DISCOS
«Una maravillosa celebración de la supervivencia y el deseo de vivir, firmada a sus 67 años»
Robert Forster
Strawberries
TAPETE, 2025
Texto: XAVIER VALIÑO.
Para empezar, se agradece tener a Robert Forster de vuelta y hacerlo, además, acompañado de Karin Bäumler —su esposa alemana y madre de sus hijos Louis y Loretta— en la pieza que da título a su nuevo álbum, Strawberries. Conviene contextualizar este regreso: hace dos años Forster editó The candle and the flame, que recogía, en canciones conmovedoras como “She’s a fighter”, la lucha de ella contra un cáncer que había trastocado su apacible vida casera en Brisbane (Australia).
Aunque “Strawberries” aparenta ser una pieza juguetona de dos personas que siguen enamoradas después de treinta años, mientras bromean con un tazón de fresas que comen a escondidas, lo cierto es que encierra frases como «Llevó un tiempo recuperarse del filo de la navaja / Hubo muchas maneras de descubrir el camino de vuelta de la noche / No podemos volver a lo que éramos / Sintiéndonos así / Fuimos a la montaña / La vimos y no pudimos superarla». Es, en fin, una maravillosa celebración de la supervivencia y el deseo de vivir, firmada a sus 67 años.
Según el propio Forster, en lugar de centrarse en sus vivencias, en este disco ha preferido contar historias narrativas, con otros protagonistas, tomando a David Bowie o Lou Reed como referencias (clara, esta última, en “Diamonds”, por ejemplo). Ahí están “Breakfast on a train”, en el que dos amantes pasan la noche en un hotel de aficionados al rugby, “Tell it back to me”, el romance entre un profesor de inglés y su alumna de francés, o “Foolish I know”, la historia de un hombre gay que lamenta su amor desesperado por una persona heterosexual.
A pesar de su larga trayectoria, Forster no tiene fácil grabar nuevos discos. En este caso fue el músico Peter Morén (Peter Bjorn and John) quien ofreció al australiano su estudio en Estocolmo y una banda de amigos músicos suecos, asumiendo también el papel de productor. Strawberries se grabó con recursos relativamente modestos y un tono austero que le sienta especialmente bien a este disco, en el que destaca la voz clara de Forster, su guitarra y algún arreglo ocasional de saxo (“Diamonds”) o piano (“Such a shame”). Bien podría ser este su disco más logrado en solitario, al nivel de The evangelist (2008), aquel homenaje a su amigo Grant McLennan, fallecido pocos meses antes, con el que se dio a conocer en aquella añorada banda que respondía al nombre de The Go-Betweens.
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Anterior crítica de disco: Audience with the queen, de Galactic & Irma Thomas.