Un gusano en la Gran Manzana: Tres veces mojado

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«El presidente esperaba, evitó pronunciarse, silbaba melodías patrióticas y fió todo a la telegenia, a dialogar y acuñar eslóganes, a suplir con encanto superficial y maneras de Gary Cooper las leyes que la gente esperaba»

 

Con las leyes de inmigración en Estados Unidos como asunto de máxima actualidad, Julio Valdeón Blanco recuerda las canciones de la frontera, esas que siempre han cantado a los problemas de los mojados.

 

 

Una sección de JULIO VALDEÓN BLANCO

 

 

No sé si escucharon a Obama comentar que la reforma de las leyes de inmigración, su gran estandarte electoral, muere en la playa de la cerrazón republicana. Lástima de los días en los que con mayoría en el Congreso, principios de la anterior legislatura, esta y otras audacias hubieran salido, si no indemnes, al menos renqueantes, vivas. No pudo ser. El presidente esperaba, evitó pronunciarse, silbaba melodías patrióticas y fió todo a la telegenia, a dialogar y acuñar eslóganes, a suplir con encanto superficial y maneras de Gary Cooper las leyes que la gente esperaba. Estos lodos responden a una forma de hacer política que tiene el gusto de llegar siempre tarde a sus promesas, digamos, por aproximación, una mayoría o unas primarias después. Habla Obama de gobernar por decreto, pero nadie da un dólar por semejante exhibición testicular. Claro que mucho peor es la facción ultra y desquiciada del partido Republicano. Esa que conspira contra sus propios congresistas si sospecha que no alcanzan los baremos de radicalismo, demagogia, pureza espiritual, talibanismo, delirio creacionista y «xenofobia anglosaxon». Nacionalistas, claro, como todos los que fían la política a cualquier víscera excepto el cerebro.

A todos ellos, a los que quieren despachar a miles de niños y adolescentes indocumentados mientras se pasan por su sacrosanto forro los derechos de la infancia, a los que reciben con palos los autobuses de quienes visitaban a sus familiares presos en los centros de detención para inmigrantes, a los que hablan a pedradas y odian el cambio, el progreso, la marejada, la vida, involucionistas porque prefieren mantenerse conservados en el alcanfor de sus ensoñaciones, a resguardo del viento y la calle, no sea que les salpique o despierte, les dedicamos aquella memorable canción de Los Tigres del Norte, ‘Tres veces mojado’, y también la fabulosa ‘La jaula de oro’, más necesaria que nunca para recordar la travesía de quienes partiendo de Centroamérica lidian con el narco y sus verdugos, con policías corruptos y traficantes de seres humanos, con el desierto y la Migra, hasta terminar desarbolados en una celda con vistas a la nada.

No pretendo hacer aquí y ahora hacer un exhaustivo listado de temas soberbios, crudos, rudos, dedicados a los periplos, desventuras y pesadillas del inmigrante, pero si el puñetazo de Los Tigres no parece suficiente bueno será acompañarlo por una rodaja del efervescente acordeón de Flaco Jiménez y su ‘El mojado sin licencia’, por el vozarrón triste de Lalo Guerrero, luego recuperado por Ry Cooder, cuando cantaba a Chávez Ravine, por los corridos de Los Perros del Pueblo y Los Alegres de Terán dedicados a César Chávez, por la maravillosa alquimia que borbotea entre Ali Gua Gua, Los Tucanes del Norte y otros amigos en una joya de visionado imperativo llamada «Hecho en México», por las tremendas baladas que en su faceta Steinbeck dedicó Bruce Springsteen al asunto en sus dos mejores discos de los últimos veinte años, «The ghost of Tom Joad» y «Devils and dust», y ya puestos y muy cabreados por el clásico inmarchitable de Woody Guthrie llamado «Plane wreck at Los Gatos (Deportees)».

Anterior entrega de Un gusano en la Gran Manzana: Gloria a los Stones.

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