DISCOS
«El disco es un cuento que debería ser clásico. Un cuento hecho con canciones de singular belleza»
Brian d’Addario
Till the morning
HEADSTACK RECORDS, 2025
Texto: CÉSAR PRIETO.
Brian d’Addario, la mitad de The Lemon Twigs, ese grupo que nos fascina por el perfecto uso de lo más emocionante del pop de los sesenta —aunque son rabiosamente actuales— ha editado su primer disco en solitario, tras el quinto álbum del dúo. En realidad, no es tan en solitario, puesto que su hermano menor Michael —la otra parte del dúo— produce, escribe alguna canción alimón, hace coros y hasta coloca su voz solista en algunas canciones.
Quien lo escuche, notará que, básicamente, adopta las hechuras del dúo en lo musical, aunque quizá sea más acústico e intimista, pero en el contenido es mucho más personal. La soledad, la pérdida y el amor campan a sus anchas por las letras. Estas confesiones emocionales no impiden que, en ocasiones, haya ejercicios luminosos —aunque con letra bastante oscura— como en la canción que da título al álbum y lo abre. Es tan floreada como la portada, con arreglos sencillos y efectivos, que se resuelven con una bonita melodía de órgano y un fundido final.
Se ha calificado el disco de “country barroco”, y la verdad es que country hay. En “Nothing on my mind”, por ejemplo, con armonías más definidas y una capacidad impresionante para engarzar melodías y felicidad. Pero no concluye aquí el disco, hay más vectores. “Song of everyone”, por ejemplo, recoge la tradición de los cantautores de los sesenta, esos que con una acústica definían el universo. Es la primera de las dos letras de Stephen Kalinich, antiguo colaborador de los Beach Boys en los sesenta. O sea, una conexión más directa en sus influencias. Kalinich también compone la letra de “What you are is beautiful”, con una acústica que, tras casi medio minuto de introducción, se abre a un falsete con melodías que a veces tienen algo del “Across the universe” de The Beatles, a veces algo feérico y una letra que es una serenata clásica a la amada.
El de “Only to ease my mind” es un tono menor, folk intimista y sencillo, y recoge varios caudales: el de un Brian Wilson invadido por la melancolía, una Incredible String Band sin trucos o un Donovan en estado de gracia. La melodía no deja de acariciarnos, con una ruptura de las aparentemente amistosas, pero que resulta devastadora. También recoge toda la esencia del pop “One day i’m coming home”, con su inicio a lo David Bowie, casi sinfónico, para pasar a convertirse en una balada country que va creciendo entre lo rugoso, lo celestial y lo lúgubre.
Entre esos vectores, se cuela incluso una proclama política, “Useless tears”. Su inicio orquestal se mantiene durante toda la canción, con unas cuerdas que conducen una pequeña sinfonía, plagada de maravillosos arreglos. Sus palabras son una reflexión sobre los problemas de clase y la pobreza endémica, que no abandonan nuestra sociedad. D’Addario condena al poder y a la explotación, que se esconden mientras aparentan crear amable una cordialidad.
“Company” es minimalista al principio, pero poco a poco va cogiendo cuerpo y la guitarra eléctrica y los sintetizadores Moog crean un entramado que parece de musical o de una antigua película en blanco y negro. Es curiosa la presencia de teclados en el disco. “Flash in the pan” es una autorreflexión por parte del narrador, lleno de crudeza y a la vez consciente de sus fallos, que pide una segunda oportunidad. El sonido de un aparente clavicordio en el puente —es un piano grabado a media velocidad— da prestancia a la canción.
La última canción del disco es «Spirit without a home». El inicio al piano le da un aire de nana. Poco a poco se van añadiendo una percusión de metrónomo, guitarra y coros para abrir la canción, como un cielo que fuera desvaneciendo nubes. Se trata de un emotivo homenaje al tío de D’Addario, que padecía Alzheimer, y que se recuerda con un dolor que se trasmite a la voz, a la canción, al silencio final de un disco que no es más que un cuento de fantasía, como anuncia su deliciosa portada retro en la floreada casa que debe de ser de un elfo.
Porque el disco, sí, es un cuento que debería ser clásico. Un cuento hecho con canciones de singular belleza. Las hay que recuerdan a los Byrds, otras a The Everly Brothers, cuerdas a lo “Eleanor Rigby”, mucho Beach Boys, teclados que comentan emociones, punteos con reverb, que ofrecen la electricidad de una tormenta. Todo arreglado y perfilado de manera exquisita, como una primavera que aparece colorida y feliz.
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