Un gusano en la Gran Manzana: Aprendan de los Grammy, aprendan

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«Ya quisiéramos en España, ya, unos premios donde, junto a los inevitables Sueño de Morfeo, Pablo Alborán y demás pasmarotes salieran Loquillo, Urrutia, Xoel López, Fito Páez, Mikel Erentxun, Cristina Lliso, Bunbury, Leiva, Ariel Rot, M Clan, Albert Pla, Calle 13 y Pájaro, y donde Los Evangelistas se marcasen un brindis por Enrique Morente»

Julio Valdeón Blanco, vio la gala de los Grammy y, encendido, escribe de urgencia este texto en el que compara los premios estadounidenses con lo que se acostumbraba a hacer aquí, aportando ideas y entusiasmo.

 

 

Una sección de JULIO VALDEÓN BLANCO.

 

 

Sé que escribí sobre el asunto ayer, pero… No puedo evitarlo. Tras contemplar la gala de los Grammy, algunas consideraciones, y una humilde propuesta.

La publicidad desespera: anuncios cada cinco minutos, a veces más largos que el propio segmento de los Grammys. Pero es el negocio. No hay otro.

El actual country mainstream apesta, en realidad se trata de una fantasía de algún compositor de Broadway que dijera, epa, voy a escribir un «Fantasma de la ópera» con aires levemente country. Por lo demás la cantidad de inopinados imitadores de Roxete (¿recuerdan? ¡Uf!) del pop actual, resulta una tortura.

Qué decir del virus de los concursos. Kelly Clarkson, que homenajeó a Patty Page y Carole King, mostró su ADN 100% «American idol». Gritos continuos que embarran lo oídos. En plan «Canto fetén y voy a demostraaaaaarlo». Prima en exceso el efectismo, lo epidérmico, lo fatuo, la sobreactuación, la prisa, el buffet cutre e hipercalórico.

Algunos parecían emperrados en sonar épicos. Más altos, más grandes. Imaginen remedos de un ‘Sunday bloody sunday’ donde solo se entonara el estribillo; encima, ay, sin el buen hacer de Bono y compañía, o sea, con canciones mucho peores que ‘Sunday…’. Influye, para mal, la orden de reducir el minutaje de las canciones, el convencimiento por parte de los realizadores de que el público sufre de déficit de atención y/o es retrasado.

No siempre funcionan los duetos, no digamos ya los tríos y otras perversiones. Aparte, Bruno Mars es un capullo y su ¿homenaje? a Bob Marley, una puta mierda. De los payasos de Maroon 5 o el vocalista de unos Fun vestido de Tintín ni hablo.

Así y todo la gente vio en horario de máxima audiencia a los Black Keys con la Preservation Hall Jazz Band y a Dr. John (que dicho sea de paso, estaba un poco comatoso, o incómodo) y a Jack White. Disfrutamos de un homenaje a Levon Helm con T Bone Burnett y Mavis Staples. Prince entregó un premio. Mumford & Sons o The Lumineers se lucieron. Frank Ocean recibió merecidos parabienes. Incluso actuaron Chuck D y LL Cool J. Jay Z hizo varias apariciones y cantaron Elton John y Sting (que se comió a Mars).

Al final la música, los músicos, por muy conservadores que sean los Grammy, son hoy portada en todos los periódicos en EE.UU. Copan Twitter y Facebook y, joder, los chavales frente a la tele tuvieron la oportunidad de murmurar, Uhhh, ¿Prince? ¿Public Enemy? ¿The Band? ¿Garaje? ¿Roots reggae? ¿Soul setentero? Eso es darle importancia a la música. Ayudar a su supervivencia, subrayar su legado, recordar géneros capitales, enfocar a gente necesaria. Con el añadido del nervio y el imbatible sentido del espectáculo «made in USA».

Ya quisiéramos en España, ya, unos premios donde, junto a los inevitables Sueño de Morfeo, Pablo Alborán y demás pasmarotes salieran Loquillo, Urrutia, Xoel López, Fito Páez, Mikel Erentxun, Cristina Lliso, Bunbury, Leiva, Ariel Rot, M Clan, Albert Pla, Calle 13 y Pájaro, y donde Los Evangelistas se marcasen un brindis por Enrique Morente y la caja del «Échate un cantecito» fuera galardonada y Nuevos Medios homenajeado por su treinta Aniversario con Raimundo Amador, Ketama reunidos para la ocasión, etc., dando candela sobre las tablas (ya vale de lloriquear porque las discográficas se hunden y luego no tener los cojones de reivindicar sus mejores y más cuidados exponentes, los sellos históricos, las box-sets cuidadas).

Hablo de unos premios en los que también se recordara a Chavela Vargas, a Enrique Sierra (Radio Futura), Luis Alberto Spinetta, Bernardo Bonezzi (Zombies), Benjamín Escoriza (Radio Tarifa), Manuel Madruga (Los Sirex), Juan Carlos Calderón y demás muertos ilustres de 2012.

Con telediarios, periódicos y radios, al día siguiente, tratando el asunto con la importancia que se concede a los Goya, etc.

Si SGAE, Promusicae y demás asociaciones quieren algo semejante harían bien en tomar nota.

Si aspiran a conjugar prestigio y audiencia, no transformarse en desfile de momios, no ser objeto de burlas impías en las redes sociales, o sea, si pretenden vender pero también convencer, deben evitar obsesionarse con lo que más discos despacha. Puedes mostrarlos, dado que atraen clientela, pero si dices que el mejor disco del año es obra de Melendi o Sergio Dalma, mal vamos. Los gringos conjugan negocio y relumbrón crítico. Ahí tienen, los últimos años, una lista de ganadores en la que figuran Amy Winehouse, Adele, Mumford & Sons, Arcade Fire, etc. En España, este año, que hayan vendido y no den náuseas, incluso que merezcan aplausos, encuentro a Serrat & Sabina (por su pasado, cierto, pero qué pasado), Estopa, Amaral, Miguel Poveda, Leiva o Love of Lesbian. Joder, denle algo a Alborán, pero no mejor disco. Si en nuestro país incluso los que alcanzan el número 1 de las listas presentan cifras patéticas entonces bien puede apostarse por artistas no sonrojantes. Encima, cualquier comparación entre, pongamos, Bisbal y Justin Timberlake, da pena. Incluso en lo comercial hay grados, oye. No es lo mismo una serie de la AMC que «Águila roja «, no sé si me explico. Además, con la promoción adecuada, y unos premios en condiciones bien pueden ofrecerla, lo que a priori se antoja marginal a lo mejor no es tanto. Consideren por lo demás los Oscar. Resulta que las películas más taquilleras de 2012 en EE.UU son «Los Vengadores», la última de la trilogía de Batman, «Los juegos del hambre», «El hobbyt», otra de la saga «Twilight», «Spider-Man», «Madagascar 3» o «Dr. Seuss, The lorax». Pues bien, ninguna se comerá un rosco frente a «Lincoln» (puesto 14), «Argo» (25), «Life of Pi» (28), «Zero dark thirty» (37), «Searching for Sugar Man» (164), «Amour» (168) o «The master» (119). ¿Acaso son los Oscar unos premios de arte y ensayo? No, pero tampoco sus responsables bobos. Decir que la gran cinta de 2012 fue «Twilight», o «Madagascar 3», no multiplicaría su audiencia, al contrario, sería un chiste.

 

«Es fundamental pensar en el mercado hispanoaméricano y estadounidense. Y evitar caer en los estereotipos latinos que nos cuelgan quienes nos desprecian»

 

Es fundamental pensar en el mercado hispanoaméricano y estadounidense. Y evitar caer en los estereotipos latinos que nos cuelgan quienes nos desprecian. Ya saben, la cumbre del flamenco fueron los Gipsy Kings o Los del Río y la de la electrónica ibérica Chimo Bayo, la mejor artista pop del momento es Shakira, etc. Traigan a Los Tucanes de Tijuana, a Lila Downs y a Vicentico, a Roberto Fonseca, al Instituto Mexicano del Sonido, Café Tacvba, La Chicana, etc. Piensen en gigantes como Charly García, Juan Luis Guerra, Rubén Blades, Flaco Jiménez o Litto Nebbia. No olviden la conexión brasileña y portuguesa (Djavan, Rodrigo Leão, Caetano Veloso, etc.). Recuerden que existen la salsa, el vallenato, el jazz-latino, el tango, el merengue, la cumbia, el bolero, etc. No fundan el presupuesto con Beyoncé o Coldplay. Para promocionar a los anglos se bastan ellos.

Los premios honoríficos son necesarios. María Dolores Pradera, que sacó producto en 2012, bien hubiera podido llevarse uno. Peret, que sigue imparable, otro. Qué tal recordar a Cecilia, de la que Rama Lama ha publicado una soberbia recopilación de inéditas. Hay que contar a los niños quiénes fueron Lone Star, Bruno Lomas o Los Brincos, y La Banda Trapera del Río, Los Elegantes, Ilegales, Pata Negra, Surfin’ Bichos y Chucho, Negu Gorriak o Claustrofobia. Celebrar que gente como Los Secretos lleva desde el 80 y Burning desde el 74, que José María Guzmán tiene nuevo y estupendo disco, rendir tributo a Vainica Doble, Carlos Berlanga o Labordeta, al Donosti Sound, o a Siniestro Total, eternos, al noise de los noventa, a mitos como Family y a francotiradores como Corcobado o Lapido (qué tal, de paso, ponerse de rodillas de una vez frente a aquel grupazo fue fue 091). Quique González, Nacho Vegas, Álex Díez (Los Flechazos, Cooper), Fangoria, Sr. Chinarro y, por supuesto, Extremoduro, arrastran público y tienen magníficos discos.

Procuren que entre quienes votan haya algo más que ejecutivos de majors y vacas sagradas. Denle voz a las independientes, a los periodistas especializados, a los artistas con pedigrí, a los clásicos y a los mejores de entre los nuevos.

Eviten el tufo casposo tan del gusto de nuestras televisiones. Cuanto más lejos de la tradicional gala, mejor. Los presentadores, aparte, deben de ser los propios músicos, no una modelo analfabeta y un contertulio de Ana Rosa Quintana. Entreguen los mandos a un director de cine. Hablen con Almodóvar, con Isabel Coixet, Juan Antonio Bayona, Rodrigo Cortés o Alejandro Iñárritu. Sean ambiciosos y olviden a los históricos hacedores de «Murcia qué hermosa eres» o a quienes le pergeñaban inenarrables vehículos de lucimiento a Raffaella Carrá. No reduzcan la música en español a una pasarela de cantantes melódicos o galanes de culebrón o estrellas de concursos de karaoke o esforzados chorras dando un pasito pa’lante, bulería bulería, un pasito pa’trás. Cuiden el producto. Valoren lo que tienen. Confíen en la inteligencia del respetable. Ah, la parafernalia tipo Circo del Sol no es sinónimo de buen gusto. Absténgase por tanto de llenar el escenario con trapecistas, magos, equilibristas, trapecios y fuegos artificiales.

Todo lo dicho se resume en: espabilen y, ya puestos, no nos avergüencen.

Anterior entrega de Un gusano en la Gran Manzana: Hablando de los Grammy.

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