Un gusano en la Gran Manzana: Doc Pomus, el genio de la silla de ruedas

Autor:

 

«El pasmo que sentía el aguerrido público de los bares donde comenzó su carrera cuando subía al escenario un chaval minusválido, blanquito, y nada más agarrar el micro barría los cortinones con sus corajudas recreaciones del blues»

 

Compositor e intérprete. Castigado por la polio, actuaba en silla de ruedas. Admirado por los Beatles, Dylan, Elvis o Lou Reed. Ahora, un documental traza la historia de Doc Pomus. Un genio al que no hay que olvidar.

 

 

Una sección de JULIO VALDEÓN BLANCO.

 

 

La de Jerome Felder fue una vida singular, marcada por el hecho de que a un niño judío de Brooklyn, nacido en 1925 y maltratado por la polio, le dio por querer convertirse en cantante de blues. Primero cambió su nombre: así su madre no lo reconocería en los luminosos de los clubs. Ya como Doc Pomus grabó cincuenta canciones en sellos como Chess, sin demasiado éxito, y luego se transformó, solo o en compañía de Mort Shuman, en compositor de temas siderales. Anoten, entre otros, ‘This magic moment’, ‘Lonely Avenue’, ‘Surrender’, ‘A teenager in love’, ‘Viva Las Vegas’, ‘Marie’s the name (his lastest flame)’, ‘Suspicion’, ‘A mess of blues’, ‘Sweets for my sweet’, ‘Turn me loose’, o ‘Save the last dance for me’. Se cuentan por cientos los vocalistas y grupos que las han versioneado. Los Drifters, Dion, Elvis Presley, los Coasters, Ray Charles, B.B. King o Marianne Faithfull.

Cuando los niños de entonces querían ser vaqueros o astronautas, Pomus se bebió de un trago la música del sur. Aprendió de Big Joe Turner, reinó en las listas de principios de los sesenta junto a genios del calibre de Leiber y Stoller y penó cuando la la Invasión Británica y el ciclón Bob Dylan destruyeron el modelo del Brill Building. En la extraordinaria biografía de Alex Halberstadt, «Lonely avenue: the unlikely life and times of Doc Pomus», su autor explica el pasmo que sentía el aguerrido público de los bares donde comenzó su carrera cuando subía al escenario un chaval minusválido, blanquito, y nada más agarrar el micro barría los cortinones con sus corajudas recreaciones del blues. Esa fe en sí mismo, la brutal necesidad de reinventarse conjugada con su arrollador talento para escribir versos y melodías hechizados, empapados de inteligencia y gusto, hicieron de nuestro hombre un superhéroe. Irradiando luz desde las sombras conquistó la memoria sentimental de varias generaciones.

Un documental, «Aka Doc Pomus», estrenado estos días, recuerda al compositor de las muletas, al que ninguna maldita silla de ruedas alcanzó a silenciar. Desfilan por la pantalla sus hijos, su prima, su exmujer y su hermano pequeño, y críticos de rock como Dave Marsh o Peter Guralnick, y amigos y discípulos, de Lou Reed, que lee párrafos de sus diarios, a un Dr. John con el que colaboró cuando, a mediados de los setenta, regresó al negocio musical tras sobrevivir al ostracismo mediante partidas de póquer en su casa de la 72. Inolvidables las imágenes de súper 8 que alguien grabó en su boda. Asistes al momento en el que anima a su guapísima esposa a bailar con los invitados, o sea, el chispazo que inspiraría la cegadora tragedia, la hermosa dignidad comprimida en ‘Save the last dance for me’. Poco importa que el documental acuse cierta descompensación, la típica historia sin mácula que tanto cuesta tragarse, y eso que hablamos de un tipo generoso hasta el delirio, solidario con quienes empezaban en el negocio, gruñón pero siempre ayudando a los colegas menos afortunados.

Hermosos los cumpleaños que celebraba desde su silla de ruedas. Justos los tributos que en diversos momentos le rindieron John Lennon o el mismo Dylan. Impagables su colaboraciones con Willy DeVille. Estupefaciente, al fin, comprender que aunque sufrió el maltrato que las disqueras de entonces dispensaban a sus obreros, pero no tanto ni tan cruel como el vivido por otros, mucho peor le hubiera ido de debutar en 2013. Ni «‘This magic moment’ ni leches. No vería un dólar porque, amigo, yo no pirateo, comparto. Murió en 1991 y hubiera muerto hoy, dos o tres veces por semana, de vergüenza ajena.

Anterior entrega de Un gusano en La Gran Manzana: Los últimos días de Levon Helm.

Artículos relacionados