Su disco perdido y todas las grabaciones en Belter, de Andrés Do Barro

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DISCOS

«Como algunos héroes de leyenda, Andrés do Barro gana batallas después de muerto»

 

Andrés Do Barro
Su disco perdido y todas las grabaciones en Belter
Ramalama, 2020

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

De todas las historias de la música, la más triste sin duda es la de Andrés do Barro. Porque termina mal, veinte años después de unos principios dulcísimos. Entre 1969 y 1970 entregó tres singles seguidos que llegan a número uno cantando en gallego. Pero esto no es lo importante, lo importante es que definió —no inventó, antes estuvieron Los Tamara— una manera de hacer pop en gallego que ha pervivido hasta nuestros días: un pop melancólico y placido, con toques folk y que lleva las tradiciones a sonidos modernos y que en la actualidad es recogido como precioso legado. Como algunos héroes de leyenda, Andrés do Barro gana batallas después de muerto.

El caso es que en esos primeros 70, el futuro era ya no prometedor, estaba asentado. Películas, portadas de revistas del corazón, giras por América…. Pero poco a poco el público le vuelve la espalda y, lo único que le exigía la industria —ventas—, se trastoca y pasa de ser el niño mimado a alguien que se empeña en que solo quiere transmitir emociones con su música. Se retira un tiempo, y a mediados de los 70 vuelve a empezar con Belter. Su talento compositivo no deja lugar a dudas, no desmerece; hurga en heridas íntimas en “Me estoy volviendo loco” o derrama aires de romería y galleguidad en “Si vienes a San Simón”. Pero Belter intenta dotarlo de arreglos más contemporáneos, y así estraga canciones a las que les sentaría mejor un vestido acústico, o simplemente las presenta sin cuidado. Las gaitas de este último tema surgen desde un sintetizador, ¿tanto costaba encontrar un gaiteiro en 1973?

En todo caso, Do Barro intenta explorar nuevos caminos. El elepé para Belter tiene diez canciones. Muchas de ellas se vertebran alrededor de esa música ligera que triunfará en la década. “Llegará la primavera”, “Manuela” o la citada “Me estoy volviendo loco” están integradas en los sonidos más amables de esos años, está última extrañamente parecida al “Poco a poco…me enamoré de ti”, que triunfará cinco años después con el grupo italiano Collage. Pero, por ejemplo, en “Un home feliz” adapta trazas country.

Y luego están las canciones en gallego. En “Si vienes a San Simón” —gallega no de lengua, de tema— lo que anuncian los diez segundos iniciales de psicodelia, se ve estragado por esas gaitas sintetizadas que hemos mencionado. Unos toques psicodélicos que también despuntan en “A rapaciña chora”. Hay también, entre ellas, dos cimas del lirismo, una es “A mais belida da vila”, la nostalgia de una infancia que también aparece en “Miña pequena vila”, historia de la emigración con un abrazo de la naturaleza: agua, pájaros, traveseras, flautas. El cantante ferrolano parece darlo todo en ella.

La dejadez de Belter con el disco parecía consustancial a un sello que de aquellas solo cuidaba a Manolo Escobar, así que editó —quizás por editar, no le costaba nada— un par de recopilatorios con este disco. Dos recopilatorios de un disco de diez canciones, ahí es nada. Evidentemente lo llenaron de sobras que habían ido quedando en la mesa de grabación, sobras que son maravillosas, que hasta ahora eran difíciles de encontrar y en las que el perfil de Andrés Do Barro cambia hasta hacerse en ocasiones irreconocible.

Acoge el vals en “Para eso somos dos” y el romanticismo italiano de voz rasgada en “Señora mía”; es lírico y melancólico hasta la tensión lacrimal en “Por eso, amor” y “Miña María”; se mete en el soul con estribillo que, si no es gospel, se le parece mucho en una de sus mejores canciones, “Namoreime no Ferrol” y vuelve al country en la melodía perfecta para un corro de campamento: “Noite de Queimada”.

Pero sobre todo, carga buena parte de ellas de ambientes jazzisticos. Aparecen en “Hoxe vai chorar”, en “Onde vas, Xosé” —un precioso final con guitarra flamenca— o en “Como o meu corazón”, que recuerda poderosamente a cantautores que entonces estaban empezando como Joan Baptista Humet.

Por todo esto, ya sería necesario el disco de Ramalama, pero es que además incorpora cinco canciones inéditas. De 1976 hasta 1980 se instala en México con su familia. Había hecho actuaciones multitudinarias y le parecía que era un país adecuado para resurgir. Episodio frustrado. Al volver a España intenta una última jugada, reserva unos estudios madrileños para grabar su cuarto elepé. Lo paga de su bolsillo. Pero el disco nunca llega a ver la luz. La edición recupera cinco de las casi veinte canciones inéditas —y promete seguir buscando— en las que el cambio en el músico ferrolano es abismal. Su voz ya no es tan fresca, parece cansada, pero a la vez presa de una madurada solera. Es una voz que ya no es que trasmita melancolía, es que es la melancolía pura, para volverse a veces más rockera en “No me enterei” o abrazar la bossa nova en “Meu país”. Un disco imprescindible, que tiene también edición en doble vinilo al que acompaña un cancionero con partituras y con material personal. Una delicia.

A partir de aquí, todo fue cuesta abajo. Hay una entrevista en la televisión gallega un mes antes de morir que corre por las redes. No les aconsejo que la vean, quédense con otra cosa, con los homenajes que se le han ido rindiendo por grupos gallegos —que editaron un disco con versiones, Manifiesto Dobarrista, lleno de cariño—, con el documental y la biografía. Y sobre todo, escuchen a los grupos de pop que se mueven por la zona de Ferrol, empapados de una sutil nostalgia, de una placidez serena y de un toque folk en las guitarras que bebe directamente de Andrés Do Barro, de su mentor. Es el mejor homenaje que pueden hacerle.

Anterior crítica de discos: New York (deluxe edition), de Lou Reed.

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