Wild card: Santos de devocionario

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«Aquella generación de los ochenta supuró todas aquella influencias a medio camino entre lo divino y lo sobrehumano, que luego se fueron perdiendo en el camino entre Malasaña, Berlín y Texas»

Tras buscar (y encontrar) paralelismos entre el padre Antonio María Claret y John Lennon, Darío Vico indaga en las pocas canciones del pop español que se acercan a la tradición religiosa hispana.

 

 

Una sección de DARÍO VICO.
 

 

“Un silencioso heroísmo de la misiones de fe
Santos de devocionario
Convertidos a si mismos contra demencia y pasión
Santos de devocionario
Su acento no deja duda verdad de su corazón
Ánimos tan generosos son los que infunden valor
Vidas perecederas vida de abnegación
Santos de devocionario
Entregados como ofrenda donde hay certeza interior
Como suave mansedumbre otorgan su bendición

‘Santos de devocionario’, de Golpes Bajos. Del mini elepé “Devocionario” (Nuevos Medios, 1985)

 

Todos los 24 de octubre, como hoy, se cumplen años del fallecimiento del padre Antonio María Claret, santo desde 1950 y al que se podría considerar el John Lennon español.

Como Lennon, Claret nació en una familia humilde en una ciudad industrial de provincias, llegó a convertirse en una verdadera estrella a ambos lados del charco, fue un icono de la clase obrera pese a vivir en la corte de los milagros de su tiempo, se granjeó a partes iguales el amor y el odio de sus contemporáneos y sufrió varios atentados, pero a diferencia de John, murió de viejo, aunque igualmente en el destierro.

Claret tuvo su Yoko particular, la reina Isabel II, aunque la camarilla de esta, Sor Patrocinio –aka la monja de las llagas, aka Marylin Manson–, Marfori o el consorte glam de la Isabelona, Francisco de Asís, consideraban que Yoko era él.

Desde muy joven, Claret –que fue el gran superventas del XIX como escritor de opúsculos religiosos, entre ellos su “Revolver” particular, el “Camino recto y seguro para llegar al cielo”, que a día de hoy ha vendido el equivalente a 185 discos de platino– creó un potentísimo fenómeno de fans, hasta tal punto que la Claretmanía le llevaba a dar tumultuosas giras que a veces le demoraban años en zonas tan ignotas como las Canarias, donde permaneció varios años llenando no ya iglesias sino plazas de pueblo habilitadas para la ocasión en plan arenas, giras que revivió años después, ya como confesor de la reina, con una especie de Plastic Borbon Band, pudiendo considerársele el primer gran ídolo de masas moderno del cristianismo y el primero en crear una infraestructura de giras de estadios. En su momento, el Padre Claret se podría haber cegado (y condenado) afirmando que él era más grande que Jesucristo, pero eso sí que se lo dejó a Lennon.

Al otro lado del charco, Claret descubrió su faceta de “working class hero”; en Cuba se posicionó a favor de los esclavos y de la abolición de la esclavitud con un discurso que le daría la vuelta a la canción de John, reubicándolo como ‘Nigger is the woman of the world’ (Don Antonio María era muy defensor de aquello de la mujer en casa con la pata quebrada; pese a ello, era apuesto y entre sus pruebas de fe se cuentan sus inquebrantables negativas a los acosos carnales de muchas beatas-fans, ya desde mocito).

Su Woodstock particular fue el concilio Vaticano I; mostró sus heridas (sufridas en varios atentados) y amenazó con hacerlas sangrar como estigmas, levitó, bramó como la familia Manson recitando el ‘Helter skelter’ y todo para defender la infalibilidad del Papa, cosa que consiguió. Por el vaticano y Roma rompió con la reina-Yoko, aunque tras una etapa Maypangesca volvió a su vera y acabó por exiliarse con la familia irreal cuando la conspiración democrática amadéica (luego devenida en primera república) amenazó con llevárselo por delante, y él había nacido para Santo, pero para mártir, no.

Gran personaje el padre Claret. No menos rockista que san Francisco de Borja, con su salón de oración en forma de ataúd en el Palacio Ducal de Gandía, que animo a visitar a todos aquellos que creen que Ozzy es un excéntrico. O que Teresa de Jesús, que no es la Janis del cristianismo, que esa es la doncella de Orleans, pero sí es la gran precursora de nuestra queridísima Christina Rosenvinge. El cristianismo español es un semillero de inspiración que muy pocos creadores españoles han sabido interpretar, salvo en los ochenta, y creo que ahora que todos andan tirando a faltos de ídem y buscándola en el lejano oeste, y en general en sitios que no se les ha perdido nada, deberían recuperar.

Golpes Bajos, que abrían este opusculito con la letra de su extraordinaria ‘Santos de devocionario’, metieron también en aquel breviario de 1985 ‘La virgen loca’, otro gran tema de inspiración casi cilícica. Los gallegos no eran ajenos a la densidad espiritual de la tierra en la que crecieron y muchas de sus canciones están empapadas de chirimiri confesional, desde la herejía post punk (durante años me he encontrado a Coppini por el centro de Madrid que parecía escapado de cualquier cripta de alguna de nuestras iglesias del Madrid de los Austrias, con ese aire de santo triste que tanto le engrandece). Más cuchufleto pero igualmente intenso es el legado de Parálisis Permanente, encabezado por aquel ‘Quiero ser santa’ que concibió y grabó Eduardo Benavente no tanto antes de pasar a formar parte del santoral de la movida, y de que los siniestrillos adolescentes de la época le fueran a velar atemorizados ante su catafalco como quien va a ver al padre Pío en el milagro de su incorrupción; en nuestro recuerdo, Eduardo sigue así, incorrupto en su insultante sordidez postadolescente y postpunk, siempre como en la portada de “El acto”, con tantas influencias opusinas de ropa interior lacerante. Gabinete también excavaron en sus mañanas de domingo de aquella España de rezo y pandereta con la seminal y tremebunda ‘Que dios reparta suerte’, marcada por el beato del saxo Ulises Montero, que dios guarde en su gloria.

Aquella generación de los ochenta supuró todas aquella influencias a medio camino entre lo divino y lo sobrehumano, que luego se fueron perdiendo en el camino entre Malasaña, Berlín y Texas. Indispensables son también aquellos Costus que reinventaron el Valle de los Caídos, aunque bastante fantasmagórico es de por sí el, por decirlo de alguna manera, “real”; olvidándose connotaciones políticas, sugiero a cualquier aficionado al género fantástico que se de una vuelta una mañana de este otoño y no se sobrecoge al entrar, hurgando en la montaña, en la gigantesca bóveda que conduce a una especie de silo del mal absoluto, que no entraría en la imaginación ni de un HR Giger, un Lovecraft o un Brian Jones y que haría huir atemorizado corriendo por la sierra madrileña a Tim Burton.

Después de aquello, poco queda, alguna pincelada bunburiana, como ‘San Cosme y San Damián’, ‘Santos que yo te pinte’, para mí la mejor canción de Los Planetas, quizás la única verdaderamente buena y real de todo su cancionero… y no mucho más, aunque aquí sugiero al amable lector que me ilustre y recuerde, porque este articulito lo escribo y cierro con la intención de que permanezca inacabado, más no inalterado, hasta que alguien lo lea y aporte su versión.

Anterior entrega de Wild card: Músicos sin voz ni voto (II). Un ácrata en la corte del Rey Felipe.

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