Tanto por hacer, de Cariño

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DISCOS

«Un mayor abanico de sonoridades (así como novedades) que sus predecesores, con los que diseccionar los vaivenes sentimentales de su generación»

 

Cariño
Tanto por hacer
SONIDO MUCHACHO / UNIVERSAL, 2024

 

Texto: MARÍA CANET.

 

La generación millenial tiende a estirar la juventud al infinito. Aunque la barrera de los treinta se haya sobrepasado, la rutina aún se configura como sinónimo de aburrimiento y la búsqueda de nuevos estímulos está a la orden del día. La estabilidad es, en ocasiones, un monstruo temido (siempre puede haber más gente a la que conocer, lugares que visitar o experiencias por vivir), pero también deseado. A ese pulso entre la continuidad y la novedad, a los miedos y a unas relaciones afectivas bajo el filtro de una pantalla, cantan Cariño en su último trabajo Tanto por hacer (Sonido Muchacho S.L.U. / Universal Music Spain).

El trío madrileño que, con su debut fue adalid del tontipop perpetrado por conjuntos como Ginebras, Axolotes Mexicanos o Confeti de Odio, publicaba el pasado noviembre un nuevo disco con el que se mantiene fiel a la ligereza de la melodía pop mientras se aproxima a los ritmos urbanos (trap, reggaetón). Bajo la producción de los argentinos Luis Lamadrid y El Malamia (Lucas Solovera), el tercer larga duración de la banda ofrece un mayor abanico de sonoridades (así como novedades) que sus predecesores con los que diseccionar los vaivenes sentimentales de su generación.

El álbum arranca con cierta crudeza lo-fi con la guitarra de “Nada importa tanto”, tema al que se incorporan sintetizadores y un muro de eléctricas en el estribillo. Cortes como “Veneno”, “B2B” o “Y yo que pensaba” se aproximan al trap gracias al protagonismo del autotune en la voz y densas bases rítmicas, mientras abordan la complejidad de las relaciones amorosas. “Planeta raro” coquetea con atmósferas más etéreas a través de sintetizadores mientras que la esencia del pop liviano de sus inicios se mantiene en “Lo noto”.

Una de las principales novedades que ofrece el disco es la pausada intimidad que aportan composiciones como “Siempre pierdo todo”, que, tanto a nivel melódico como lírico, deja aflorar la vulnerabilidad, un efecto que se logra con el predominio del piano y una letra que bucea en el interior: «siempre pierdo todo / yo no pierdo un calcetín, yo pierdo toda la pareja / si tuviera el modo de terminar un puzzle sin perder alguna pieza». “Hay magia”, donde se percibe una voluntad de imitar una sección de cuerdas con los sintetizadores, ahonda en esa vertiente y evidencia búsqueda de madurez («abraza la estabilidad / siempre huía y ahora me quiero quedar»).

La coda final, marcada por “No quería escribir de amor” o “La última vez”, conforma una mezcla de universos que difumina las fronteras del pop, el trap y la electrónica. En “Puesta de sol” destaca la constante y contundente percusión de calado electrónica, que crea un contraste con la inocencia con la que se entona el tema. “Botellas a pares” es el final de fiesta, un regreso al desfase de la juventud para tapar el dolor que provoca el desamor entre guitarras, sintetizadores ochenteros. Mientras la estabilidad y el vértigo de la juventud sigan manteniendo un pulso, todavía quedará mucho por hacer.

Anterior crítica de discos: Sun Kil Moon & Amoeba, de Sun Kil Moon & Amoeba.

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