Smile (2000): el hermoso fracaso de los Jayhawks

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«Hay formas hermosas de fracasar, y la de Jayhawks, con un ramillete de grandes canciones y un disco notable, es una de ellas»

 

Fernando Ballesteros recupera el sexto disco de The Jayhawks, el segundo tras la marcha de Mark Olson, con el que abandonaron la vena más folkie y apostaron por un sonido más electrónico.

 

The Jayhawks
Smile
COLUMBIA, 2000

 

Texto: FERNANDO BALLESTEROS.

 

Cuando los Jayhawks grabaron Smile ya habían recorrido mucho camino. Habían sucedido tantas cosas desde que se formaron en Minneapolis, en 1985, que los más críticos consideraban que ya no eran los que habían firmado dos obras maestras incontestables en la primera mitad de la década de los noventa. Entre otras cosas, Mark Olson, la mitad de ese sensacional motor creativo que daba vida a la banda, les había abandonado. Y con él se fue una parte importante de la esencia del grupo. Pero quedaba mucho por escribir, aún en esta historia. Gary Louris no había dicho si última palabra. Ni muchísimo menos.

Justo en el ecuador de la década de los ochenta, cuando Jayhawks daban sus primeros pasos, los pesos pesados del Nuevo Rock Americano habían sentado las bases de una forma de hacer de la que mamarían ellos, igual que Uncle Tupelo y muchos otros que le terminarían sacando brillo al término americana, mucho antes de que se terminara desgastando por el uso.

El suyo era un modo de interpretar la música que, partiendo de presupuestos en principio tan inmovilistas como los del folk, terminaría llevando ese sonido a otros terrenos en los que el rock y el pop tomaban carta de naturaleza. Pero el comienzo de esa senda lo marcaban Gram Parsons, Gene Clarck y otros pesos pesados de los sonidos más tradicionales. Y aquello es lo que dominaba en The Jayhawks (1986), su modesto debut. Una bonita tarjeta de presentación, pero apenas un esbozo de lo que vendría después. Para muchos de sus fans, de hecho, su primer disco reseñable fue Blue Earth (89), entre otras cosas porque incluía una canción como “Two angels”, que mostraba las bondades de la comunión de las voces de Mark y Gary en todo su esplendor. Aquella canción, igual que “Ain’t no end”, apunta hacia grandes logros que no tardarían en ser confirmados.

Sus dos siguientes elepés fueron, en efecto, mayúsculos. Grabados para Def American, el sello del barbudo Rick Rubin, Hollywood Town Hall y Tomorrow the green grass son pura ambrosía que conquista el oído del aficionado a los sonidos más campestres, igual que al amante de texturas abiertamente pop y hasta al irredento rockero. Si estáis leyendo esto, es muy probable que estén en alguna estantería por casa. Si no os acordáis, volved a escucharlos. Nosotros tenemos que avanzar en esta historia.

 

Adiós a la bicefalia

El hecho es que, tras la publicación de Tomorrow the green grass y las consiguientes presentaciones en directo, se rompió la bicefalia que gobernaba en Jayhawks: Mark Olson se bajaba del barco, había decidido que iba a centrarse en el cuidado de su esposa, Victoria Williams, aquejada de una esclerosis múltiple que requería toda su atención. Y con su marcha no solo perdían un puñado de extraordinarias canciones en cada entrega.

El sonido de Jayhawks había estado marcado, hasta ese momento, por una continua dialéctica entre los acentos de raíces y los estribillos, las melodías más cercanas al pop. Ese tira y afloja era un reflejo de las distintas sensibilidades de Mark y Gary. Los dos creadores parecían tener muy bien definido su campo de acción. Desaparecido el elemento más folkie de la ecuación, se abría un nuevo camino para el grupo.

Por todo lo anterior, a nadie la extrañó que Sound of lies (1997) caminara orgulloso y melancólico por los senderos de los coros preciosistas, las canciones redondas y cierto regusto a que el grupo, sin Mark, intentaba abrirse a un público nuevo para ampliar sus horizontes comerciales. Pero si la intención era esa, el invento no funcionó y para su siguiente paso, Smile, lejos de abandonar el empeño, lo que hicieron fue doblar la apuesta.

Junto a Louris y Marc Perlman, que estaban ahí desde el principio, en la grabación de Smile se pusieron a las órdenes del reputado Bob Ezrin en la producción. El grupo lo formaban entonces el teclista Jen Gunderman, el batería y ocasional cantante, Tim O’Reagan, y el guitarrista Kraig Jarret Johnson, que se ocupaba de la guitarra y le insuflaba garra rockera y bríos juveniles a la fórmula.

En Smile quedaba claro que habían decidido ir más allá en su intento de conquistar nuevas plazas. No es que sonase más pop ni que hubiera momentos de fulgor eléctrico que rozaban la euforia; es que apostaron por las programaciones y ciertos sonidos electrónicos que se convirtieron en el gran caballo de batalla y objeto de discusión entre los fans. Los críticos, dicho así, en general, tampoco es que vieran aquello con muy buenos ojos, esa es la verdad.

Y, sin embargo, aquí estamos, veinte años después, escogiendo el disco como una de las mejores grabaciones de aquel curso. Y es que, el tiempo ha pasado y los aciertos —muchos— pesan mucho más que los resbalones —menos, pero muy sonados— de aquel elepé.

 

Las canciones

Se me hace muy difícil decir algo negativo de los Jayhawks y de una obra que se abre de una forma tan magistral, pero vamos allá. Si se trata de quitarse de encima lo negativo, tendremos que empezar por los ritmos programados de “Somewhere in Ohio”, una canción con una melodía que, con un tratamiento muy diferente, se habría convertido en un digno tema del grupo. Pero no: definitivamente, esto, aquí, no cuela.

“Pretty thing” tampoco convence, pero el paso en falso definitivo es el de “In my wildest dreams”, esos ritmos de nuevo, ¡dios!, fueron mi pesadilla durante unas cuantas semanas. Hoy, con más de dos décadas transcurridas, me doy cuenta de que, quizá, tendría que haber prestado toda la atención al comienzo con la titular “Smile”, una auténtica obra de arte, con unos arreglos orquestales que ponen los pelos de punta. Menuda puesta en acción, todo un lujo al que seguía una de esas canciones redondas que, con algo de fortuna, les podría haber conducido a las grandes ligas: y es que “I’m gonna make you love me” es puro rock americano, comercial, de calidad, con vocación de clásico y “What led me to this town” completa un trío ganador de inicio que justifica la compra del disco. Toda una demostración de la capacidad que tiene Louris para llenar de emoción con su voz esas composiciones que rebosan belleza. Algo parecido a lo que sucede en “Break in the clouds”.

“Queen of the world” es muy pop, sí, pero no patina, lo mismo que sucede con la muy eléctrica y casi vibrante “Life floats by”, o con ese broche enérgico y vigoroso que es “Baby, baby, baby”. Por el camino, nos deleitan con “Mr Wilson”, que parece mirar abiertamente al pasado; “Broken harpoon”, que avanza sobre bonitos teclados, o “Better days” y la emoción, otra vez, a flor de piel.

Al final, la sensación es que si, el objetivo era modernizarse y buscar el éxito masivo, la empresa fracasó. Pero hay formas hermosas de fracasar, y la de Jayhawks, con un ramillete de grandes canciones y un disco notable, por encima de errores de bulto, es una de ellas.

 

Rainy day music, su autorréplica
En cualquier caso, el siguiente movimiento iba a ser una reacción a los aires renovadores de su predecesor. Rainy day music (2003) se olvida de la grasa de la producción excesiva y aparece lozano en su desnudez acústica. Todo un guiño a los viejos tiempos, los del duo Louris-Olson, un matrimonio que volvería en el futuro. Primero en Ready for the flood (2009), un disco firmado por ambos artistas, y dos años después con Mockingbird time, el primer lanzamiento en el que los dos aparecían bajo la marca Jayhawks después de 18 años de separación.

Pero aquello fue un visto y no visto. No salió bien y Olson volvió a marcharse, dejando claro que no volvería a unir sus fuerzas a las de Louris. Los Jayhawks iniciaban una nueva etapa, con Gary de nuevo al frente, que nos ha traído hasta aquí. Ellos ya saben que aquello del gran éxito, que un día pareció querer tentarles, no va a llegar nunca. Y así, con esa tranquilidad, nos entregan discos que añaden, en el peor de los casos, algún título para enriquecer su setlist y una buena excusa para girar y visitar los escenarios de medio mundo. Paging Mr. Proust (2016), Back roads and abandoned motels (2018) o el último XOXO (2020) confirman que siguen vivos y haciendo lo que siempre se les ha dado bien.

Y una de las cosas que mejor hacen los Jayhawks es ofrecernos grandes noches sobre las tablas. Los tiempos de Smile, precisamente, la llegada del nuevo siglo, supusieron un cambio radical que nos iba a alegrar la vida en el futuro. Hasta aquel momento, los de Minneapolis parecían el secreto mejor guardado del rock americano y una banda a la que difícilmente ibamos a ver por estos lares. Pues, fíjense lo que son las cosas, fue visitarnos una vez y esto cambió para siempre: España nunca se queda fuera de su itinerario de gira y el mismísimo Gary Louris terminó viviendo largas temporadas en estas tierras. En 2021, si las circustancias lo permiten, les volveremos a ver por aquí, y no arriesgo mucho si digo que nos ofrecerán otra gran noche para el recuerdo.

Ellos son unos grandes de la música, con cerca de cuatro décadas a sus espaldas y, miren, voy a terminar confesando. No sé si Smile es uno de los mejores diez discos de su año, pero de lo que sí estoy seguro es de que Jayhawks es uno de los cinco grupos que más me han alegrado la vida desde que tuve la suerte de escucharlos. Y como yo hay unos cuantos.

 

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