Un gusano en la Gran Manzana: Entre Cat Stevens, Bobby Keys y Bob Dylan

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«Cuando los excesos resultaron inasumibles incluso para sus bárbaros colegas abandonó la nave durante diez años. Su hoja de servicios es un quién es quién del siglo pasado»

 

Cat Stevens, aka Yusuf Islam, parece dispuesto a rehabilitarse musicalmente de la mano de Rick Rubin, Dylan actúa en Nueva York y Bobby Keys, uno de los mejores saxos del rock, se exilia definitivamente.

 

 

Una sección de  JULIO VALDEÓN BLANCO.

 

 

—31 de octubre

Cat Stevens/Yusuf Islam, tiene nuevo disco. Pasea por las radios y ofrece entrevistas sabrosas. Lo ha producido Rick Rubin, al que estaremos eternamente agradecidos por recuperar del desguace a Johnny Cash. Para esculpir «Tell them I’m gone» han reclutado los servicios de Tinariwem, Bonnie «Prince» Billy, Richard Thompson y Charlie Musselwhite. También sale de gira, con un espectáculo austero, confortable, bello, que recuerda porqué perdimos tanto cuando la religión se mezcló con su guitarra y le dio por los sucesivos retiros espirituales y el estudio de las Escrituras. Nadie habla ya de cuando un día de febrero de 1989 explicó que denunciaría con gusto el paradero de Salman Rushdie para que sus iluminados y vocacionales «killers» lo hicieran picadillo. Ante la avalancha de contrarréplicas e insultos, Yusuf esgrimió que la prensa, qué mala es, malinterpretó sus palabras. Estaba de broma. Con gusto aceptaría la sentencia de un juez británico si este decretaba la inocencia de Rushdie.

Curiosamente, en el caso del novelista la iglesia anglicana corrió a posicionarse junto al lloriqueante Islam. ¡No se puede permitir que alguien tome el nombre de mi dios, o tu dios, en vano! ¿Matarlo? Tanto no, pero ¿qué tal prohibir el libro? Su siniestra actitud encaja bien con cierta izquierda y las caricaturas de Mahoma. Una provocación innecesaria, gritó Saramago. Entre los grumetes de Torquemada, los que confunden la buena educación y la censura, los artistas que aliñan su empanada intelectual con manuales sagrados y sus delicuescentes defensores arrastramos un serio lastre. Asco de sus escrúpulos morales, sus paños tibios y su grimosas componendas, sus juegos dialécticos, sus abluciones y fatwas, su persecución, pisoteo y tala de las flores del mal y su odio al poeta y al intelectual que escribe y piensa sin importarle un carajo la opinión de los arzobispos, sean de la confesión que sean. Asco, sí, de los meapilas laicos o creyentes, los vendedores de crecepelos celestes, los que hacen crucigramas con la vida ajena y asumen como inevitable o incluso necesario el sacrificio ritual de la oveja negra, la sangre del enemigo, el cuello del disidente. Asco y repugnancia hacia los partidarios de la tolerancia con el crimen y los enemigos, confesos o secretos, de las libertades. Las palabras de Yusuf Islam, más que desafortunadas, fueron lamentables. No sobra añadir que todavía disfruto con su música. Igual que con las fotografías de Leni Riefenstahl o las películas D.W. Griffith, y eso que ahí, sobre todo en las obras emblemáticas, lo político y lo poético se anudan de forma indisoluble. Pero una cosa son las ideas criminales del artista y otra sus frutos. Lo nazi no tiene porqué empañar (tampoco mejorar) el talento.

—1 de noviembre

Me voy al teatro Beacon, a ver a Bob Dylan. Penúltimo concierto de 2014. Repertorio estático. Felicidad garantizada porque apenas sonarán canciones de los sesenta (dos) y los setenta (otras dos): su voz calza mucho mejor en las fabulosas composiciones creadas en el XXI. Sobredosis de «Time out of mind», «Love and theft», «Modern times», «Together through life» y «Tempest». No caerán ‘Not dark yet’, ‘Sugar baby’, ‘Ain’t talkin», ‘Mississippi’ o ‘Red river shore’ (bueno, esta nunca la ha tocado en directo), pero sí ‘High water’, ‘Things have changed’, ‘Long and wasted years’, ‘Soon after midnight’, etc. Sé que tiene la voz destrozada. Ajada como la corteza de un barco al que nadie ha reparado en mucho tiempo. Todavía funciona en disco, en la capilla del estudio, porque ahí juegas con los micros, modulas más, no tienes que estar pendiente del quinto anfiteatro ni de imponerte a los instrumentos. Así y todo Bob Dylan, en directo, sigue deparando momentos de éxtasis, esos raros instantes en los que el ataúd de su garganta se transforma en tormenta o aliso y te deja boquiabierto, amarrado al mástil de un barco que navega valiente los mares más azules, las noches más tristes, los confines o arrabales del tiempo y el deseo. Leo alguna crítica previa y reconozco, de forma casi táctil, los frescos contornos de una alegría casi infantil. Mañana toca Bob Dylan, y regreso al Upper West Side para verlo.

—2 de noviembre

Tienes la pieza lista y la maldita realidad explota en tu camino. No queda otra que volver a lo escrito y encender el ordenata. Ha muerto Bobby Keys, saxofonista titular de los Rolling Stones. En ‘Brown sugar’ lanzó un solo tan brutal que coceaba las estrellas. Aprendió a tocar siguiendo a King Curtis. De adolescente conoció a Buddy Holly. Hizo la mili junto a Bobby Vee y Little Antohny. Cuando los excesos resultaron inasumibles incluso para sus bárbaros colegas abandonó la nave durante diez años. Su hoja de servicios es un quién es quién del siglo pasado. George Harrison, Dr. John, John Lennon, Eric Clapton, los Faces, Marvin Gaye, Warren Zevon, Graham Nash, Humble Pie o Lyndyrd Skynyrd, entre mil, contaron con sus servicios. Adiós al camarada de juergas de Keith Richards, pegamento nitroglicerina de «Let it bleed», «Sticky fingers» y «Exile on main street». Tenía setenta años, gastaba una barriga oronda, pelo cano y dedos con pólvora. Lo ha liquidado la cirrosis, de tanto champán sorbido en bañeras y tanto dry martini en aviones que cruzaban la duermevela de los niños que sueñan con los fuegos sulfúricos del rock and roll.

Anterior entrega de Un gusano en la Gran Manzana: Hacia la salvación entre vinilos y cienciología.

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