Un gusano en la Gran Manzana: La exuberancia de Crosby, Stills, Nash & Young

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«Un sonido purísimo, de coros evanescentes y guitarras enrabietadas, un caballo político, mundano y sentimental»

 

Julio Valdeón Blanco también cae bajo el influjo magnético de Crosby, Stills, Nash & Young que provoca la reciente edición de la caja con el audio de la gira de 1974.

 

 

Una sección de JULIO VALDEÓN BLANCO.

 

 

—10 de agosto

Los punkies del finales de los setenta indultaron a Neil Young porque cantó a Johnny Rotten y coqueteaba con los abismos como un dios caprichoso. En el tornado de su Gibson, en las teclas cariadas de su piano, en su voz de gato asténico, hay más iracundia, miel y veneno, que en casi toda la discografía del imperdible. Normal que de los cuatro magníficos de CSNY, fuera el canadiense epiléptico, que huyó a California en una limusina funeraria y era hijo de un cronista de deportes, el más respetado; el único no sospechoso de dinosaurio, aquella palabra que en cuatro sílabas contenía todo cuanto la generación del «no future» detestaba, los azucarillos instrumentales, las fusiones moñas, los toqueteos jazzísticos, la melopea de adulación, fanfarria y lujos.

Cuarenta años después se edita una caja que reúne lo más chispeante y vivo de la megagira del cuarteto en 1974. No, no situará a los tres mosqueteros a la altura de un Young en el olimpo ni resta méritos a los vaivenes de este último, capaz de escalar al cielo y estampar los morros contra el suelo en un segundo. Lo que logra, y no es poco, es certificar que la aventura junto al disparatado y genial Corsby, el elegante Nash y el irascible y tormentoso Stills fue hermosa.

Descontada la inevitable morterada que cobraron, las orgías y la coca, el tratamiento de estrellas y la etiqueta hippy que tanto molesta a algunos, así como las leyendas, apócrifas y reales, de piques, estampidas, traiciones, celos y broncas, cocinaron música exuberante. Ya lo sabíamos, tampoco descubriremos el grupo a estas alturas, aunque enamora escucharlos en una box-set que ejemplifica bien por qué todavía merece la pena el disco como artefacto, baúl o cofre borracho de información y fotografías, mapa del tesoro que irradia un sonido purísimo, de coros evanescentes y guitarras enrabietadas, un caballo político, mundano y sentimental que piafa entre la quemadura mar adentro y un acre resplandor verde marihuana.

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