Tulsa: “Estar en la barrera de la seguridad y a la vez reivindicar la libertad de expresión es poco ético”

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“Me interesan la duda y la contradicción más que las cosas dogmáticas y monolíticas”

 

Jagoba Estébanez entrevista a Miren Iza, con la que habla sobre la complejidad humana, de cómo afectan los festivales a los conciertos individuales y de la liberta de expresión, entre otras cosas.

 

Texto: JAGOBA ESTÉBANEZ.
Fotos: ALFREDO ARIAS.

 

Nominada al Grammy latino hace más de una década, y tras una notable trayectoria, Miren Iza (Hondarribia, 1979) se ha hecho un sitio entre los grandes cantautores del país, con un estilo muy particular y moviendo un público muy selecto. Escuchar a Tulsa es como leer a Houllebeq o Bukowski. Al principio te puede parecer deprimente, pero después te engancha y te enamora. Como dice Miren en uno de sus temas, son pequeñas embestidas que no matan.

Como Tulsa, debutó con un epé homónimo en 2006, para continuar con los elepés “Solo me has rozado” (Subterfuge Records, 2007) y “Espera la pálida” (Subterfuge Records, 2010). Magníficos discos al más puro estilo cantautor llenos de canciones que dejan huella, con un trasfondo melancólico que subyace en unas letras medidas a la perfección. En 2010 hizo una parada de unos tres años, en los que Miren emigró a Estados Unidos para ejercer su otra profesión, la psiquiatría. Cruzó el Atlántico, pero curiosamente volvió menos americana en lo que a música respecta. Tras facturar la banda sonora al corto “Ignonauta” (Subterfuge Records, 2013), editó en 2015 su tercer elepé, “La calma chicha” (Gran Derby Records). Un cambio de registro hacia tejidos electrónicos, que le sentaron maravillosamente, ya que sigue siendo un repertorio de canciones desgarradoras, de finales infelices y con mucha personalidad.

Y es en 2017 cuando alcanza el apogeo con su nuevo álbum “Centauros” (I*M Records, 2017), el mejor de su carrera, y elegido el número 15 del año por nuestra revista. De nuevo consigue hurgar en lo más hondo de nuestros corazones. Con abundancia de sintetizadores nada invasivos, la guipuzcoana materializa unas ideas que plasma con precisión y magnetismo.

Quedo con ella a media tarde para hacer una entrevista de una forma distendida, y enseguida percibo que Miren es una mujer radiante, que rebosa personalidad y cultura, además de una mezcla inexplicable entre ternura y aspereza.

 

He leído en varios medios que tu música es triste, ¿estás cansada de ello?
Tenemos umbrales diferentes de tristeza cada uno, y más con la música, ¡que es algo tan emocional! A mí una música triste me puede parecer esplendorosa y me da alegría. Esto me suele pasar mucho en las grabaciones. A veces llevo algo que a mí me parece luminoso y positivo, y me dicen: “Miren, ¡estás fatal!” (risas).

 

¿Te molesta?
Me molesta un poco, porque no sé qué decir. Me da rabia no satisfacer a la gente, porque me recriminan algo contra lo que no puedo hacer nada. Y a parte es un comentario un poquito superficial y facilón. Pero bueno, en el fondo me hace reflexionar.

 

“Espera la pálida” es un claro ejemplo de lo anterior.
Totalmente. Con los años he visto que era un disco bastante duro en ese sentido, es el más deprimente. Un disco muy sobrio, quizás demasiado, no es nada amable. Y ahora mismo no quiero volver a hacer eso.

 

Queda claro.
Cuando me lo dicen en serio y con cierta profundidad sí que tomo nota, y le doy vueltas. Si me lo dicen como cliché, desde luego que no, no le doy ningún tipo de importancia.

 

Pero a pesar de letras similares, “Centauros” es otra cosa. Son canciones de brillantes melodías y atisbos electrónicos que hacen mover el esqueleto tras una atrayente voz. Ahora, con esta evolución que ya empezó a notarse en “La calma chicha”, tu música resulta incluso más adictiva que antes, con los sintetizadores, sin dejar de lado los instrumentos. ¿A qué se debe dicho cambio?
Añadí los sintetizadores para aumentar los juguetes y disfrutar más. Ése es el punto de partida. Después me di cuenta de que los “sintes” te dan la oportunidad de meter muchos elementos de una manera muy sencilla, porque tienen infinidad de registros diferentes. Entonces lo que antes se podía hacer con una orquesta de cuerdas, vientos, etc. ahora lo consigues con algo muy pequeñito. Con este mundo lleno de posibilidades de producir las canciones me lo he pasado muy bien. Ángel, Charlie y yo hemos sumado elementos con el objetivo de vestir las canciones de otra manera, y mucho más.

 

Siempre me atrae mucho la composición. En tu caso, ¿compones desde una melodía y después escribes la letra, o musicas letras?
Pues cada canción sale de manera diferente. Pero yo creo que, en las buenas, letra y melodía vienen a la vez, no hay dudas de que ya existen en tu cabeza y tú las descubres. La “idea nuclear” de la canción viene sola. Luego tengo anotaciones de letras, ideas que quiero tocar, y melodías por otro lado. Es una labor de recopilar todos los elementos que tienes, en las notas del móvil, en la grabadora, en cuadernos. A revisar y a ver qué sale.

 

El final de ‘Venda, vendita, venda’ me parece muy bueno, seguro que ahí ya tenías la melodía antes que la letra. ¿Es así?
Pues sí, mira, estaba la melodía durante mucho tiempo, sola, y luego le fui añadiendo la letra, cosa que la verdad me costó bastante.

 

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“A pesar de humanos, somos centauros. Pero somos animales racionales y afortunadamente podemos reflexionar”

 

“Todo el mundo habla mal de ti, eso habla muy bien de ti”. Así comienza “Centauros”, claro y directo como una puñalada al corazón. ¿Por qué “Centauros”?
“Centauros”… (piensa un rato) “Centauros”, porque tú también lo eres. Somos seres híbridos. La duda, la contradicción, es lo que me interesa, más que las cosas dogmáticas y monolíticas, la verdad. Entonces era una forma de atacarlo, y a la vez reivindicar esa dualidad de no tener las cosas claras.

 

Pero ellos eran bárbaros, ¿no?
¿Los centauros? Bueno, eran guerreros. ¿Por qué?

 

En el fondo son animales, con bajos instintos y esclavos de las pasiones animales. Entiendo que no podrían controlar sus impulsos como lo hacemos los humanos.
Apela a eso, claro. A la doble naturaleza, el humano que alberga todavía el animal. Pero sobre todo yo reivindico lo bastardo, también. Como paraguas conceptual me servía para encajar el disco, hacer una canción tipo chanson francesa, luego una más krautrock….

 

¿La sociedad sigue siendo bárbara, o somos seres frágiles y reprimidos para tanta responsabilidad?
Pues sí. A pesar de humanos, somos centauros. Pero somos animales racionales y afortunadamente podemos reflexionar. Lo que pasa es que a veces no se hace demasiado bien, no estamos muy lúcidos. Individualmente lo sabemos, y colectivamente, también. Entonces entramos en fases de más oscuridad, y de más animalidad, claro.

 

¿Oscuridades?
Son oscuridades que se contagian, en lo colectivo todo se contagia. ¿Sabes? Los enjambres de abejas tienen personalidad propia. Hay enjambres que son más ansiosos, otros más melancólicos. Esto es igual: una sociedad puede ser inteligente o estúpida, son estilos que se van contagiando y se organizan en función de una chispa que salta y se extiende súbitamente. Y también por ciclos, la misma sociedad puede ser muy inteligente en una fase, pero después muy estúpida en la otra.

 

¿Te sigues dedicando a la psiquiatría, no?
Sí.

 

Y tienes tiempo para todo. En doce años has sacado cinco discos, con un largo parón entre medio. Nada mal. ¿Trabajas con fechas?
Sí, hubo un parón grande, y después cogí carrerilla, por lo visto.
Pero no trabajo con fechas. La verdad que lo intento, porque no me gusta parar y quiero estar siempre activa, pero por otro lado cuando me intento imponer un marco temporal, lo incumplo sistemáticamente. Entonces, me siento mal. Así que me digo: “Cuando lo haga, lo haré”. Me rebelo constantemente.

 

No sabes quién eres, no sabes qué quieres, centauros, antipatía… Yo, personalmente, siempre he tenido la sensación de que tus álbumes son autobiográficos. ¿Es así?
(risas) Bueno, claro… Sí, “autoficción” que dicen ahora. Hay elementos míos y elementos inventados.

 

‘Oviedo’, por ejemplo.
Ese era el punto confesional. No había ningún tipo de filtro entre lo que me pasaba y la canción. Y al final con los años vas poniendo más obstáculos para hacer la letra más interesante, más compartible. Aunque al final lo más íntimo es lo más universal, pero bueno.

 

En tus canciones primero destrozaste Oviedo, y ahora Bilbao, ¿qué te pasa con las ciudades del cantábrico?
(Risas) bueno, Brooklyn también, y Madrid en ‘Los amantes del puente’. En realidad lo que hago es situar las canciones en un marco geográfico. Es un truco, porque estás cantando, pero a la vez el que oye ya se imagina una ciudad fácilmente, con una palabra. Matxitxako, por ejemplo, ya te sitúa en el lugar rápidamente. Me gusta añadir esa topografía en las canciones.

 

También has hecho tus pinitos en el séptimo arte con “Los exiliados románticos”, e “Ignonautas”. ¿Qué proyectos tienes entre manos?
Lo mío es hacer canciones, eso lo tengo muy claro. Luego me van saliendo cosas. Si me saliera una película, sería feliz. Por ejemplo, ahora una amiga me ha encargado una canción para un monólogo. Como convives con gente que también está haciendo cosas, hay un diálogo constante y van apareciendo encargos, oportunidades, tareas nuevas… y eso me encanta. Me encantaría sacar un libro, pero no sale. Me gustaría intentarlo en serio, pero no sé si lo haré. En novelas soy muy mala, y cuando he hecho intentos no me ha gustado nada. Además, sinceramente, no tengo talento para escribir.

 

Pues creo que eres una gran letrista, Miren.
Pero son canciones, ese es mi lenguaje, y no narrativa. El libro da cabida a reflexiones más largas, desarrollos, y no se me da bien.

 

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“Los macro festivales me parecen una forma horrenda de aproximarse a la música”

 

(Esta entrevista se hizo días antes de las elecciones por la junta directiva de la SGAE). Hablando de artes, el día 26 de octubre hay elecciones por la junta directiva de la SGAE. ¿Cuál es tu postura al respecto?
Una pena horrible. Es horroroso lo que ha ocurrido. Yo he ido a dos asambleas para ver qué era eso, y parece una junta de accionistas. Para empezar, no tienen nada que ver conmigo ni con nadie que yo conozca. Están ahí como a otra cosa, es muy deprimente, y a la vez está bien para que nos demos cuenta de que nos toca encargarnos de que las cosas se hagan bien, que cuiden de los creadores, y no para que cuatro se lleven la pasta.

 

¿Y el tema del voto electrónico?
Una vergüenza, deberíamos rebelarnos todos los socios de la SGAE. En la última asamblea a la que fui se reprobó la gestión actual, y no por la gente que estaba allí, sino porque mucha gente pudo votar desde casa, por eso lo han quitado, porque no les favorece. Esto de querer prohibir el voto electrónico es una vergüenza, deberíamos ir todos en masa a votar donde sea que se vayan a reunir. Hay que hacer un llamamiento a un voto presencial en masa.

 

Caso Saga, caso rueda de las televisiones, una baja representación de mujeres entre los socios…
Es un drama. Una cosa tristísima. Por si no tuviéramos suficiente, con lo difícil que está todo: los cachés, el alquiler de salas… la gestión, quien se supone que debe defendernos, ya sabes cómo está. De hecho, creo que de ésta va a pasar algo. O nos vamos todos si siguen con esta actitud y creamos algo, o conseguimos que se vayan, claro, para arreglarlo.

 

¿Cómo?
La pena es que está todo ya muy montado, tienen una estructura muy sólida y montar algo es muy costoso, y requiere de experiencia.

 

¿Hay solución al modelo actual de festivales? Los cabezas de cartel cobran mucho en comparación con los más humildes, que casi pagan por tocar.
Los macro festivales me parecen una forma horrenda de aproximarse a la música. En realidad, fui con 18 años al FIB y fui feliz, estaba extasiada. Pero ahora que conoces lo que hay detrás, y que encima se han cargado el público de salas, es una pena. La gente no tiene dinero para todo, se gastan 100 euros en el festival de turno y ya está, pero nunca será lo mismo. Dos conciertos pequeños, o tres, te van a cundir más, el artista va a hacer su concierto de manera íntima, y a hacer su set completo.

 

¿Hay que educar al público? La gente joven está acostumbrada a los festivales.
Es una cadena de cosas. Para empezar, en Madrid no se puede tocar fácilmente, tienes que alquilar la sala, programarte… no como antes, que había un bar pequeño donde tocar. Entonces, los jóvenes no tienen esa exposición a la música tan natural que teníamos nosotros, en la época más vibrante de tu vida, donde eres una esponja. Un festival está varios peldaños más arriba, y hay veces que son muy caros, y además, algunos un desastre.

 

¿Cuál es el que más te gusta?
El mejor festival al que yo he ido este año es el Tomavistas, en Madrid, en el parque Tierno Galván. Lo hace José Gallardo, y es genial, cómodo, a nivel de todo, y de cómo contrata los músicos. Optaría a que prosperasen este tipo de festivales, y no los otros. No es normal que haya 200 grupos en el cartel y toquen varios a la vez, a veces los solapamientos es una cuestión de llenar. Un cartel lleno de nombres, con pocas cabezas de cartel y luego debajo todo equis. “Por 100€ voy a ver 200 grupos”, dirán algunos… pues no, realmente vas a ver dos. Hay promotores que lo hacen desde el amor a la música, compartiendo la música en verano, en un entorno diferente, y así son el Tomavistas, el VIDA en Vilanova i la Gertrú… Carteles sencillos, sin saturar con demasiados grupos.

 

Pero tocas en ellos.
Este año lo he hecho. Los músicos quieren ir, nos pagan, el sello también quiere que vayas… no voy a ser la rara. Pero el año que viene, si no me llaman seré igual de feliz. ¡En el FIB nos cortaron de repente y le agarraron al batería de las manos!

 

Hablemos de libertad de expresión. Como letrista, ¿te has autocensurado alguna vez? ¿Has recibido una cesión externa?
Externa, no. Autocensura… no porque fuera a venir la fiscalía, sino la fiscalía del mal gusto, a lo mejor (risas). De hecho, yo creo que es momento de arriesgar, tendríamos que estar todos arriesgando a la vez. Porque el compromiso sin riesgo es muy raro. Son momentos muy delicados, no podemos estar comprometidos con todas las causas y no arriesgar. Estar siempre en la barrera de la seguridad y a la vez reivindicar la libertad de expresión es poco ético. Me parece un momento muy chungo. Que no podamos hablar de Dios, de una religión libremente, de una canción, de terrorismo… ¡de lo que sea! Es muy grave. A veces me digo que debería hacer canciones con riesgo, pero que también poéticamente tengan sentido.

 

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