras los cambios de algunos de sus componentes.

Sus fans y la crítica repiten hasta la saciedad que lo suyo no es el estudio: en directo son apabullantes y los discos solo un reclamo necesario. Es cierto lo primero, pero no puedo estar más en desacuerdo con lo segundo. Tanto el primer elepé como los dos que le suceden son auténticas joyas. Les viene bien el cambio de productor, tras el abandono de Mickie Most de cara a su tercer trabajo. Con Tom Wilson, sumado a su fichaje por EMI para Estados Unidos y Canadá, y con DECCA para el resto del globo, muestran un sonido más áspero, sucio y garajero, que empezaría y acabaría con el aclamado Animalisim (1966) —Animalization en su versión americana, que cambia ligeramente el tracklist—. Antes han grabado su segundo elepé, Animal tracks, en 1965, continuista con el debut, que acaba con la salida de ese Alan Price que era líder de su propia banda antes de la llegada de Burdon. Primer componente fuera, sustituido brevemente por Mick Gallaguer y después por Dave Rowberry. Ya lo tiene. Es amo y señor en la escasa composición en la selección de temas a versionar y decisiones importantes. Pero los que quedan dentro no están demasiado conformes con lo que se está haciendo. Demasiado comerciales para sus pretensiones iniciales. Algo de culpa la tiene EMI. Tenemos muchos ejemplos en los que los músicos no se dejan amedrentar o, al menos, plantan batalla, consigan o no sus objetivos. Pero manda Burdon y las presiones del entorno profesional, y es lo que hay. Se dejan llevar por la corriente. Ese mismo año continúan los cambios dentro de la formación, con la salida del batería John Steele para incorporar a Barry Jenkins. No funciona. El mismo año se disuelven, y las siguientes vueltas al ruedo no son ni por asomo una sombra de esos tres primeros elepés.

 

Las canciones
Más allá de la lucha de egos, la originalidad y presencia de la voz de Burdon, los temas elegidos en los discos y su capacidad para improvisar letras en directo son clave para auparlos entre las mejores formaciones del momento. Solo el tema que abre su disco de debut es una auténtica maravilla. Lo suyo no es tanto la técnica en el canto, sino el recitado sobre la música jugando con las dinámicas y con un timbre poderoso y grave como pocos, que atrapa y se torna adictivo. “The story of Bo Diddley” es una maravilla que en su letra repasa la historia de la música popular tomando como referencia al bluesman, con guiños a Dylan y los Beatles y recadito para los Stones. “The girl can’t help it” es un rock and roll en toda regla lleno de energía, y en “I’m mad again” reconocemos ese blues de tempo lento donde se dan las características de las que hablábamos: sonido garaje y el teclado como referencia ineludible —ojo con el solo hacia la mitad del tema—. En “Boom boom” encontramos la misma calidad y uno de esos temas pegadizos con cambios de ritmo que cuesta que abandonen el cerebro de quien escucha. De su segundo álbum podemos rescatar el tema de apertura, “Mess around” que, precisamente, desmonta aquello de que en estudio no eran contundentes.

Con Animalisims (1966), hablamos de otra cosa. Lástima que fuera su epílogo. Como ya se ha apuntado, el cambio de productor es clave para ese cambio de sonido manteniendo el estilo que los ha llevado a ser algo más que un grupo conocido. Los pianos se funden con los órganos, la batería suena sucia a propósito y la voz de Burdon resalta en esa gravedad que beneficia a la suciedad de la mezcla. Destaca la excelsa versión del tema de John Lee Hooker “Maudie”, que hacen suya, con unas dinámicas increíbles y poderosas. Los teclados de Rowberry y las guitarras de Hilton Valentine —el solo de “Outlast”, por poner un ejemplo en ejecución y sonido— sobresalen en todo el elepé.

Otros ejemplos son “I put spell on you” o “Don´t bring me down”. Es este un trabajo que se paladea de forma distinta. La producción es más madura y personal y ya no se recurre a la píldora sonora que engancha desde el principio. Se trata de algo más pausado y reposado. En la lista Billboard alcanza el puesto número veinte y, como apuntábamos, John Steele deja la batería y en los créditos podemos corroborar que el nuevo componente, Barry Jenkins, llega a grabar cuatro temas. Preludio de ese fin que ya se atisba tiempo atrás, con Burdon pensando en el viraje sonoro y su carrera en solitario. Un consejo. Merece la pena escuchar estas tres grabaciones en su versión en mono, mucho más auténtica. Su vuelta años después ya es otro cantar. Nunca mejor dicho.

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