Televisión: Crematorio, Todo se desvanece

Autor:

«Pese a que se trate de una serie que, una vez vista, resulta muy discutible por defraudar tanto las expectativas que genera, hay que valorar el hecho de que se dé un paso en un camino que no está apenas andado»

Analizamos «Crematorio», serie producida por Canal + con la intención de ofrecer un producto de calidad en la órbita de las de HBO. ¿Lo han conseguido? Manuel de la Fuente no está convencido del todo.


Texto: MANUEL DE LA FUENTE.


Hasta hace unos pocos años, ver cine español era algo que tenía muy mala fama. No digamos ya encima reconocer que no estaban del todo mal las películas españolas. Denigrar el cine español era una actividad de identidad social. En esta dinámica confluyeron diversos factores, y hay explicaciones muy variadas. Unos dicen que la campaña de descrédito se acentuó con el “No a la guerra” por parte de los representantes de la Academia de Cine, es decir, por su toma de postura en contra de la guerra de Irak. Otros retroceden más en el tiempo y afirman que el origen de esto se encuentra en la etapa de Pilar Miró como Directora General de Cinematografía en los años 80. Una etapa que estableció las bases de las políticas de subvenciones, que primaban la realización de películas de autor en detrimento del cine comercial o de género. Y hay quien ve la mala imagen del cine en los subgéneros populares de la transición a la democracia, especialmente en las películas de destape o en los panfletos humorísticos de Mariano Ozores (cintas como «Todos al suelo» o «¡Que vienen los socialistas!», ambas de 1982). En cualquier caso, que el cine español tenía muy mala prensa es algo que todos sabemos.

Pero esta línea ha cambiado en los últimos años cuando han empezado a dirigir películas gente nacida entre los años 60 y 70. Se trata de directores con un bagaje cultural norteamericano, que ya no están obsesionados con la «nouvelle vague» ni con dejar su marca de autor en planos generales de diez minutos de duración. Cineastas que, es más, cuando reivindican su autoría lo hacen desde presupuestos estadounidenses: uno de los ejemplos más claros sería el de Álex de la Iglesia, cuyo cine toma a Quentin Tarantino como maestro principal. Y son directores que han apostado por algo también muy norteamericano: el cine de género. De hecho, si repasamos los últimos éxitos de las películas españolas, nos encontraremos con cintas adscritas a un género muy concreto (el terror en el caso de «REC» o «El orfanato») o bien con películas que conjugan la tradición cultural española con una narrativa también de género de Hollywood, como el caso del drama («Camino»), el musical («El otro lado de la cama»), la comedia de aventuras («La gran aventura de Mortadelo y Filemón») o incluso la comedia policiaca pasada por el filtro del esperpento (la saga de «Torrente»). Caso aparte es el de Almodóvar, sobre todo porque su éxito y reconocimiento han llegado en mayor medida fuera de España.

Esta influencia progresiva y de carácter generacional de la cultura norteamericana en la española se está produciendo también en la televisión. Uno ve el programa de Andreu Buenafuente y no ve más que un calco de los «late nights» de David Letterman y Conan O’Brien. No es que el tío copie la estructura del programa (monólogo introductorio, entrevistas, secciones humorísticas, etc.), sino que también copia todos los elementos del atrezo (como la taza o el micrófono decorativo sobre la mesa) y situaciones (los diálogos humorísticos con un músico de la orquesta). Eso sí, quitándole todo el coraje y el humor sarcástico y político de Letterman y O’Brien y sustituyéndolo por un humor blanquito y bastante inofensivo. Esta copia descarada se da en diversos géneros y formatos de programas, que importan directamente, a modo de franquicia, la matriz norteamericana (pensemos en concursos como «El precio justo» o «La ruleta de la fortuna»). Ahora le llega el turno a las series de calidad, a las series de la HBO, que llevan años ganándose una gran reputación como productos que prestigian toda una cadena.

Ése es el modelo que ha adoptado recientemente Canal Plus con la emisión de «Crematorio», una serie de ocho capítulos que narra los tejemanejes de Rubén Bertomeu (encarnado por José Sancho), un constructor inmobiliario de la España actual. La serie está dirigida por Jorge Sánchez-Cabezudo, especialista en series de televisión y autor de una magnífica película, de ésas en las que no se piensa cuando mola meterse con el cine español: «La noche de los girasoles» (2006). Se basa en la novela homónima de Rafael Chirbes, en que se disecciona la podredumbre de un sistema que convierte a un especulador inmobiliario vinculado a la mafia en el modelo del empresario español. Lo único que le falta al personaje de Bertomeu es presidir un club de fútbol para redondear el retrato. Por si fuera poco, la serie tiene una muy buena factura técnica y los actores hacen un trabajo impecable. Como ven, hasta aquí todo perfecto. El problema surge cuando empiezan a circular las campañas de marketing, centradas en la idea de que «Crematorio» sería el equivalente español a «The Wire». Y no es por ir en plan listillo fanático gafapastoso y «casual-wear» por la vida, pero es que hay comparaciones que sobran. Porque no basta con poner policías, cacos, pistolas, ladrones y corrupción en una cazuela para que lo removamos y nos salga un buen producto de género. Para eso hace falta algo más, y, sobre todo, hace falta un trabajo mucho más concienzudo a la hora de escribir los guiones, perfilar a los personajes y trazar las situaciones. Porque los problemas de «Crematorio» derivan, precisamente, de que da la sensación de que ha habido demasiada prisa por tener cuanto antes al «The Wire» español en antena.

Nos detendremos en el dibujo de los personajes. Se ve que alguien ha dicho que los tíos duros, cuanto más serios, más duros son. Y en esta serie todos los personajes llevan todo el rato un gesto en la cara a medio camino entre el estreñimiento y un enfado vital que no se entiende muy bien. No se entiende porque no hay conflicto. Están todos los personajes como fastidiados, cabreados, pero siguen forrándose, ganando pasta, follando con mujeres mucho más jóvenes y expandiendo su poder. No se entiende que el personaje de Bertomeu esté todo el rato de mala leche cuando ni siente remordimientos por su pasado ni tiene intención de cambiar sus métodos. Él sigue a lo suyo, a sus métodos mafiosos para quitarle los terrenos al agricultor que se niega a vender su propiedad. Únicamente al final de la serie, cuando está asediado por la justicia y ha sufrido un infarto, únicamente en ese momento es cuando le sale un atisbo de humanidad y va a visitar al agricultor para hablar con él. El agricultor, que está hasta los mismísimos de Bertomeu, lo recibe matándolo de un escopetazo. Moraleja final: el empresario malo malote no sólo se arrepiente de sus pecados, sino que también muere, por justicia poética. ¿Se imagina alguien un final así en «The Wire» en el que los culpables pagaran con su vida por sus pecados?

La respuesta es la misma para otra pregunta. ¿Es comparable la corrupción que aparece en «Crematorio» con la de «The Wire»? Digamos que aquí vemos una corrupción de muy baja intensidad. Básicamente, los corruptos son gente que no llega a infiltrarse del todo en el sistema: el abogado de Bertomeu (sólo un abogaducho), el mismo Bertomeu, un concejal de urbanismo y un policía chivato que, a la hora de la verdad, deja de pasarle información al abogado del constructor porque, claro, él es policía al fin y al cabo. No aparece ni siquiera un esbozo de una corrupción más generalizada ni en el cuerpo policial ni en la justicia, que funciona en la serie como un reloj. Con toda la tela que hay que cortar a la hora de hablar de la corrupción urbanística en la costa española, el escalafón político más alto al que apunta «Crematorio» es el de un concejal de pueblo. Lejos de ser una crítica de la corrupción, la serie supone una exaltación del funcionamiento de las instituciones, que consiguen acabar con un empresario corrupto y su entramado. Es en ese momento cuando uno comprende que está viendo una serie de ficción en la que el nombre del pueblo es ficticio como también lo es la realidad del país que por lo visto retrata.

Pero lo peor es que ni siquiera se trata de un producto novedoso. Son demasiadas las deudas que tiene «Crematorio» con la película «La caja 507» (Enrique Urbizu, 2002). En la cinta de Urbizu ya se explicaban las prácticas especulativas para burlar la ley (la quema de montes para recalificar terrenos), ya se mostraba la presencia de grupos mafiosos que campaban a sus anchas, y se apuntaba aún más alto a la hora de denunciar la corrupción, ofreciendo un retrato totalmente desolador del negocio de la construcción en España, un negocio en el que ni siquiera se duda a la hora de matar a alguien. Frente a esto, sí, «Crematorio» será una serie de tíos duros, tíos serios que nunca se despiden en una conversación (porque eso es muy de tíos duros, irte sin decir ni adiós), con guiños a «El padrino» (la hija que hereda el imperio del padre y que va metiéndose poco a poco en el fregado pese a sus reticencias) y en la que salen algunos corruptos, pero poca cosa más. Se alarga demasiado una historia a lo largo de ocho capítulos (de una hora cada uno), produciéndose el efecto contrario al de «The Wire»: mientras en la serie norteamericana se usaban los recursos televisivos para narrar una historia con la amplitud a la que no puede llegar el cine, en «Crematorio» las situaciones son tan escasas y están tan ralentizadas que parece una película alargada.

Con todo, resulta encomiable el esfuerzo de realizar una serie del pedigrí HBO en España. Pese a que se trate de una serie que, una vez vista, resulta muy discutible por defraudar tanto las expectativas que genera, hay que valorar el hecho de que se dé un paso en un camino que no está apenas andado. Claro que «The Wire» es diferente, pero porque pertenece a una tradición audiovisual que lleva casi cien años haciendo ese tipo de productos. Es por eso que hay que situar «Crematorio» en el contexto de un país en el que los medios de comunicación apenas rascan los casos de corrupción, en el que los empresarios modélicos son quienes se dedican a especular con el suelo y a generar burbujas financieras y en el que los partidos políticos mayoritarios lo único que han hecho ha sido intervenir en un ayuntamiento (el de Marbella) que escapaba de su órbita de poder. Con estos mimbres, que la televisión en España abra al menos estas nuevas vías es una grata noticia. De seguir por ahí, el éxito de público llegará y, como con el cine, la superación de la vergüenza que da hoy en día ver televisión en nuestro país.

Puedes leer a Manuel de la Fuente en La Página Definitiva.

Anterior entrega de televisión: “Treme”, bienvenidos a NOLA.

Artículos relacionados