
Sly y la familia Stone en 1968. Sly Stone es el segundo desde la izquierda.
«Su música maravillosa y energética, sus himnos más optimistas de hermandad vivificante y sus visiones lacerantes de la América negra»
Parece que el soul ya despidió en los últimos años a los grandes supervivientes de una época irrepetible, Bobby Womack, Prince, Aretha Franklin, Allen Toussaint, Bill Withers, Tina Turner, pero no. Pero aún nos quedaban Swamp Dogg, Al Green, Stevie Wonder, Smokey Robinson, Sly Stone. Ahora, con la muerte de Sly, el funk se apaga en un aullido de dolor. Por Luis Lapuente.
Texto: LUIS LAPUENTE.
Foto: Distribuida por Epic Records (Wikipedia).
Entre 1967 y 1973, Sly Stone fue el más grande, una leyenda, un genuino visionario al frente de su banda Sly & The Family Stone. Pero entonces dejó que las drogas y las luchas políticas de sus propios hermanos de raza, que no tuvieron ningún problema en utilizarle y zarandearle, le carcomieran hasta convertirlo en un espectro, apenas reivindicado y apoyado de cuando en cuando por discípulos musicales y viejos amigos suyos, desde Bobby Womack y Billy Preston hasta George Clinton. Incomprensible, quizá, para un artista en la cima de su creatividad y de su fama, pero ¿quién es capaz de reconocer a tiempo las debilidades y contradicciones ajenas y, sobre todo, las propias?
El pasado 15 de marzo, Sylvester Stewart, que ha vivido muchos de los últimos años en una furgoneta en la calle, cumplió 82 años, con una salud muy deteriorada por el consumo de crack y otras sustancias, asolado por una enfermedad pulmonar crónica incapacitante. «Tengo problemas con mis pulmones, problemas con mi voz, problemas con mi oído y problemas con el resto de mi cuerpo, también», confesó meses antes de morir, cobijado al fin en casa de una de sus hijas, que recientemente se refería a él (en el documental ¡Sly vive! El legado de un genio, disponible en Disney) como «un viejo negro normal y corriente. Le encantan las películas del oeste y los coches. Por su último cumpleaños me dijo que solo quería comer una pizza grande».
Escribió el periodista británico Richard Williams que «Sly Stone era, por supuesto, un genio. En 1967, coincidiendo en tiempo y forma con la Jimi Hendrix Experience, Sly Stone reinventó el soul y el pop con un álbum ecuménico titulado Dance to the music, muy marcado por la psicodelia». En aquel momento, mucho antes que Prince, Sly aglutinaba una banda, la única de la época (junto a los Rotary Connection de Chicago) que incluía en su formación negros y blancos, hombres y mujeres. Gente corriente, everyday people, como el título de una de sus canciones más relampagueantes, salvaje en su revolucionaria sencillez, una de las gemas inmortales de la historia del soul, que alcanzó el número uno el mismo mes en que Richard Nixon juraba su cargo.
Sylvester Stewart nació en Dallas, Texas, el 15 de marzo de 1943. Afincado con su familia en Vallejo, un pueblecito obrero cercano a la bahía de San Francisco, el joven Sly estudió piano, trompeta, teoría y composición musical en el Vallejo Junior College, y enseguida se animó a grabar algunos singles de doo wop y R&B como Sly Stone o The Stewart Brothers, con su hermano Freddie. En 1963, entró a trabajar como jefe de producción en la compañía Autumn Records, donde lanzó a los Beau Brummels y a otras bandas del incipiente folk rock y de la psicodelia californianos. Mientras, trabajó como locutor en las emisoras negras KDIA y KSOL, de Oakland, donde pinchaba indistintamente a Ray Charles y Bobby Bland, el Sir Douglas Quintet y los Rolling Stones; una actitud insólita entonces en el pop norteamericano, que mantenía una clara línea divisoria entre la música dirigida a los blancos y a los negros, siempre con canales de distribución y difusión y listas de ventas rígidamente separados.
Luego, alimentado por el góspel que había cantado en la iglesia, pero también por el doo wop de sus años mozos y por el folk, el rock de garaje y ese funk caleidoscópico y libérrimo que sirvió de inspiración para Miles Davis (devoto de grabaciones canónicas como Dance to the music, Stand! y There’s a riot goin’ on, la santísima trinidad del funk), el joven Sylvester Stewart creó la banda más importante de su época, una gloriosa anomalía. Sly Stone (teclados y voz), Freddie Stone (guitarra), Gregg Errico (batería), Cynthia Robinson (trompeta y voz), Jerry Martini (saxo), Larry Graham (bajo), Rose Stone (voz y teclados), y el trío de góspel Little Sisters, integrado por Vaetta Stone, Mary McCreary (futura esposa de Leon Russell) y Elva Mouton. Eran Sly & The Family Stone y sonaban diferente a todos sus coetáneos. Además, parecían diferentes, como se percibe en uno de los grandes momentos del documental Summer of soul, donde un joven de Harlem se manifiesta atónito ante la visión de un músico blanco tocando la batería en el grupo. De ese documental quedan, entre otras maravillas, sendas incendiarias recreaciones en directo de “Sing a simple song” y “Everyday people”.
En 1969, el bajista Larry Graham consagró la técnica del slap bass, golpeando las cuerdas con el pulgar, en el tema “Thank you (falettinme be mice elf again)”, que de alguna manera clausuraba el sonido feliz de la Family Stone, con textos incendiarios sobre las armas y sobre el diablo, que anticipaban lo que estaba a punto de ocurrir en un país malherido por las luchas raciales y las consecuencias de la guerra de Vietnam. Marvin Gaye, Curtis Mayfield, James Brown y otros lo reflejaron en discos magistrales a principios y mediados de los años setenta, pero Sly lo vislumbró y lo anunció antes que los demás.
Luego, las disputas con los Panteras Negras, los escándalos, la cocaína, los fracasos sentimentales. En 1971, Sly Stone se retiró a una mansión de Los Ángeles propiedad de John Phillips, de los Mamas and the Papas, despidió a los miembros blancos de su banda, la mitad de ella, se rodeó de matones, traficantes, proxenetas y prostitutas, y se puso a grabar un álbum claustrofóbico titulado There’s a riot goin’ on. Seco como un hueso en el desierto, torturado como un remolino de ácido en un enjambre de guitarras wah wah y voces dislocadas. Y el sueño se apagó de repente…
En 2019, los médicos de Sly Stone le plantearon un ultimátum tajante. Una adicción al crack que se remontaba a décadas atrás había hecho estragos en su cuerpo, hasta un punto sin retorno. «Me dijeron que, si seguía fumando, me destrozaría los pulmones o podría morir rápidamente». Según cuenta en sus memorias, era la cuarta vez en los últimos años que lo llevaban al hospital en ambulancia, aquejado de dificultades respiratorias: la última había ocurrido apenas dos semanas antes de este encuentro con los médicos. En todas las ocasiones anteriores, un médico le había planteado el mismo ultimátum, que Stone se había negado a creer, dándose de alta voluntaria del hospital en contra de las instrucciones médicas, marchándose a casa y llamando a uno de sus muchos camellos, aunque tardara una hora en llegar con dificultad desde su habitación hasta el aparcamiento del hospital.
Al fin y al cabo, era el legendario Sly Stone, y al menos parte de su leyenda se basaba en que no se atrevía a hacer nada que no quisiera. Pero en su cuarta visita al hospital, algo cambió. Tal vez tuvo una visión de la mortalidad relacionada con el número de amigos y antiguos socios que habían muerto en los años anteriores: Bobby Womack, sus antiguos managers David Kapralik y Ken Roberts, y Cynthia Robinson, trompetista de The Family Stone y madre de la hija de Stone, Sylvyette Phunne. Quizá, estaba tan enfermo que el mensaje caló. «Simplemente lo decidí», dijo Sly. «Por cómo me sentía, esta vez me lo tomé en serio. Una vez que lo decidí, simplemente sucedió».
Pero no, no es posible resumir la vida y la obra del gran Sly Stone en apenas unas líneas, su música maravillosa y energética, sus himnos más optimistas de hermandad vivificante y sus visiones lacerantes de la América negra. Podemos sentir tristeza ahora por su sufrimiento, pero finalmente no pudieron doblegarle, lo notaban sus más íntimos en el brillo vivificante de sus ojos, aun ayer, hace apenas unas horas, cuando el ser humano se apagaba.
A los demás nos queda el músico. Si quisieras explicarle a alguien por qué Sly & the Family Stone son tan especiales, le invitarías a escuchar “Everyday people”, “Family affair”, “Don’t call me nigger, whitey”, “Dance to the music” o la incendiaria “I want to take you higher”, un alboroto de voces crudas y excitantes, líneas de bajo percutoras, guitarras relampagueantes y una batería implacable. Una desmadrada invitación a bailar o a drogarte, o a las dos cosas a la vez; una descarga de alegría despreocupada y febril, antes de que la oscuridad y la desilusión se apoderaran del alma de ese genio llamado Sly Stone, sin cuya música no se entendería a Miles Davis, a Prince y a tantos otros que tuvieron mejor fortuna, quién sabe si fortaleza o sabiduría, para escapar al destino que la historia de la Humanidad depara a sus juguetes rotos.