Voz de vieja, de Elisa Victoria

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LIBROS

«Marina está gastando las últimas balas de su infancia y lo hace a cañonazo limpio de poesía, de ilusión, de ganas de vida»

 

Elisa Victoria
Voz de vieja
Blackie Books, 2019

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

Marina tiene nueve años cuando toda Sevilla se prepara para los fastos de la Expo 92. A su padre no lo ve, aunque los Reyes Magos vinieron a visitarla a casa cuando tenía cuatro y pudo adivinar bajo los chorretones del rostro de Baltasar el de su padre. Su madre tiene un novio que se llama Domingo, con el que Marina tiene cierta complicidad, pero está enferma y ha de pasar temporadas en el hospital, así que Marina ha de vivir feliz y contenta con su mejor amiga: su abuela, a la espera de ir a un internado de monjas.

En el colegio no se siente del todo a gusto. La llaman “vozdevieja” por lo redicha y porque la tiene un poco cascada. Nada serio, porque su mundo es otro. Su mundo es hacer croquetas con su abuela —que le cose vestidos de niña, ese estampado que figura en la portada—, espiar por la ventana y jugar con muñecas y con amigas. Amigas que no dudan montar escenas salvajemente eróticas con Barbies y sus novios. Porque Marina está mirando por la cerradura otro mundo, y no se echa atrás en ello. No se echa atrás en el descubrimiento del propio cuerpo, ni en hurtarle las revistas de cómic que Domingo colecciona y le esconde. ¡A un niño con escondites! Estas revistas se llaman El Vívora, Makoki, Tótem… Una pura educación sentimental.

Mientras su madre está ingresada ha de ir de vacaciones a un pequeño chalet en Marbella con la abuela y tres de sus amistades. La ligazón entre niños y viejos funciona y Marina se lo pasa bien entre diálogos remilgados pero creíbles. No es más que un intermedio, porque enseguida Marina vuelve al mundo urbano y a sus aficiones. Ve películas de terror y escucha muchas canciones, siempre de fondo está la música ligera, Rocio Jurado, las Supremes. Marina es devota de Diana Ross y su madre intenta introducirla en James Brown, quien también le gusta. Marina está descubriendo —como una Zazie menor— lo que le ofrece la calle de principios de los 90, y en un videoclub llega la película, con mayúsculas, todo lo que le gustaría ver esta ahí: Holocausto Caníbal.

En el fondo, se trata de la historia de siempre, el paso entre la niñez y la adolescencia, ese equilibrio en un alambre muy alto, del que sabes que es inevitable caerse porque cada vez se vuelve más delgado. Las primeras electricidades sexuales y mucha escatología, pero sin nada morboso ni sucio. Al contrario, la voz de Marina está llena de ingenuidad y de limpieza, no hay nada obsceno donde no hay intención. Marina está gastando las últimas balas de su infancia y lo hace a cañonazo limpio de poesía, de ilusión, de ganas de vida.

Anterior crítica de libros: Pop. ¡No me quito esa canción de la cabeza!, de Luis Bustos.

 

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