Un gusano en la Gran Manzana: Las cintas del sótano

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«Lo que viene ahora, limpio y catalogado, restituye un momento clave en la cultura popular del siglo XX: los meses en los que el joven frenético pisó el freno, exorcizó fantasmas, reunió a los muchachos de The Band»

 

El anuncio de la edición de un nuevo volumen de la colección «Bootleg serie» de Dylan conteniendo en su integridad las deseadas «Basement tapes», lleva a Julio Valdeón Blanco a recordar ese periodo arrebatador de Bob Dylan al lado de The Band.

 

 

Una sección de JULIO VALDEÓN BLANCO.

 

 

—Martes, 26 de agosto.

Uno de los grandes problemas relativos a Bob Dylan es su abrumadora presencia. Su vocación totalitaria. Esa querencia a llenarlo todo con la capacidad proteica de ciertos seres mitológicos. Un idioma completo antes que un escritor. Al mismo tiempo la destilación primigenia y definitiva del cantautor personalísimo y ferozmente individual. Cómo hacer para eludirle, cómo no dedicarle uno de cada dos artículos que firmas si no hay mes en el que se rumoree un nuevo disco, toque cerca de tu casa, exponga sus acuarelas, sus bocetos y esculturas o reciba el enésimo homenaje de sus acólitos y discípulos, que son no solo los que vinieron después, sino también, desde hace tiempo, sus predecesores. No hay corriente, tradición, emblema o sonido, del country asilvestrado a la canción política, de la confesión de desamor sulfúrica a los ecos del jazz primigenio, del folk piloso al blues de Mississippi, del malditismo simbolista a la prédica beligerante, que no haya sido vampirizado, regurgitado y vuelto a nacer gracias a un tal Mr. Robert Allen Zimmerman.

En las últimas semanas, resumo bastante, se ha publicado el libro de memorias de su exmanager y amigo Victor Maymudes, escrito por su hijo Jacob a partir de las confesiones grabadas por el padre. El francés Phillippe Margotin anuncia para 2015 «Bob Dylan: All the songs: the stories behind the recordings». El 11 de noviembre se publica «Lost on the river: the new the Basement Tapes», veinte letras perdidas de las «Cintas del sótano» a las que Elvis Costello, Marcus Mumford (Mumford & Sons), Taylor Goldsmith (Dawes), Jim James (My Morning Jackett) y Rhiannon Giddens (Carolina Chocolate Drops) han puesto música y voces. Coordina y produce el inefable T Bone Burnett. Dennis McDougal publicó «Dylan: the biography» el pasado 13 de mayo, otras 540 páginas para incrustar en un canon biográfico inagotable. Doce días más tarde, el 25 de mayo, salió «Bob Dylan in the 80’s: Volume one», en el que diversos artistas recreaban el periodo menos reconocido del maestro. Si lo tuyo son las mezclas explosivas siempre puedes hacerte con «From another world», otro recopilatorio de versiones dylanitas, publicado en febrero y con la particularidad de que los invitados pertenecen a planetas teóricamente ajenos al rock. Así, «All along the watchtower», «Mr. Tambourine man», «I want you», «Every grain of sand» o «Tangled up in blue» reciben tratamiento estelar por parte de Eliades Ochoa, la Burma Orchestra Saing Waing, Lhamo Dukpa, el trío Mei Li De Dao o Sayfi Mohamed Tahar. Hablando de versiones no olvido que el 1 de abril publicaron la reedición de «The Dylan’s gospel», la joya del 69 en la que algunos de los más reputados vocalistas y músicos de sesión de soul de la época, agrupados como The Brothers and Sisters, recreaban el cancionero de Bobby con tórridas esencias góspel. No sigo, compréndanlo, y eso que incluso se ha rumoreado nuevo disco de su Ilustrísima, «Shadows in the night», que nadie sabe si será, y si traerá composiciones propias o covers de Frank Sinatra (no, no es coña), porque llevo casi dos folios y todavía no he alcanzado el objetivo de este artículo: el anuncio, hecho público hace dos horas, de que Sony publica el próximo 4 de noviembre el volumen 11 de las «Bootleg series».

«Ladies and gentleman» (redoble de tambores) con ustedes «The complete Basement Tapes». Seis cedés, 138 canciones, restauradas por Gurth Hudson (The Band) y el productor y musicólogo Jan Haust a partir de las cintas originales. Sin añadidos ulteriores. En una sucesión cronológica que respeta el orden en que fueron grabadas y con abundantes sorpresas, incluidas versiones y originales de las que nunca antes habíamos escuchado. El análisis de semejante artefacto lo dejo para otro artículo. Sirva como anticipo escribir, firmar y rubricar que se trata de uno de los lanzamientos fundamentales de los últimos años para cualquier enamorado del rock and roll, el country, el blues y derivados. Aunque resulte imposible discernir cual es la época clave en Dylan, aunque nunca nos pongamos de acuerdo entre el héroe de la contracultura folk, el protobeatnick de la incendiaria trilogía eléctrica, el ermitaño conectado a las ensoñaciones místicas y carnales de «John Wesley Harding», el dulce vocalista de «Nashville skyline», el amante despechado y terrible de «Blood on the tracks», el gitano combustible de «Desire» y la Rolling Thunder Revue, el temible renovador del góspel apocalíptico y seguidor de Blind Willie Johnson o el reverendo Gary Davis antes que de los chispeantes Soul Stirrers o la buenaza de Mahalia Jackson, el bardo resurgido de sus cenizas a partir de «Time out of mind», etc., aunque no exista unanimidad posible, tengo requeteclaro que las «Cintas del Sotano», lo que conocíamos por el timorato lanzamiento oficial del 75 y por piratas de visión panorámica como «A tree with roots», más lo que viene ahora, limpio y catalogado, restituye un momento clave en la cultura popular del siglo XX: los meses en los que el joven frenético pisó el freno, exorcizó fantasmas, reunió a los muchachos de The Band y, propulsados por efluvios tóxicos, comprendieron que estaba todo dicho y que los ácidos nocturnos del pasado eran un caldo ideal para renovarse.

Salieron de aquel magma con la sensación de haberse divertido, incapaces de sospechar que en el retiro a Woodstock poco después de ponerle el reloj a cero al rock, «Like a Rolling Stone» y «Blonde on blonde» mediante, habían vuelto a resetear la historia, abriendo puertas, ventanas, ojos de buey, candados, armarios, cerrojos y hasta balcones por las que asomarían generaciones de músicos venideros. Cuarenta y siete años después del milagro, finalmente, aquí están las «Complete Basement Tapes». Que todavía, a la vista de semejante cofre, algunos pregunten por el sentido de las discográficas corrobora que hablamos de gentes adscritas a pensamientos tan sospechosos como la ufología, el veganismo, la homeopatía, las religiones en sus diversas variantes y el nacionalismo en todas sus manifestaciones. ¿Para qué disqueras? Para esto queridos, para esto.

Anterior entrega de Un gusano en la Gran Manzana: El rigor y la guerra en las calles.

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