Xoel López: Y el niño se hizo grande

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 “Su franqueza derribó las barreras y en días sucesivos compartimos tiempo, charlamos con intensidad, lo vi grabar, tocar en directo en el teatro San Martín, y quedé maravillado. Ese tipo tenía talento. Mucho talento”

 

Con motivo de ‘La semana de Xoel López’, Juan Puchades realiza su particular homenaje al músico coruñés recordando su primer encuentro en Buenos Aires, donde se detuvo por primera vez a conocer su proyecto de entonces, Deluxe.
 

 

Texto: JUAN PUCHADES.

 

 

Sucedió en Buenos Aires, de noche, a comienzos de la primavera austral. Pronto hará diez años. Un grupo de músicos y periodistas españoles y argentinos departíamos en los jardines del estudio de grabación Del Cielito, compartiendo un típico asado que servían los músicos de Bersuit. Por allí andaba Xoel López, más conocido entonces como Deluxe. Sinceramente, no tenía muchas ganas de conocerlo. Y es que los prejuicios circulan en cualquier dirección, e igual que los indies son refractarios a todo lo que no viene sellado con el correspondiente certificado de “indicidad”, otros sospechamos de los santos evangelios, sean cuales sean. Y, por prejuicios, no había escuchado prácticamente nada a Deluxe (‘Que no’ y alguna canción suelta) al catalogarlo en tal casilla. Inevitablemente, en un momento de la velada acabamos frente a frente, trasegando cerveza. Supongo que Xoel me observaba con la misma suspicacia que yo a él (en EFE EME no le hacíamos demasiado caso). Pero su franqueza derribó las barreras y en días sucesivos compartimos tiempo, charlamos con intensidad, lo vi grabar, tocar en directo en el teatro San Martín, y quedé maravillado. Ese tipo tenía talento. Mucho talento. Creía en lo que hacía y llevaba las orejas empapadas de música de toda condición. A su lado, como apoyo esencial, andaba un geniecillo fascinante y con un sentido del humor que desarma: Juan de Dios Martín. ¡Vaya pareja! Caí rendido ante ambos. Me enamoré de los dos. De regreso en casa, me puse con los deberes y escuché toda la discografía de Deluxe. Aquello tenía nivel, elegancia, sentido, encanto. No era lo que yo había prejuzgado alegremente. Efectivamente, como me había confesado Xoel días atrás y a diez mil kilómetros de distancia, él no tenía nada que ver con el indie. Y resultaba evidente.

Luego llegaron dos obras tan rotundas como “Fin de un viaje infinito” (2007) y “Reconstrucción” (2008), y el grueso de la redacción de EFE EME se puso de su parte (que no haya dudas: no tuve nada que ver, que aquí cada cual piensa por su cuenta y la libertad es completa. Entonces y ahora). Era imposible no hacerlo: esos álbumes están entre lo más destacado que el pop español ha dejado en la última década. Tanto nos pusimos de su lado, tal talento desplegó en ambos discos que, si no recuerdo mal, por dos años consecutivos Deluxe se hizo con el primer puesto en nuestras listas de “Lo mejor del año” (resultado de democrática suma de votos).

Con Xoel fui hablando de tanto en tanto, alguna entrevista se pasó de duración y terminó en charla amigable. Durante el posterior viaje americano, el que le cambiaría la vida, era frecuente que me escribiera para contarme, aunque fuera brevemente, cómo le iba, por dónde andaba. Solo como estaba en aquella aventura, pidió apoyarse en EFE EME, y me remitía copias digitales de preciosos carteles caseros (los conservo) de sus próximos conciertos en los países que iba visitando, por si podíamos echar una mano desde la web anunciando fechas. Me hablaba de las canciones que estaba escribiendo y grabando, de la búsqueda constante en la que se hallaba. De su intención de abandonar definitivamente a Deluxe y ser, de una vez por todas, él mismo: Xoel López, el que quiso ser desde “Los jóvenes mueren antes de tiempo” (2005) y no pudo.

Escuché algún mp3 con temas de los que integrarían el pasmoso “Atlántico”, el disco (de horrible portada) en el que, definitivamente, todos los Xoel posibles se unían en uno: el del nervio mod y rockero, el que idea fascinantes y embaucadoras melodías pop, el de las letras perfectas y certeras, el acústico de algunos directos y como integrante de esa maravillosa demencia guadianesca denominada Lovely Luna (busquen sus discos, no se abstengan), y el que se había educado de niño con canción latinoamericana y de autor. América, el continente, le había cambiado, y si aquel viaje lo emprendió un niño grande, a la vuelta, con ese álbum bajo el brazo, descubrimos que el niño se había hecho mayor. Junto a las prematuras canas con las que regresó arribó la madurez creativa. Ya era él mismo. Intuyo (no lo hemos hablado, hace tiempo que solo conectamos puntualmente, aunque hemos compartido alguna inolvidable noche de concierto e incluso algún escenario) que Xoel sabía que perdería público en ese viraje arriesgado, que podía situarse en terra ignota (y en España tales apuestas no se perdonan), que las cosas no resultarían fáciles, que los “hipsters” que sospecharon de él cuando optó por el castellano y se pasó a una multinacional le darían la espalda definitivamente, que parte del público que pudo ganar entonces quizá lo perdiera ahora. Pero Xoel está por las canciones, por la música, por el arte. Lo demás le importa poco. Y si alguien duda de quién es y dónde está, que acuda a verlo tocar junto con su banda: la experiencia no defrauda. Su directo es absolutamente demoledor, de lo más intenso que puede verse en los escenarios de nuestro país.

Confieso que semanas atrás estaba algo inquieto. Quería escuchar “Paramales”, su nuevo álbum, lo antes posible. Y es que Xoel López ya es de mis imprescindibles y necesito oír sus nuevas obras cuanto antes, pues confío e intuyo que, dada su exigencia, algo bueno saldrá de sus manos. Gran disco, qué duda cabe.

Que les diga que, además de un gigantesco compositor e intérprete, es una excelente persona, a ustedes les importa poco. Porque, como a él, lo que les preocupa es la música. Así que solo añadiré que la otra tarde, escuchando “Paramales”, pensé: “Qué faena, soy más mayor que Xoel, así que me moriré y él seguirá escribiendo canciones y grabando discos que no escucharé” (a veces sobrevienen pensamientos así de deprimentes, qué vamos a hacerle). Concluí que, solo por eso, por esas canciones suyas que no disfrutaré, morirse es una buena putada.

Y pinché una vez más “Paramales”.

 

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