Wild card: La caza del gran blanco

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«El mito del gran blanco, un escualo capaz de devorar por igual a crítica y público, aunque buscando un tiburón se han encontrado las más de las veces con una ballena que no es más que un sueño imposible de conseguir»

 

Darío Vico se ha puesto a pensar en «discos blancos» a la española. Ya saben, piezas extrañas que se salen de los parámetros convencionales y que pueden dar al traste con una carrera, o no.

 

 

Una sección de DARÍO VICO.

 

 

Desde que los Beatles volcaran todos su aura, se tetralogizaran y se dividieran multiplicándose por cuatro en las respectivas caras del «White album», numerosos grupos de pop de todo el planeta se han empeñado en la tarea de encontrar –y normalmente hundirse con– el mito del gran blanco, un escualo capaz de devorar por igual a crítica y público, aunque buscando un tiburón se han encontrado las más de las veces con una ballena que no es más que un sueño imposible de conseguir. Lo más divertido es cuando se intenta en el cénit de una carrera, porque acaba descubriéndose como un punto de inflexión hacia el gran final o, lo que es más chungo, la decadencia. Por alguna razón, meramente casual y por ello importante, es el blanco el sello de cada intento. La edición del que quizá pueda ser el último «blanco» del pop español, según van las cosas –el excelente y excesivo “Hacia lo salvaje” de Amaral– me ha hecho acordarme de unos cuantos pequeños y grandes blancos a lo largo de los años…

Los Brincos
«Mundo, demonio, carne» (1970)

El primer «gran blanco» del pop español es también el más mítico y el más sonado en su fracaso. En realidad, los Brincos ya estaban de capa caída, ya que los grupos del «pop chicle» a la española les habían apartado de las listas y sus intentos por «aggiornarse» a los nuevos tiempos y tendencias, parecían llegar demasiado tarde, de una manera demasiado artificial… La crítica especializada se cargó el disco, no sonó en las radios y el grupo acabó tirando la toalla. Poco a poco, el disco blanco con un extraño engendro en la portada fue desapareciendo de las cubetas de ofertas y refugiándose en la de los coleccionistas… y se empezó a hablar de él más de lo que se había escuchado. En realidad, no es la joya prog que uno se espera, aunque esa mezcla de pop melódico con toquecitos de sitar e injertos de muchas músicas diferentes tiene su encanto… Muchos años después se editó con la mucho más fea (y amarilla) portada censurada, pero como con el “Smile” de los Beach Boys, el tiempo había cimentado una leyenda mucho más grande que la realidad. En cualquier caso, bonito intento crepuscular de la primera gran banda del pop español.

Juan Pardo
“Natural” (1972)

Otro disco con gran aparato comercial y contenido marcadamente anticomercial es el «álbum blanco jipi» del que entonces bien podría considerarse el McCartney español, por su reciente pasado en Brincos y su paso por el dúo folkie melódico Juan & Junior. Cantado en inglés, con musicazos guiris como Chris Spedding y una producción bastante arriesgada, aunque sin desdeñar lo melódico –suena a una mezcla de Cat Stevens, John Denver y el Neil Diamond menos engolado– llegó brevemente a lo alto de las listas, aunque acabaría por ser repudiado por su autor. Hoy parece imposible que este disco saliera del mismo artista que convirtió en éxito ‘Bravo por la música’, pero todos tenemos un pasado, y este no debería ocultarse.

Teddy Bautista
“Ciclos” (1974)

Aunque parezca mentira, Teddy era a mediados de los setenta un músico respetado por crítica, público e industria. En un momento dado decidió virar a sus Canarios de los Blood, Sweat & Tears españoles a Emerson, Lake & Teddy, solo que prescindiendo de la banda y sustituyéndoles por músicos de estudio y sintes de alta gama (la alta gama del 74, claro, Mellotron, Moog, etc).  Ariola, que en aquellos años distribuía en España catálogos como el de Manticore y los despachaba bien, contaba que la popularidad de Teddy llevaría la vanguardia sinfónica a todos los hogares españoles y le dio carta blanca para grabar su disco ídem, convirtiéndolo en una de las producciones más caras del pop español. Muy renombrado en su tiempo, vendió decentemente, pero lógicamente un tochaco doble que bien podía haberse llamado «Moogin’ Vivaldi» no fue número ni de lejos uno… Quien si se fijó en la jugada fue su Iznogud particular, Luis Cobos, entonces en los interesantes Conexión (unos Canarios de serie B), muchos años después jefe de la AIE y popularísimo en los 80 por, él sí, convertir la música clásica en chicle pop. ¿Qué si mola escuchar “Ciclos” hoy en día? Más allá de la curiosidad, es un buen ejemplo de sinfo-prog inflado en sus pretensiones pero con pasajes e ideas muy interesantes.

Glutamato Yeyé
“Todos los negritos tienen hambre y frío” (1984)

Tras la primavera independiente de los primeros 80, la quiebra de distribuidoras como Pancoca y con ella de muchos pequeños sellos, hizo que las discográficas de toda la vida se liaran la manta a la cabeza y decidieran invertir pasta en los grupos que andaban sueltos como liebres por el campo, como un señuelo para llenar la cazuela. Eso da pie a curiosos fenómenos, como el de este «pequeño escualo blanco», un mini LP –formato muy usado en la época, en el que se apostaba por el «menos es más» y por aprovechar la inspiración del momento y lanzarse con cinco-seis canciones antes de arriesgarse a estropearlo metiendo media decena más de relleno– que supuso el cénit y el nadir de una formación aberrantemente histórica. Los madrileños Glutamato asaltaron inexplicablemente las ondas con una revisión de Voces Amigas, ‘Canta con nosotros’ y el hit con más humor negro jamás radiado por Los 40, ‘Todos los negritos tienen hambre y frío’, amén de marcianadas como ‘Recuerda Formentera’. Y todo eso con playbacks en horario de máxima audiencia en la tele con un impersonator de Adenoid Hynkel al frente, el gran Iñaki. Un disco de oro tan imprevisto e irrepetible como el doblete del Atleti unos años después.

Miguel Bosé
“XXX” (1987)

Hubo un momento que a Miguel, como a Carlos V, no le bastaba con dominar un imperio en el que no se ponía el sol, y al príncipe de la dinastía Bosé-Dominguín se le plantó entre ceja y ceja (ambas depiladas) cruzar el charco y hacer suya la meca del pop, la pérfida Albión. Al igual que el Austria, Miguel naufragó en el canal de la Mancha, y los pocos discos de la versión para el mercado británico de “XXX” que no se hundieron en el océano, acabaron en las cubetas de una libra de las tiendas de saldos de Notting Hill (donde aún se podían encontrar una década después). Con la producción de Tony Mansfield y colaboraciones de lujo, Bosé se gastó tanto en su intento de invasión que olvidó el mercado local, y el disco fue un ligero bajón en su carrera que hizo que se replanteara las cosas para su siguiente y más asumible “Los chicos no lloran”. Pero hoy en día es un gustazo escuchar el “Ashes to ashes” boseliano y comprobar que tiene su rollo, aparte de comprobar, justicia poética pura, que contenía ‘Como un lobo’, muchos años después el megahit de su «second coming» con “Papito”.

Gabinete Caligari
“Camino Soria” (1987)

Conceptual y blanco, como tiene que ser, pero increíblemente exitoso; un disco extrañamente Fernando-Fernangomeziano que incluso provocó en su época numerosos debates sociológicos pero que se sostenía, sobre todo, por que tenía un montón de canciones buenas que le gustaban a todo el mundo, desde modernos de Malasaña a abuelas de Campo de Criptana (la misma fórmula con la que aquel entonces arrasó Almodóvar). “Camino Soria” es el “Mujeres al borde…” del pop español, el encuentro entre el posmodernismo y la prehistoria (todo lo anterior al 77, en aquellos momentos). Un disco precioso al que EMI concedió el honor de pasar a formar parte del ‘catálogo’, lo que quería decir que, como los de los Beatles o Pink Floyd, jamás caería en rebajas. Hoy se despacha en formato CD a 5 euros.

Duncan Dhu
«Autobiografía» (1989)

Tras arrasar con “Canciones” y mantener el tipo con “El grito del tiempo”, los donostiarras se juegan su supervivencia nacional y lanzamiento internacional (Grabaciones Accidentales alcanzó un acuerdo con Sire, y hasta llegaron a colocar una canción en la BSO en una peliculita de Madonna) con un doble álbum de canciones nuevas –uno de los poquísimos de la historia del pop español y desde luego el primero editado por una independiente– y en su mayoría poco convencionales, empezando por el single ‘Entre salitre y sudor’. No hay que olvidar que entonces estaban considerados como un grupo casi de fans, pero aquí, más que dejarse llevar por una vanguardización mal entendida, apostaron por intentar una «melodización» de las tendencias foráneas, logrando una mixtura única y aportando al pop comercial español una vía de evolución que (como bien apuntaba Raúl Alonso en la excelente web lafonoteca.net) luego ha sido aprovechada por muchas bandas, como por ejemplo, La Oreja de Van Gogh y Amaral. Medio hostia comercial, ya que posteriores singles y el tirón de Mikel entre la chavalería maquillaron las ventas, pero un intento más que honroso por crecer. Y un disco muy escuchable 22 años después.

Hombres G
«Esta es tu vida» (1990)

Un año después, son nada menos que los G quienes dan el salto al vacío con un disco de referencias, más que influencias, beatlemanas… Blanco, con un título y un single orquestalmente vitaminado que recuerda inequívocamente a “A day in the life” y un contenido menos arriesgado de lo que parecía pintarse pero que es evidentemente una muestra de que querían crecer en público… En realidad, como les pasó a los Brincos antes del “Mundo, demonio y carne”, las fans ya les habían empezado a abandonar y su maduración no era otra cosa que una vía de escape hacia adelante, pero por el camino se encontraron haciendo algo que se podía calificar como ¿pop orientado para adultos? Un pequeño ostión comercial, escepticismo crítico y un hito en el pop español, al menos por lo aventurado, más en lo estético que en lo sonoro, de su propuesta.

Buenas Noches Rose
“La danza de la araña” (1997)

El «white album» del hard rock patrio tardó siglos en llegar, pero lo hizo cuando BMG puso la pasta encima de la mesa para fichar a estos chicos de la Alameda de Osuna, una banda con buenos mimbres y un cantante absolutamente espectacular, Jordi Skywalker, un genuino hombre de las praderas tardío, loco como una cabra, que acabó retirándose a las Alpujarras, de donde no volvió hasta hace un par de años. Ni los BNR eran revolucionarios, ni este disco lo es, pero desde luego intentaron cosas que nadie más había intentado. El clásico cambio en la sala de mandos de la discográfica hizo que el presupuesto de promoción se redujera a cero, que apenas se distribuyera y que se hundiera como un iceberg en el Pacífico (no hay ni rastro de él), pero no por ello deja de ser un pequeño objeto de culto, una verdadera cría de ‘gran blanco’ que no llegó casi ni a nacer.

Andrés Calamaro
«El salmón» (2000)

Otra escapada hacia delante. Tras “Honestidad brutal” Calamaro empieza su período raruno y lo abre con un pandemonium de un centenar de canciones, muchas de ellas puros embriones, que entretendrá a sus acólitos durante años y alejará a los tres estamentos, industria, media y público, de la realidad de que en los 12 años siguientes no ha sido capaz de dar con otro buen disco. Lo cierto es que aquel macroejercicio de estilo sigue siendo hoy uno de los agujeros negros más fascinantes de la historia del rock en español y que, muy poco antes de la definitiva crisis, sirvió para que se obrara el milagro de que se pusiera a la venta y se despachara razonablemente bien nada menos que un disco quíntuple, cosa que creo no sucedía desde las macrocajas de los festivales setenteros o así… En el fondo, todo era como una especie de gran juego de rol, con Calamaro interpretando todos los personajes malditos, paladines, magos, ladrones y clérigos simultaneamente, y enfrentado a monstruos que pintaban de un nivel muy superior al que realmente eran, pero como bosquejo, y como realidad, era y es fascinante.

Deluxe
“Los jóvenes mueren antes de tiempo” (2005)

Es muy difícil tratar de encontrar un «gran blanco» entre la generación indie, por falta de presupuestos y de ambición, pero algún intento de dar el salto ha habido; en este caso es del lado «contrario» del espejo al otro, es decir, un artista con buena nota crítica que ve como su público potencial crece y se va a por él. Este álbum fue el paso definitivo de Xoel y su proyecto al castellano, de un intento por estandarizar, que no desustancializar sus canciones, y en definitiva, de crecer. Lo más interesante es que la aventura no la emprende tras el clásico fichaje por una multi en busca de materia prima para alimentar la máquina, sino de la microdiscográfica que mejor se ha currado la transversalidad entre independencia y comercialidad en los últimos años, Mushroom Pillow, gente lista y arriesgada de verdad (no como los que se esconden tras la excusa de una mal entendida exquisitez y vocación minoritaria). No acabó de funcionar, ni en lo comercial ni en lo artístico, pero fue una buena prueba que le sirvió de mucho luego a grupos como Vetusta Morla.

Anterior entrega de Wild card: Ramoncín, el orgullo del barrio.

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