The Clash en su alianza con Jamaica y la música caribeña

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«La banda inglesa que luchaba en la trinchera del punk rock y disparaba letras incisivas, encontró en el reggae una nueva forma de resistencia»

 

La banda de Joe Strummer hizo de los códigos del reggae, el ska y el dub una forma más de expresarse desde su inherente espíritu combativo, pero incidiendo en la diversión y el baile. María Canet ahonda en esta vertiente de The Clash.

 

Texto: MARÍA CANET.

 

La rebelión puede hacerse rasgando las cuerdas de una guitarra, pero también bailando. El objetivo es lograr movimiento, cambios. Esa filosofía caló en The Clash desde sus orígenes y cristalizó, a lo largo de su discografía, mediante la fusión de dos universos sonoros: el punk y el reggae. Dos géneros tan dispares en lo musical como hermanados en la lírica para los que rebelarse era un deber.

La fascinación de Strummer y compañía por el reggae, el dub o el ska latía ya en sus inicios. En el Londres de finales de los setenta, momento en el que despegó la banda, coincidían punks y rastafaris. Ambos provenían de los márgenes de la sociedad y plantaban cara al auge del fascismo (que abogaba por la deportación de los inmigrantes de color) o a los abusos del neoliberalismo económico. La incendiaria capital británica se convirtió en el escenario propicio para el surgimiento de movimientos contraculturales como el “Rock Against Racism”, que luchaba contra el racismo y la xenofobia a través del punk rock. Por su parte, reggae, dub o ska también protagonizaron una efervescencia artística que influyó en conjuntos británicos como The Specials, Madness o The Police.

Los Clash, sin embargo, fueron los mejores embajadores de esa unión entre la rabia que desprendían las guitarras y la distendida sensualidad que llegaba desde el Caribe. La banda inglesa que luchaba en la trinchera del punk rock y disparaba letras incisivas, encontró en un ritmo reposado como el reggae, una nueva forma de resistencia. En su debut (The Clash, 1977) ya incluyeron una versión de “Police and thieves”, clásico reggae de Junior Murvin, o el sencillo “(White man) In Hammersmith palais” de 1978. Los dos estilos musicales se fusionaban para erigirse como altavoz contra ciertos abusos y reivindicar derechos, como ocurre en su elepé más emblemático London calling (Epic Records, 1979) que incluye composiciones como la festiva “Wrong ‘em boyo”, con protagonismo de los vientos que conectan con el ska, o “Armagideon time”, del artista jamaicano Willi Williams y que fuera cara B de “London calling”, en la que respetan el poso reggae original.

Mick Jones Tras la primera visita a la isla, realizada por Joe Strummer y Mick Jones en 1978, la banda regresaría en 1980 para grabar parte Sandinista! (Epic Records, 1980) en los estudios Channel One. Un ambicioso triple álbum donde la impronta de los ritmos afrocaribeños es más evidente que en sus anteriores trabajos, especialmente en cortes como “One more dub”, “If music could talk” o “Version city”. Para la ocasión, rescataron un tema tradicional jamaicano, “Junco partner”, en una vertiente dub. El elepé no solo bebe del reggae a nivel melódico, el poso de protesta y denuncia inherente al rastafarismo atravesaba las composiciones. La mayoría de la gente recalaba en la isla en búsqueda de paradisíacas playas en las que descansar, pero Joe Strummer encontró allí una nueva forma de combatir: «el reggae es la música de la rebelión. Nos enseñó a usar el estudio como un arma», afirmaría el líder.

Los británicos se rodearon de figuras insignia de la música jamaicana como Lee “Scratch” Perry, que tomó los mandos de la producción. Por su parte, Mikey Dread, productor y DJ jamaicano con el que habían colaborado para el sencillo “Bankrobber”, participó activamente en el proceso de creación del disco.

No sería la última visita de los ingleses a la isla: en 1982, formaron parte del cartel del Festival de la Juventud de Montego Bay, donde compartieron escenario con Bob Marley and The Wailers, Peter Tosh o Black Uhuru, grandes ídolos de Strummer. Dicha experiencia les permitió profundizar en la cultura jamaicana, convivir con músicos autóctonos o abandonarse al consumo de marihuana y de té de hongos (no sin experimentar algún que otro episodio violento del que tuvieron que escapar). A través de su música, los Clash trataban de honrar una cultura que respetaban y admiraban sin tratar de apropiársela.

Sin embargo, nunca dejaron de sentirse impostores; esos “blancos del punk”, vistos por algunos nativos como una suerte de colonos del arte dispuestos a saquear su patrimonio cultural, como narra el tema “Safe european home” de Give ‘em enough rope (1978). Otro de sus trabajos más aplaudidos, Combat rock (Epic Records, 1982), recoge ritmos caribeños en temas como “Rock the casbah” (que posteriormente, en 1991, sería remezclada para una versión con fuerte presencia de los timbales llamada “Mustapha dance”), y tintes ska de “Should I stay or should I go” o “Straight to hell”, un claro dardo contra el capitalismo.

Si las calles de Londres les enseñaron a expulsar la rabia acumulada, Jamaica enseñó a The Clash a combatir desde la diversión y el contacto. Mediante la fusión, crearon un lenguaje propio: las denuncias de sus letras no perdían un ápice de fiereza, de crítica, a la vez que invitaban a entregarse al baile, sentir el tacto ajeno para contagiar ese espíritu rebelde. Todo cambio procede del movimiento.

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