Tu piel es la galaxia, de José Domingo

Autor:

DISCOS

«Uno de los autores españoles más singulares, con un mundo propio que tanto bebe del rock anglosajón como de Sisa o de su tío Pep Laguarda»

 

José Domingo
Tu piel es la galaxia
AUTOEDITADO

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

El nuevo trabajo de José Domingo, a pesar de ser calificado como «un disco de ciencia ficción», remite desde su título –Tu piel es la galaxia– a un tópico renacentista de tan marcada difusión que explica todo un periodo, el del microcosmos como un reflejo exacto y cabal del orden cósmico. Es decir, la armonía con que se visten la actitud y el espíritu del hombre no es más que un reflejo de un macrocosmos que es a la vez fuente y modelo. En palabras del siglo XXI, el placer y la felicidad vienen de que el universo es una estructura perfecta, y de ello bebemos.

Algo de ello hay en las canciones de este gerundense que proveniente de la banda Psychoine lleva más de diez años de carrera en solitario. En ella, desde discos acústicos al principio, va escorando a una mezcla de psicodelia –en mayor medida– y folclore que poco a poco va acogiendo más estilos, haciéndolos suyos para encajarlos en dinámicas mediterráneas que llegan hasta este sexto álbum que es a la vez compacto y ecléctico.

Compacto, porque se trata de una obra narrativa que relata la relación entre un ser humano y un extraterrestre que busca en la tierra qué es eso del amor, y ecléctico porque su andamiaje sonoro se compone de todos los estilos reseñados, con algunos guiños a maestros del género como David Lynch o Stanley Kubrick, o al cómic, puesto que son nueve viñetas que cuentan la historia de este alienígena en busca del asentimiento.

El título de las canciones ya enlaza con este ideario narrativo de sesgo pulp. La primera, “Vengo del futuro”, es un caramelo soul con aire sofisticado, tempos medidos y atercipelados y momentos de crudeza en los solos. Nos damos cuenta que es un entramado que nos abduce y que en “Tu piel es la galaxia”, también envolvente, se convierte en futurista, con paisajes secos y mecánicos tras un violín que serpentea.

“Nada de nada” es una mezcla extraña. Con percusiones hechas de chispas, teclados lisérgicos y guitarras llenas de lentitud, su melodía se construye a la manera de los standards clásicos. Es la canción que hubiera hecho Nino Bravo, si el destino hubiese querido que todavía viviera.

Tras esta introducción, los parámetros cambian levemente. “Te veo brillar” es una balada mucho más minimalista, con un halo de misterio, de bosque oscuro modelado por redobles de percusión, una dosis de misterio que acrecienta la sugerente voz de Mariona Aupí, que ya en Fang era capaz de crear estos paisajes. También oscura es “Todo lo que dices está bien”, que recuerda a la onda siniestra de los años ochenta y a esos grupos que retrataban estampas lúgubres como Décima Víctima o los Alphaville españoles. Y también oscura –al contrario que su título– es “La luz”, esta vez con toques de western crepuscular, muy a lo Ennio Morricone.

Nuevo cambio de tercio en “Me estoy elevando”, con un bajo insistente y un aire soul y freakbeat que despeja el panorama. Es incluso bailable, con un solo galáctico y toda la potencia de la música de los sesenta, hasta acercarse a Sly and the Family Stone. Es el punto álgido del disco, aunque el bajo en “Aguas” no deja de ser insistente, pero para acompañar a un decorado más líquido, evanescente, que desemboca en el tono oriental de “Pintan calaveras”, con algún parecido al “China girl” de Iggy Pop y Bowie. La frialdad de la voz también se acerca al glam más elegante y gélido e introduce un final obsesivo, en bucle.

Se trata, sin duda, de uno de los autores españoles más singulares, con un mundo propio que tanto bebe del rock anglosajón como de Sisa o de su tío Pep Laguarda. Un mundo que aquí desborda en argumentos propios de serie Z, sostenidos detrás por un efectivo y cuidado andamiaje sonoro.

Anterior crítica de discos: Electricity, de Ibibio Sound Machine.

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