Springsteen y la E Street Band cabalgan de nuevo

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COMBUSTIONES

 

«Un disco que puede ser, que debería ser, el primer capítulo de una serie con la E Street Band y que bien podría ser el último»

 

Siempre atento a cada disco de la extensa carrera de Bruce Springsteen, Julio Valdeón dedica sus Combustiones de domingo a su nueva colección, Letter to you, repasando el camino que le ha traido hasta aquí.

 

Una sección de JULIO VALDEÓN.

 

Los seguidores de Bruce Springsteen coleccionamos decepciones durante los últimos —¿ocho, quince, veinte?— años. La frontera entre lo sublime y lo humano, esa que separa sus trallazos incontestables de las obras interesantes pero también fatigadas, puede trazarse en diversos momentos. Algunos dirán que su último gran disco fue The ghost of Tom Joad, en 1995. Ciertamente es una joya. Otros (muchos) hablarán de 1987 y Tunnel of love. Magistral. Pero erosionado por una producción que, como casi todas las de entonces, envejeció mal. Hay quien defiende el sobreproducido, y por momentos plumbeo, The rising (2002). O algo tan estupendo, pero comprimido de forma inmisericorde, como Magic, de 2007. O fallaba la producción, como en el caso de Wrecking ball, en 2012, que para colmo abreva en los peores arreglos del country mainstream y el folk prefabricado. O no había canciones: Working on a dream (2009) y High hopes (2014). Y cuando la cosecha fue indiscutiblemente brillante la destrozó al llegar al estudio Devils and dust, del 2005. Cuando todo sonaba espontáneo y orgánico entonces las canciones no eran suyas: We shall overcome: the Seeger sessions (2006). Y cuando al fin, después de una década para olvidar, saca algo brillante, o sea, Western stars (2019), apenas fuimos cuatro los convencidos, al menos en España.

En muchos de sus discos penúltimos y últimos hay temas formidables. De “My city of ruins” a “Further up (on the road)”, “Long time comin’”, “Jesus was and only son”, “Girls in their summer clothes”, “Long walk home” y “Land of hope and dreams” abundan las gemas. Pero con la excepción del reciente Western stars, o bien no encuentras una cosecha impecable o bien el sonido no está a la altura. Quizá porque había regresado con la E Street Band en 1999, pero seguía obsesionado con no sonar a la E Street Band, no grababa con ellos en directo, en el estudio, desde las sesiones de Born in the USA, primeros años ochenta (con la excepción del intento de mediados de los noventa). El colosal éxito post Born in the USA, las giras mastodónticas, las decenas de millones de copias vendidas y la adoración universal griparon el placer de tocar y crear junto al grupo con el que firmó cositas como Born to run (1975), Darkness on the edge of town (1978) y The river (1980). Hasta que los convoca a finales de 2019. Y así, con las canciones apenas horneadas, con Bruce a la guitarra y sus colegas tomando notas y proponiendo arreglos, nace Letter to you.

Hacía siglos que Springsteen no sonaba tan relajado. Hay ecos de Lucky town, del The river, del Darkness y The rising. Hay tres canciones recuperadas de los setenta, tres inéditas como tres soles rojos que conocíamos por los bootlegs y que misteriosamente no suenan anacrónicas. Hay unas cuantas originales que te volarán los sesos, por ejemplo “Burnin’ train”, que parece un himno de los últimos Belle and Sebastian. Pero pasados por la trituradora atómica de los tíos que grabaron Cover me. Encontrarás himnos contra los líderes carismáticos, que amenazan con devorar el sistema demoliberal: es imposible escuchar “Rainmaker” y no pensar en ese payaso siniestro que es Donald Trump; lástima que en lo musical “Rainmaker” retrotraiga a los peores vicios de Wrecking ball… incluso da la sensación de que pudo haber sido grabada hace varios años. Junto con “Last man standing” y “The power of prayer”, lo más insípido del disco. Pero, más allá de ciertas deficiencias, verbigracia unas letras a ratos poco cocinadas, luce poderoso e inspirado. Por momentos incontestable.

En Letter to you sobresalen canciones como espinas para cantar a los camaradas perdidos y para celebrar nostálgicos el poder curativo del rock and roll. Una música condenada a desaparecer. Que agoniza o casi. Que cada vez interesa a menos gente. Y que renace de forma insospechada de la mano de unos tipos a los que no esperabas volver a escuchar con tanta y tan genuina emoción. Un renacimiento que suena también a despedida, a reencuentro, a invitación y a brindis. Un disco que puede ser, que debería ser, el primer capítulo de una serie con la E Street Band y que bien podría ser el último. No es ningún secreto que cada vez le cuesta más trabajo escribir para ellos. Pero si esto es así, y dicen adiós de esta forma, dejan el listón tan alto que pueden contemplar el resto de su trayectoria sin desmerecerlos. Con la cabeza muy alta. En el supuesto de que alguna vez hayas vibrado con Springsteen y la pandilla de la calle E, y si debes algo a esta gente, cuando llegues a “I’ll see you in my dreams”, dopado de placer, y pellizcándote por lo bueno que es el disco, hasta pudiera ser que te sorprendas llorando.

Anterior entrega de Combustiones: Lennon, más vivo que nunca.

 

 

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