“Zona temporalmente autónoma”, de Los Planetas

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DISCOS

“Los Planetas de 2017 siguen primando las texturas por encima de la inmediatez de aquellos estribillos certeros que se les caían a borbotones hace más de tres lustros”

 

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Los Planetas
“Zona Temporalmente Autónoma”
EL EJÉRCITO ROJO/EL VOLCÁN

 

Texto: CARLOS PÉREZ DE ZIRIZA.

 

Quizá los siete años de espera, el mayor periodo de mutismo en la trayectoria de los granadinos (apenas aligerado por sus correrías paralelas y el epé “Dobles fatigas”, de 2015), tenga la culpa del revuelo creado a su alrededor. Que eran una banda tan propensa al halago desmedido como al vituperio sistemático era algo que todos ya sabíamos. Pero lo que ha bullido estos días en nuestras redes sociales, triste reflejo de esa absurda idiosincrasia patria que nos induce a posicionarnos en el extremo más extremo de cualquier balanza, no es (como se dice ahora) ni medio normal. Porque si una vez dijo Shakespeare aquello de que la vida es un cuento contado por un idiota, lleno de ruido y furia, y que no tiene ningún sentido, seguramente se revolvería en su tumba para subrayar el aserto ante el vocerío reinante, que con frecuencia ha sobrepasado la barrera del despropósito en los últimos días.

¿Era realmente para tanto? Más bien no. Porque este “Zona temporalmente autónoma” (la idea, tomada de esos espacios temporales que eluden las estructuras formales de control social, tal y como reza una de las obras del escritor, anarquista ontológico para más señas, Hakim Bey) depara tantos motivos para que los ya conversos renueven sus votos de fe (no son pocas las muestras de repunte) como para que los eternamente alérgicos al culto planetario vuelvan a jurar en hebreo (tampoco escasean momentos en los que esa particular psicodelia jonda invita al sesteo). En cualquier caso, nada que justifique el griterío ni la apelación al manido prisma en blanco y negro –sin zona de grises– como filtro para encarar la realidad. Por mucho que, a estas alturas de la película, no quede aún claro si J se cree realmente su contradictorio discurso filosófico–sociopolitico o simplemente se divierte tratando de echarse unas risas a costa del personal. Porque al fin y al cabo, de lo que hablamos primordialmente aquí es de música, y no de ningún comando infiltrado para dinamitar el sistema capitalista desde su propio tuétano ni nada parecido, ¿no?

Inmersos de forma irreversible en el giro que emprendieron en 2007, Los Planetas de 2017 siguen primando las texturas por encima de la inmediatez de aquellos estribillos certeros que se les caían a borbotones hace más de tres lustros, lo que no es óbice para que en este álbum despachen algunas de sus mejores canciones pop en muchos años: es el caso de ‘Ijtihad’ (con ese guiño en su letra al ‘Isla de Encanta’ de Pixies), la magnética ‘Espíritu olímpico’, que evoca a The Cure adaptando unos tangos del Sacromonte, con mezcla de Youth (el encargado de poner orden y concierto a lo último de The Jesus & Mary Chain) o esa ‘Zona autónoma permanente’ que recrea la vis más dulcemente plácida de su sonido, con total acierto. Aunque el mayor logro formal de este disco recaiga precisamente en los momentos en los que –al contrario de lo que ocurría en el grueso de sus dos álbumes precedentes– la caligrafía pop se funde en una equilibradísima proporción (prácticamente al cincuenta por ciento, podría decirse) con la asunción de los palos del flamenco. Esa lograda síntesis se da cuando los soleares de ‘Hierro y níquel’ y ‘Porque tú me lo digas’ (aligerados por esos teclados y arreglos de cuerda) o los fandangos de ‘Libertad para el solitario’ se imbrican con desenvuelta naturalidad en un formato pop. Mención aparte merece ‘Islamabad’, uno de los puntos álgidos del disco por su imponente adaptación del ‘Ready pa morir’ de Yung Beef (PXXR GVNG).

¿El problema? Pues que no es lo mismo secuenciar un trabajo de catorce temas que un directo. Y ellos han seguido la misma cadencia que rige sus conciertos en los últimos tiempos, de menos a más, en una maniobra que se antoja quijotesca hoy en día, teniendo en cuenta que vivimos tiempos de escuchas fragmentarias y a vuelapluma, pero que no es del todo inconsecuente con lo que han sido siempre Los Planetas. Y es que es precisamente el primer tramo del álbum el que se antoja más redundante, incitando a la modorra con la adaptación del fandango clásico de Manuel Vallejo que es ‘Una cruz a cuestas’ (con Soleá Morente), con esa seguiriya inspirada en el ‘Por ir a comprar’ de los argentinos 107 Faunos (en un viaje de ida y vuelta a través del Atlántico, puesto que los platenses asumían previamente la influencia de los granadinos como inspiración del tema) o con esa forma de marear la perdiz alrededor de un canon de psicodelia espesa fundida con sonoridad flamenca (el consabido cruce entre Spacemen 3 y Camarón, por simplificar) que es ‘Soleá’, y que ya tienen demasiado trillado: empacha por reiteración.

En definitiva, aunque un poco de Los Planetas puede seguir siendo mucho para según quiénes, nos encontramos ante un disco algo irregular, que justifica una nueva gira y a buen seguro alentará un manojo de nuevos clásicos (cuatro, cinco, quizá alguno más) que añadir al repertorio de sus conciertos. Tampoco cabría esperar ni más ni menos a estas alturas de la película, cuando han pasado veinticinco años desde sus primeras canciones. ¿O sí?

 

 

Anterior crítica de discos: “Capitol”, de Revolver.

 

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