“Vinilos rock”, de François Thomazeau y Dominique Dupois

Autor:

LIBROS

“Demuestra que las ilustraciones y fotografías se pueden tomar con todas las de la ley como la facción gráfica directa e industrial del pop art”

 

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François Thomazeau y Dominique Dupois
“Vinilos rock”
SOMOS LIBROS

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

Hace exactamente nueve años, Javier de Castro publicaba aquí una reseña que servía de bienvenida a la recién nacida editorial Somoslibros —querían ocupar el segmento de volúmenes de cuidado grafismo y precio asequible— y de comentario a sus dos primeras referencias. Una de ellas, “Vinilos y rock”, aparece ahora en una reedición que la amplía y retoca un poco el texto que sirve de base al motivo central de la colección: presentar los estilos y criterios de las diversas etapas de la música juvenil de siglo XX a partir de las portadas de los discos. El periodo está muy acotado: se centra en una horquilla que va del verano del amor a la aparición del “Nevermind” de Nirvana, consideran los autores que antes y después fueron periodos de preparación —carátulas sin personalidad — y decadencia —el cedé mató a las portadas—. Así que no aparecen ni Elvis ni Coldplay.

Los capítulos que lo estructuran ponen las portadas en contexto, comentan —más que explicarlas— líneas estéticas y resultan en esencia fríos e incluso acumulan errores. Con una excepción: el apartado de la psicodelia. Es el más extenso con diferencia y podría perfectamente desgajarse en un breviario sintético e ilustrativo. Aparecen conexiones, grupos, evolución… de manera fluida. Así que uno concluye estos primeros capítulos teniendo una visión muy certera de qué se movía a fínales de los años sesenta y por qué se despertó esa vena lisérgica. A partir de este momento, las entradas son más escuetas y algunas estéticas ni aparecen. Ni el reggae ni la new wave se contemplan y no aparece ninguna portada de Bob Marley ni de The Jam. Hay capítulos, eso sí, para el glam, la música progresiva o el hard rock. No es un hándicap, los textos son un mero apoyo y no tienen como objetivo descubrir nada nuevo, sino ser divulgativos. Lo importante son las más de seiscientas portadas.

Éstas guardan un equilibrio entre los grupos importantes y la especial genialidad de algún grupo más desconocido. Mi favorita, la de Throbbing Gristle. Aparte de recorrer la historia de manera más o menos cronológica, salpican las páginas del volumen pequeños monográficos, así hay descansos que hacen pequeños recorridos por la relación entre el grafismo pop y el cómic, por las obras de Frank Zappa o de Pink Floyd, por artistas como Roger Dean o por las tipografías, en un arte que define estéticas muchas veces desde una tilde.

Este es su verdadero valor, demostrar que las ilustraciones y fotografías, aparte de presentar el disco y a veces ofrecer una primera cata de la música desde el sentido visual —¿quién no ha comprado un disco de un desconocido por su portada?— tienen entidad autónoma y se pueden tomar con todas las de la ley como la facción gráfica directa e industrial del pop art. Puestos así, con este libro llenarán la estantería en el punto justo en que acaban sus libros de música y empiezan los de arte.

Anterior crítica de libros: “Bikinis, fútbol y rock and roll”, de Adrian Vogel.

 

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