“Trump: Ensayo sobre la imbecilidad”, de Aaron James

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“El libro de James es, además del retrato incandescente del Trump personaje, un valiosísimo manual para lidiar con imbéciles”

 

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Aaron James
“Trump: Ensayo sobre la imbecilidad”
MALPASO

 

Texto: ÓSCAR GARCÍA BLESA.
El otro día debatía con un estudiante el poder brutal que ofrece un insulto utilizado con el tono justo en el momento adecuado. Para mi sorpresa, el joven, al que como mínimo doblo en edad, defendía el vigor dañino de palabras francamente desfasadas y que, honestamente, a mí ni cosquillas, oye. Mentó “hijo de puta” (con el infantil argumento de “métete conmigo, pero no con mi madre”), el polivalente y por ello indoloro “gilipollas” o un “cabrón” inofensivo que a día de hoy hiere igual que armamento de fogueo. Traté de convencerle de la insuperable corpulencia de la palabra “imbécil”, el nivel Master Pro en lo que a ofensa descriptiva se refiere.

Todo esto viene al hilo del lanzamiento del libro “Trump: ensayo sobre la imbecilidad” (Malpaso 2106), un trabajo deslumbrante concebido por el doctor en filosofía por la Universidad de Harvard Aaron James. El profesor James necesita poco más de 120 páginas para alumbrar de manera convincente una didáctica teoría sobre la imbecilidad y el peligroso poder del imbécil, protagonizado en su libro de manera monográfica en la figura de Donald Trump. También aparece Kanye West (otro ilustre imbécil para el autor del libro), aunque a años luz del candidato a presidente.

Qué Trump es un imbécil es cosa bien sabida, incluso por sus más devotos admiradores, que de hecho lo admiran precisamente por eso. Y Aaron James apenas dedica tres lineas a confirmar su imbecilidad. Lo es y punto. Pero, ¿qué tipo de imbécil es?, ¿cuán peligrosa es su majadería?, ¿está el mundo al borde de un gran colapso? Responder a esas preguntas es precisamente la labor que pretende desentrañar James con su libro, y uno, al finalizar su lectura, encuentra un buen número de respuestas.

Europa ha crecido rodeada de bufones jugando a ser políticos, como Silvio Berlusconi. Circunscribiéndonos a España y exclusivamente a la etapa democrática (y obviando el sainete gobernante actual), por la España política post franquista han paseado elementos extraídos directamente de un capítulo de Benny Hill. ¿Acaso alguien no recuerda a Jesús Gil en su jacuzzi dirigiendo los designios de Marbella? ¿Olvidamos que Ruiz Mateos fue eurodiputado en 1989? ¡Si hasta Mario Conde se presentó a la presidencia del gobierno liderando la candidatura del CDS! Hay más, aunque creo que estos tres ejemplares alfa ilustran a la perfección los sinuosos ríos de las cloacas políticas.

El caso, y parece que aquí hay unanimidad global, es que al pensar en estos especímenes domésticos vienen a la cabeza multitud de apelativos (y ninguno especialmente benévolo), pero seguramente imbécil no estará entre los primeros (hagan el ejercicio). Ahí con Trump no hay duda. Sin embargo, después de leer el tratado de Aaron James a uno le entra cierto escalofrío cuando demuestra de manera convincente por qué debemos tomarnos muy en serio el problema de la imbecilidad.

Regresemos un momento al inicio de este texto, la importancia de las palabras. Existe cierta tendencia a confundir un imbécil con un idiota, o incluso con un estúpido. Pero créanme, no son lo mismo. El estúpido suele ser desconsiderado por sistema, producto de su escaso sentido común, aunque no duda en disculparse llegado el caso. El idiota es idiota por su ignorancia, es consciente del acto que está llevando a cabo y sin embargo lo realiza de todas formas. Lo hace porque no le da para hacer un acto más inteligente, sencillamente no da para más. En cambio, el imbécil es plenamente consciente del acto que está realizando. El problema, y ahí estriba su peligrosidad, es que lo ha planeado y ha desarrollado estrategias para ascender socialmente a base de imbecilidades. El acto de imbecilidad, a diferencia del de la idiotez o estupidez, está orientado a la aceptación de los que considera sus pares. Es decir, va dirigido hacia un grupo específico. Y aquí es cuando saltan las alarmas: ese grupo especifico tiene forma de decenas de millones de votos. Poca broma.

Por dejarlo claro: Donald Trump es el tipo que se salta el turno en la cola del supermercado a pesar de no tener prisa. El que habla a voces por el móvil en el ascensor cuando está lleno de gente. Es el tipo que te pita con el claxon en cuanto el semáforo se pone en verde, alguien capaz de cruzar tres carriles sin usar el intermitente para aparcar en una plaza de minusválidos. Trump es de los que te roba el taxi en un día de lluvia y luego te hace una peineta desde dentro. Y lo más asombroso de todo, es el candidato a la presidencia de los EEUU.

El libro de James es, además del retrato incandescente del Trump personaje, un valiosísimo manual para lidiar con imbéciles. No lo escondamos, todos conocemos a un imbécil y debemos convivir con ello. Y en menor o mayor medida hemos aprendido a hacerlo: ese jefe déspota siempre con mirada condescendiente, el compañero pelota y/o traicionero, ese amigo presumido que aprovecha tu debilidad para sacar pecho. Asumámoslo, imbéciles los hay en todos lados, la diferencia es que no les imaginamos aspirando a ser presidentes del gobierno. Donde Aaron James da en del clavo es cuando se plantea por qué Trump, ¿acaso no había disponibles más imbéciles? Y, sobre todo, ¿por qué elegir al mayor de ellos?

Su lectura es vertiginosa, literalmente sus páginas se devoran en una sentada. En mi parte favorita del libro James no escatima en detalles cuando describe a la clase política. Según él, los políticos (en general, de cualquier partido, en cualquier país) creen que su mierda no apesta. Trump es distinto. El está metido en la mierda hasta el cuello y sigue siendo rico, y lo hace sin perder el rubio de su pelo ni el rosa de su cara. Es decir, justo lo que necesita el votante norteamericano.
El autor acierta al descubrir las claves del éxito de Trump, o lo que es lo mismo, ¿como demonios un personaje así ha llegado a ser candidato a presidir los Estados Unidos? Sencillo: los políticos mienten, todos. Y Trump también, por supuesto. Pero a diferencia de los políticos de “oficio”, él miente sinceramente. ¡Claro que suelta embustes cada cinco minutos!, pero son las mentiras que lleva contando desde siempre, las que todos conocen, por lo que, y aquí viene la gran paradoja, no existe sensación de que te esté engañando.

En definitiva y a las puertas de unas elecciones, “Trump: ensayo sobre la imbecilidad” resulta una lectura obligatoria. James concluye el libro con dos afirmaciones que nos dejan pensando. En primer lugar, Trump ha llegado hasta dónde ha llegado por que millones de norteamericanos piensan exactamente igual que él. Y dos: es un imbécil, pero podría este no ser su peor defecto.

 

 

Anterior crítica de libros: “In-Edit, Made in Barcelona”, de Toni Castarnado.

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