Teenage Fanclub: Envejecer con dignidad

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«El trío fundacional liderado por Norman Blake conserva ese cerúleo empaste de voces. Suenan como un ejército de ángeles robotizados. Supervivientes de la generación de Nirvana, representan el envejecimiento digno y patentan el código de buenos hábitos»

Teenage Fanclub
30 de noviembre de 2010
Sala El Tren. Granada


Texto y foto: EDUARDO TÉBAR.


Cierto músico granadino, destacado por su pericia en la orfebrería del pop, comenta con malafollá ‘Baby Lee’, joya de la corona del álbum de retorno de Teenage Fanclub: “Es como un billete de 500 euros que estaba en el suelo y que nadie había atrapado antes. Una canción sencillísima y arquetípica del decálogo del pop. Me parece indignante que nadie la hubiera sacado después de llevar tantas décadas jugando con esos acordes tan básicos”. Bingo: he ahí la especialidad de la banda escocesa.

Media década después de su anterior visita a Granada –aquella vez también con llenazo–, los de Bellshill resucitan con su mejor disco en lo que va de siglo. Contadas perlas del flamante “Shadows” (‘Sometimes I don’t need to belive in anything’, ‘The past’, ‘When I still have thee’) intercaladas con clásicos generacionales. Infalible. La devoción latente entre los aprendices a pie de escenario evidencia el mecenazgo de los talluditos de arriba. La estampa se muestra así de rotunda: el glosario de grupos que le deben las claves diegéticas a Teenage Fanclub resulta inabarcable.

Además, el trío fundacional liderado por Norman Blake conserva ese cerúleo empaste de voces. Suenan como un ejército de ángeles robotizados. Supervivientes de la generación de Nirvana, representan el envejecimiento digno y patentan el código de buenos hábitos. Quizá fumaban en pipa ya en la adolescencia. Los Byrds europeos ejemplifican la exquisitez, canonizan la máxima del menos es más. En la sala, una minoría de apóstatas critican tanta perfección e inmovilismo. Sin embargo, la linealidad escénica se perdona por su claridad y luminosidad expresiva. La obsesión por alcanzar la pureza prístina les obliga a cambiar de guitarra cada dos temas. En un lateral, un «pipa» se pasa el concierto afinando con ahínco la colección. De la pedal steel en ‘Sweet days waiting’ a los impecables culebreos de Raymond McGinley, fiel epígono de la escuela de Rickenbacker de Roger McGuinn.

El amplio repertorio entre el que pueden escoger a estas alturas es un seguro de vida. Se permiten presentar ‘It’s all in my mind’ como “una composición casi nueva”, ¡cuando acaba de cumplir un lustro! Luego, pildorazos de los tiempos de “Bandwagonesque” (1991) y “Grand Prix” (1995), trabajos con los que labraron su leyenda. Un viaje por el túnel de la memoria. Para alegría de unos cuantos, rescatan la preciosista ‘Your love is the place where I come from’. La temperatura asciende en las fases en las que agarra el micro el bajista, Gerard Love. Antológico final del primer set con los bríos todavía ruidistas y granulosos de ‘The concept’. El cierre, ya de verdad –y haciendo caso omiso a la solicitud popular de un segundo bis–, lo protagoniza la seminal ‘Everything flows’. Remedos de aquellos jóvenes desgarbados, antes de refinarse hacia el pop mayúsculo, que rastreaban las huellas de Alex Chilton por las calles de Nueva Orleans. El tiempo erosiona todo. Menos la precisión de Teenage Fanclub.

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