Wayne Kramer (MC5), la aplastante retórica de unas cuerdas

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«Terminaron siendo mucho más que una banda en tiempos de contracultura. Fueron un estilo de vida, y Wayne Kramer, su principal ideólogo»

 

Fundó MC5 a finales de los sesenta, una banda de carrera corta pero muy intensa, reconocida como una de las formaciones más destacadas del hard rock estadounidense. Sara Morales nos cuenta la historia de Wayne Kramer.

 

Texto: SARA MORALES.

 

Cuando los MC5 se separaron en 1972, perdieron el contacto; y durante un tiempo que transcurrió demasiado lento, sobre todo para su fundador y guitarrista Wayne Kramer, no quisieron saber nada los unos de los otros. «Era como perder a tus hermanos, habíamos ido juntos a la escuela, habíamos comenzado juntos y habíamos atravesado juntos el fuego», declararía el propio Kramer pasados los años en el libro Please kill me, de Legs McNeil y Gillian McCain.

La despedida fue traumática y con aquel tortuoso adiós murieron también todas las premisas que sirvieron para levantar la banda un día de 1964, desde un Detroit que parecía acabado, y propulsarla a liderar no solo el movimiento antibelicista norteamericano desde los escenarios, sino también la revolución en las calles.

A través de un discurso reaccionario, en canciones ávidas y corrosivas que nacieron del rock and roll con raíces de blues, se habían dedicado durante ocho años a zarandear al mundo para hacerlo despertar. Incitaron al pensamiento individual, a cuestionar las imposiciones sociales, a burlarlas y rebelarse ante ellas con el impacto de unos shows que solían terminar en revueltas y con la paciencia de Elektra, su sello.

De hecho, los MC5 fueron el único grupo que logró tocar, y concluir su concierto, en los históricos disturbios de la Convención Demócrata de Chicago de 1968. Y aquello, además de otorgarles caché y respeto entre el resto de bandas de la escena, dibujó el perfil conductual que habían decidido tomar como activistas a través del sonido. Usaron sus canciones como arma, y en ocasiones —con razón muchas de ellas— fueron tildados de violentos por su retórica y su actitud. Se convirtieron en la voz del lumpen y aunque su obra coincidió con la época hippie, no importó; porque los hippies digerían bien y todo valía mientras la música siguiera sonando. Por eso, aunque los MC5 tampoco se cortaron repartiendo guantazos entre la hipocresía del verano del amor, ese marco cultural tan promiscuo y vago les valió para plantear sus demoledoras proclamas dirigidas a todo el mundo y a todas las épocas.

Quizá por eso terminaron siendo mucho más que una banda en tiempos de contracultura. Fueron un estilo de vida, y Wayne Kramer, su principal ideólogo, se sintió perdido y huérfano cuanto todo acabó: «La disolución del grupo fue dolorosa, ya nadie era amigo de nadie. Guardé la guitarra y me refugié en la droga, porque la droga elimina el dolor y así no tenía que preocuparme por nada», llegó a confesar.

 

La pólvora de un guitarra

El desmembramiento del grupo fue tan atroz que cada uno tiró por donde pudo. Algunos de ellos supieron enderezar su camino sin salirse demasiado de los márgenes; como Fred «Sonic» Smith, la otra gran efigie de la banda, que se volcó en el alumbramiento de un nuevo proyecto llamado Sonic’s Rendezvous Band y terminaría cansándose con Patti Smith. O como el vocalista Rob Tyner, que se centró en la producción y promoción de artistas como Eddie & The Hot Rods; o incluso el batería Dennis Thompson, que enseguida se hizo sitio en diferentes bandas de punk en Los Ángeles y Australia.

Pero Kramer, que no lograba sobreponerse a la escisión, se encaminó hacia la debacle sumergiéndose en una de las etapas más oscuras de su vida al caer en una profunda adicción a los estupefacientes que le llevaron a delinquir y a pasar dos años por la cárcel. En ella coincidió inesperadamente con su excompañero el bajista Michael Davis, trincado también por delitos relacionados con las drogas. Y mientras tras los barrotes intentaron sobrevivir gracias a los recuerdos compartidos, el mundo —y sobre todo la crítica— comenzó a realizar un ejercicio de nostalgia en el que la figura de Kramer iba a cobrar por fin la altura y la consideración que no debió pasarse por alto nunca.

Su destreza a las cuerdas, en una erupción volcánica que se adelantó al vértigo punk sin perder de vista el rock and roll clásico, lo llevaron a ser reconocido como uno de los mejores guitarristas de todos los tiempos. En el álbum de debut de la banda, el aclamado Kick out the jams que este año ha cumplido medio siglo de vida, la guitarra de Kramer brilla con un furia que destroza toda armonía convencional para reinar en un caos glorioso. Una entropía sonora que fluye sin tregua desde la controvertida canción que da nombre al disco, hasta el blues politizado de «Motor city is burning» en una intrépida versión de John Lee Hooker, pasando por el homenaje a Sun Ra en «Starship» o la verborrea incendiaria de «Ramblin’ rose» y «Rama lama fa fa fa».

 

El testamento definitivo

Kramer era una bestia del desafío y los MC5 demasiado salvajes para la industria, de ahí que la cadena de discos Hudson se negara a distribuir Kick out the jams en su día por obsceno o que Elektra se cansaran de sus provocaciones y rescindieran el contrato con ellos. A veces también lo fueron para la sociedad, como cuando se decidieron a amparar a los Panteras Blancas, una organización que nació para aunar su legión de fans, pero que terminó funcionando por su cuenta como un colectivo que luchaba activamente contra la burguesía. Una serie de acciones que complementaron la obra musical del grupo e hicieron aumentar su aura de revolucionarios empíricos, impulsadas sobre todo por Wayne Kramer, y en las que el mánager de la banda, el polémico John Sinclair, también jugó un papel decisivo.

Contribuyeron a llevar al límite el manido lema de «sexo, drogas y rock and roll», practicándolo y predicándolo hasta el extremo, habitando en comunas durante aquellos años por Ann Arbor y evidenciando su hostilidad hacia un sistema del que se negaban a participar. Así, hasta que comenzó a lloverles la fortuna y los coches de lujo. Fue entonces cuando sentenciaron su final. Su gente, sus fans y los mismos Panteras Blancas iniciaron la desbandada; había llegado el fin.

Estas reflexiones acecharon a Kramer cada noche durante su estancia en la prisión. Y aunque jamás le azuzara el arrepentimiento sobre aquellos años al frente de los MC5, sí comprendió que la vida podía seguir siendo estimulante, aunque se enfrentara a ella de otro modo.

Cuando logró salir de la cárcel partió hacia Nueva York y allí, a punto de entrar en la década de los ochenta, se unió temporalmente al bueno de Johnny Thunders para crear juntos un proyecto llamado Gang War. Y volvió a introducirse en la música, perfeccionando su baile de mástil, cuerdas y caja para devolverle al mundo ese don suyo que nos había arrebatado durante aquel lapso cautivo. Y merodeó por otras bandas, y trabajó como carpintero, y probó suerte como compositor de cine dando a luz pasajes instrumentales para series como Millenium o el documental de HBO Hacking democracy… Y así, poco a poco, se fue instalando de nuevo en su gracia hasta conformar una brillante carrera solista que le ha llevado a colaborar con artistas como Mudhoney, Pere Ubu o Rage Against the Machine, rebasando la decena de álbumes editados.

En ello sigue. Y ha prometido no volver a claudicar.

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