“Vinyl”, de Rich Cohen, Mick Jagger, Martin Scorsese y Terence Winter

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SERIES

 

 

“Una gran celebración de la música de los 70 en la que la pasión fluye sin freno y en la que cada melómano se encuentra cambiando de cama cada cinco minutos”

 

“Vinyl”
Rich Cohen, Mick Jagger, Martin Scorsese y Terence Winter
HBO, 2016

 

Texto: JORDI REVERT.

 

En el momento de la venta de American Century Records, Richie Finestra (Bobby Canavale) tiene la intuición de que algo no está en su sitio. El protagonista de “Vinyl” se resiste a una firma –o mejor dicho, a sus consecuencias− que regalarán su nombre a un vacío cómodamente acolchado de dinero. Pero no. Su instinto le dice que no pertenece a esa historia de olvido y conformismo. Que, de alguna manera, está destinado a ser partícipe de un relato salvaje que todavía no ha sido concebido. Intuye, pero no sabe, que en ese camino de vertiginosa autodestrucción que está a punto de tomar hay algo más grande que él mismo, llamado a hacer tambalearse los cimientos de la realidad.

 

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No se equivoca. Poco después se encontrará vagando por las calles de Nueva York intoxicado, resignado a perder a Led Zeppelin para su sello discográfico y asomándose al principio del fin de su vida familiar. Es en ese momento de desamparo en el que el sonido de una guitarra indómita llega hasta su oído. Y entonces, la intuición se confirma en una epifanía: el concierto de los New York Dolls en el Mercer se revela como una explosión de cuerdas cortantes, gritos en la oscuridad, ritmos brutales. Las grietas comienzan a abrirse en las paredes de la sala, pero el público y los Dolls se mueven indiferentes en un éxtasis atronador. En cuestión de segundos, el edificio se viene abajo sepultando a los asistentes. Richie escapa de entre los escombros, ahora sí, convencido de ese futuro lleno de ruido y furia al que ya solo puede correr. Esa sí, es su historia y también la de todos los creadores a los que no les queda más remedio que correr en esa dirección hasta su último aliento. Los Martin Scorsese, los Mick Jagger. El director neoyorquino adapta a su manera el episodio (real) del hundimiento del Mercer y lo convierte en el estallido oficial del punk de la mano de los Dolls, ese kilómetro cero en el que empezará esa violenta descarga llamada a dinamitar lo establecido antes de morir en su propio éxito y ser devuelta a parámetros seguros. Scorsese ha encontrado la ilustración perfecta de aquella idea monumental que en “Rastros de carmín” Greil Marcus centraba en los Sex Pistols: rápidas explosiones llamadas a subvertir el orden de cuanto conocemos, golpes a traición propinados a las corrientes de la Historia en una larga línea sucesoria en la que se incluirían los asiduos del Cabaret Voltaire, Michel Mourre o la Internacional Situacionista. Los Pistols, últimos en esa cadena imprevisible, encabezaron una revolución que llegó desde la ruptura, la negación, el caos. En “Vinyl”, los Dolls son el preludio en forma de revelación y los Nasty Bits, esa banda que funciona como trasunto ficcional del grupo de Johnny Rotten y Sid Vicious.

Así pues, pensemos en “Vinyl” como la reafirmación de que el cine-rock de Scorsese encuentra su versión más desatada en la ficción y no en el documental. Pensemos en ella como continuación sucia y descarrilada de “Mad men” (Matthew Weiner, AMC: 2007-2015). Entendámosla como orgía desenfrenada de mitologías y canciones en las que las drogas y el sexo son el sustento. El encuentro entre Scorsese, Jagger y la HBO ha dado como resultado una de las series más ingobernables y vehementes de los últimos tiempos, una gran celebración de la música de los 70 en la que la pasión fluye sin freno y en la que cada melómano se encuentra cambiando de cama cada cinco minutos: la verdad que Richie Finestra encuentra en Lou Reed y la Velvet Underground mientras interpretan la inefable ‘Venus in furs’; David Bowie, cordial y sensible después de ensayar ‘Sufragette city’; Elvis confesando su hartazgo de besar abuelas y certificando su decadencia en Las Vegas; Alice Cooper tomándole el pelo con una guillotina de juguete al joven e inexperto enviado de la discográfica. Todo vale en esta gran fiesta que derrocha toneladas de amor por una época seductora y fugaz como pocas, la crónica reescrita del “Por favor, mátame” de Legs McNeil, sin muñecos de cera vivientes ni mitomanías de cartón. La presencia de Juno Temple o James Jagger invoca la cercanía para con los referentes que la impostura tan tentadora dentro del biopic musical, mientras el protagonismo ciclónico de Bonny Canavale lleva la serie en volandas a través de su primera temporada. Tras la cámara, esa decena de episodios deja la impronta de un Scorsese que exhibe tanto músculo y desvergüenza como el primer día, este es, aquellas secuencias de “Malas calles” (“Mean streets”, 1973) en las que Harvey Keitel y Robert de Niro entraban en el club respectivamente al ritmo de “Tell me” y “Jumpin’ Jack Flash”.

 

 

Los brazos ejecutores de la HBO –con Terence Winter a la cabeza, también artífice de la fabulosa “Boardwalk empire” (Winter, HBO: 2010-2015)– han adoptado el frenesí scorsesiano con ejemplaridad y trasladado algunas de sus lecciones más valiosas, como por ejemplo la brillante aceleración del montaje en los momentos más críticos de la adicción de Richie Finestra. La suma de los factores es un torbellino de emociones e imágenes que se parecen más a la irreverencia nerviosa de títulos como “Uno de los nuestros” (“Goodfellas”, 1990) o “El lobo de Wall Street” (“The wolf of Wall Street”, 2013) que al estatismo de “El último vals” (“The last watz”, 1978). Y en ese flujo, claro, también caben gánsteres, asesinatos, peleas maritales y pocas o ninguna posibilidad de redención.

 

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Consumir “Vinyl” no solo implica encontrarse ante la intrahistoria –más bien desmitificadora y desencantada– de la creación de hitos a manos de la industria discográfica, o darse de bruces contra una improvisación magistral de Lester Grimes (Ato Essandoh) que concreta el género musical en la mera actitud. Se trata de aceptar una invitación para la que no hay marcha atrás, la experiencia de lanzarse allá donde señalan los instintos y los deseos sin mirar dentro del abismo. Una persecución que no admite descanso y sí destrucción, que te invita a coger la guitarra y aplastarla contra el suelo si todavía no lo has hecho.

 

 

Anterior crítica de series: “Lucky man”, de Stan Lee.

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