Todas las canciones tristes, de Summer Pierre

Autor:

LIBROS

«La historia contiene una esperanza conmovedora, una esperanza de descubrir el pasado y descubrir el futuro»

 

Summer Pierre
Todas las canciones tristes
LIBROS WALDEN, 2021

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

La primera virtud de la novela gráfica que publica Libros Walden es hacerme descubrir un disco, si no excepcional, sí acogedor y enormemente cálido, en la estela de Tracy Chapman, por ejemplo. Se trata de Far from here de Summer Pierre, editado en 2004 dentro de la escena folk que se movía por pequeños clubs de cantautores de Boston. Quince años después, Summer es autora de cómics y todas las vicisitudes que vivió en aquellos años le sirven para modelar una historia que es un espejo de esa época en esa ciudad y el reflejo de su vida. Tanto una como otra disponen de dos partes bien diferenciadas en el texto. Ambas usan canciones tristes, ambas usan tristeza para las canciones.

La obra, con saltos cronológicos constantes pero cohesionados, comienza en 2017. Summer está intentando escribir un cómic sobre música y el trabajo no avanza. La trama ha perdido fuelle y gas. Pero siempre hay un motor de reserva; mira a su alrededor y ve esas cintas de casete que grababa en su juventud con las canciones que nos producían sensaciones, cintas destinadas a las personas que quería o a las que quería querer, cintas que le dedicaban, cintas que se dedicaba ella misma.

Yo, como todos, también grababa en esas cintas. Las grabábamos para acompañar nuestra vida, así que nuestra vida se conserva en esas cintas. Muestras de cariño para amigos y familiares, sin más afán que exponerle cómo éramos. La protagonista del libro incluso graba una para sus padres, que no entienden nada y llegan a preguntarle qué les quiere decir cuando incluye “Little red Corvette”, de Prince.

Era la época en la que Liz Phair arrasaba con Exile in Guyville, y escucharla fue la epifanía que le llevo a asociar chicas y guitarras, así que se compra el instrumento que le permite tocar en bares de Boston. Esta es la segunda parte de la novela en la que ya no son importantes las canciones y las cintas sino sus canciones y sus relaciones. También hay una segunda epifanía —tras la luz de la artista, la luz de la canción—: escucha a un compañero cantar “Just like heaven” de The Cure.

Es una segunda parte que se centra en sus relaciones amorosas, infidelidades y psicólogicas. Si en la primera el embrujo de las canciones la hacía acogedora, en esta el desembarco del amor la hace más impactante. Sin querer hacer un estudio sociológico, con el tiempo uno tiene la impresión de que en esos años noventa las relaciones amorosas fueron especialmente difíciles, mucho más que en las décadas contiguas. El amor era entonces la cosa más brillante y más extraña del mundo, y esto quizás se lleve a la disposición gráfica de las páginas, en blanco y negro pero con múltiples viñetas llenas de luces extrañas, que parecen surgir del mismo interior de los personajes.

Aun así, la historia contiene una esperanza conmovedora, una esperanza de descubrir el pasado y descubrir el futuro. La misma que puso en su disco y la misma que puse yo al descubrirlo. Ese impulso de ir siempre hacia delante, que mientras no se vaya ni nos abandone, supondrá que seguimos vivos.

Anterior crítica de libros: Grandes festivales vol. 1, de Liberto Peiró.

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