Serge Gainsbourg en diez canciones esenciales

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El 2 de marzo de 1991, hoy hace treinta años, fallecía a causa de una crisis cardiaca el impar Serge Gainsbourg, referente primordial de la música popular francesa. Javier de Diego Romero le rinde homenaje adentrándose en una decena de sus mejores canciones.

 

Selección y texto: JAVIER DE DIEGO ROMERO.

 

«Con su pasión por la lengua y su genialidad musical, ha elevado la canción francesa a la categoría de un arte que dará fe de la sensibilidad de una generación»: con estas palabras reaccionó el presidente de la República, François Mitterrand, a la muerte de Serge Gainsbourg. Pasión por la lengua. El parisino fue, ciertamente, un fantástico malabarista del lenguaje; en sus letras abundan los dobles y triples sentidos, jugaba con el ritmo y el sonido de las palabras, disponía las rimas acrobáticamente. Genialidad musical. Tan proteico como David Bowie, maridó la chanson con géneros tan diversos como el jazz, el pop barroco, el rock progresivo, la música disco o el reggae, y lo hizo siempre sugestivamente; y su ingenio melódico es deslumbrante, sencillamente asombroso. A estas virtudes hay que añadir la destreza con la que franqueaba las barreras entre cultura popular y «alta cultura», bebiendo de fuentes literarias y vertiendo en moldes pop composiciones clásicas. A continuación seleccionamos y comentamos diez páginas descollantes de su cancionero, diez muestras elocuentes de su enorme talento (queda fuera “Je t’aime… moi non plus”, de sobra conocida). Por medio de este ramillete de canciones trazamos también una panorámica de los más de tres decenios de recorrido artístico de su creador.

1. “Le poinçonneur des Lilas” (Du chant à la une!…, Philips, 1958)

Sobre el sepulcro de Serge Gainsbourg, en el cementerio de Montparnasse, suelen encontrarse, junto a paquetes de Gitanes, botellas de alcohol, poemas, dibujos y otros objetos evocadores del cantante, montones de billetes de metro. Y es que su primer clásico está protagonizado por un trabajador del metro parisino, un revisor que se pasa el día perforando billetes. La idea le vino tras una conversación que había mantenido con un revisor al que veía a menudo. «¿En qué sueñas mientras haces esto?», le preguntó; a lo que el hombre respondió: «En ver el cielo». Que un barco acuda a rescatarle, escapar a la naturaleza por la carretera principal, darse a la buena vida en Miami: son las ensoñaciones del cantante de “Le poinçonneur des Lilas”, tan hastiado que en la última estrofa llega a contemplar la posibilidad del suicidio: «Hay razones para volverse loco, / para coger un arma, / hacerse un agujero, un agujerito, un último agujerito». Estamos, interesa subrayarlo, ante una rara avis en el catálogo de Gainsbourg: no es nada usual que adopte el prisma de un personaje. En materia musical, la chanson confluye con el jazz en un tema de ritmo trepidante y mecánico que sugiere a la perfección la alienante agitación de la vida bajo la gran ciudad.

2. “La javanaise” (Juliette Gréco, Juliette Gréco [8ème série], Philips, 1963)

“Le poinçonneur des Lilas” logró una cierta repercusión en las voces de Les Frères Jacques, un cuarteto vocal de tono cómico que en aquellas fechas se dedicaba a reformular los repertorios de Georges Brassens y Jacques Prévert, pero la versión de Gainsbourg, aparecida posteriormente, pasaría desapercibida. Esta sería la tónica en los primeros años de su carrera; como escribe Felipe Cabrerizo en el magnífico Gainsbourg: elefantes rosas, «el público parece aceptar sus composiciones pero rechazarlo a él». En 1962 le entregó a Juliette Gréco, beldad existencialista, una excelsa canción de amor, “La javanaise”, mecida a ritmo de vals, cadenciosa y sensual. Es también, por otro lado, una muestra temprana de su maravilloso talento como letrista. El título es un juego de palabras entre la java, un baile derivado del vals que causó furor en el París de entreguerras, y el javanés, antigua jerga francesa que consistía en intercalar en cada sílaba el afijo –av-, de manera que las palabras quedaban prácticamente irreconocibles (así, champion se convertiría en chavampavion, y bonjour en bavonjavour). Las palabras de “La javanaise” no están alteradas conforme al javanés, pero las numerosas e ingeniosísimas aliteraciones en v que escuchamos en las estrofas remiten a la jerga; valga como ejemplo la del tercer verso, «avant d’avoir eu vent de vous», «antes de conocerte». Para Gainsbourg el sonido de las palabras era tan importante como su significado, lo que supuso una auténtica innovación en la canción francesa.

3. “Les sucettes” (France Gall, FG, Philips, 1966)

«Quiero ser una estrella en 1965 —anunció Serge en una entrevista televisiva concedida a comienzos del año—. He esperado seis años, no pienso esperar más». Y así fue: poco después, en marzo, France Gall conquistaría Eurovisión con uno de sus temas, “Poupée de cire, poupée de son”. El año anterior se había adentrado en la efervescente escena yeyé de la mano de esta adolescente pizpireta, componiendo para ella los éxitos “N’écoute pas les idoles” y “Laisse tomber les filles”, y ahora el festival le catapultó a la fama que tanto deseaba. También se valió de ella para provocar el primero de los escándalos que jalonarían su trayectoria. En 1966 Gall publicó “Les sucettes”, una encantadora canción acerca de una niña que se deleita lamiendo piruletas de anís. ¿Piruletas de anís? Veamos: «Cuando el azúcar / perfumado de anís / cae por la garganta / de Annie, / ella se siente en el paraíso». El doble sentido saltaba a la vista (al oído), era obvio que la canción se refería al sexo oral… pero no para France: «Yo era muy púdica y la canté con una inocencia de la que estoy orgullosa. Nunca la habría cantado si hubiera sabido de qué hablaba. Me apenó ver que él sacaba beneficio de la situación y se burlaba de mí», le dijo a Gilles Verlant, biógrafo de Gainsbourg. Más allá de la controversia, “Les sucettes” es extraordinaria, dos minutos y medio de pop de pitiminí deliciosamente almibarado y orquestado con primor.

4. “Initials B.B.” (Initials B.B., Philips, 1968)

Firmemente asentado como proveedor de canciones, Gainsbourg, en cambio, aún no había despegado como intérprete. Lo haría empapándose del mejor pop británico del momento en tres epés editados entre 1966 y 1968, y reunidos en el álbum Initials B.B. Impulsado por un cautivador groove nervioso y engalanado con cuerdas y metales exuberantes, el tema titular es francamente espléndido. En el estribillo descubrimos una de esas apropiaciones de obras de música clásica tan frecuentes en su discografía: está armado a partir de un pasaje del primer movimiento de la Novena sinfonía de Dvorak, más conocida como Sinfonía del Nuevo Mundo. “Initials B.B.” es, por otra parte, exponente del nuevo estilo interpretativo que adoptó Gainsbourg a mediados de los sesenta: más que cantar recita, las palabras se arrastran en un fraseo idiosincrásico que le alejaba en gran medida de la chanson tradicional. Las iniciales del título son, naturalmente, las de Brigitte Bardot: la canción es una evocación del romance que los había unido, y que acababa de zozobrar. En el marco de unos versos basados en el poema de Edgar Allan Poe El cuervo —el mismo que da título a uno de los últimos discos de Lou Reed, The raven (2003)—, Serge hace referencia a L’Amour monstre, novela de Louis Pauwels que le había recomendado Brigitte. Y al final alude a Almería, donde Bardot, que se había desplazado allí para rodar la película Shalako (Edward Dmytryk), puso fin a su relación.

5. “Torrey Canyon” (Initials B.B., Philips, 1968)

Initials B.B. es, para quien esto suscribe, el elepé más brillante de Serge Gainsbourg. Bien es cierto que no es tan rompedor como Histoire de Melody Nelson (1971), el más elogiado por la crítica, carece también de su finura conceptual, pero como colección de canciones es imbatible, y las canciones deben prevalecer siempre. “Torrey Canyon” (publicada originalmente en el epé Mr. Gainsbourg [1967]) versa sobre el desastre del superpetrolero de dicho nombre: en marzo de 1967 encalló en el arrecife de Seven Stones, en la costa sudoeste del Reino Unido, y vertió el crudo de sus tanques, contaminando alrededor de ciento ochenta kilómetros del litoral británico y ochenta del francés y provocando la muerte de unas quince mil aves marinas. Fue la primera gran marea negra, una tragedia que conmocionó a la opinión pública y puso de manifiesto los peligros que acarreaban el progreso y la tecnología, objetos de veneración en los años precedentes. Pero no esperen de Gainsbourg una canción protesta al uso: chacotero, hizo de la catástrofe un jolgorio musicándola con un gozoso swing.

6. “69 année érotique” (Jane Birkin-Serge Gainsbourg, Fontana, 1969)

Initials B.B. llegó a las tiendas en junio de 1968, el mismo mes en el que se inició el rodaje de Slogan, filme de Pierre Grimblat protagonizado por Serge Gainsbourg y Jane Birkin. Así se conocieron quienes pronto formarían una de las parejas más famosas del pop, a lo que contribuyó decisivamente su dueto en la libidinosa “Je t’aime… moi non plus”. Gainsbourg la había registrado en primera instancia con Brigitte Bardot, pero no llegó a editarse: tras enterarse por la prensa, el marido de Brigitte, Gunter Sachs, le exigió a su esposa que bloqueara la publicación del disco. A últimos de 1968 volvió a grabarla con Birkin, y se dispuso que viera la luz el año siguiente. 1969, fantaseaba, iba a ser su año erótico (cuál si no), cuando su canción lasciva escandalizaría al mundo y cosecharía un éxito colosal (así ocurriría). Y qué mejor forma de preparar el terreno que con un tema titulado “69 année érotique”. Apareció en diciembre, justo a tiempo para las Navidades, como cara B del sencillo “L’Anamour” (y más tarde en el largo Jane Birkin–Serge Gainsbourg). Tres minutos de pop de alta costura, una melodía concisa y cristalina, estrofas —recitadas—, puente —cantado— y estribillo —interpretado por Birkin— diestramente ensamblados en una canción que es pura orfebrería. Mención especial para las suntuosas cuerdas arremolinadas que visten a Jane, cortesía del gran Arthur Greenslade.

7. “Melody” (Histoire de Melody Nelson, Philips, 1971)

De la perfección pop de “69 année érotique” pasamos a una composición tan alejada de las reglas del género como “Melody”. Largo, serpenteante (la serpiente es larga, siete minutos, que diría Jim Morrison) y salpicado de pasajes instrumentales, el tema de apertura del celebrado Histoire de Melody Nelson es hijo de su tiempo, de los años del rock progresivo, una época en la que la complejidad formal era un valor en alza. En la tela de araña sonora de “Melody” impera el bajo de Herbie Flowers, intrépido, fluido, sórdido y decididamente funk; Gainsbourg se anticipaba así a los numerosos músicos blancos que a mediados de los setenta incorporarían sonidos afroamericanos a su paleta estilística, como David Bowie (Young americans [1975]), Rod Stewart (Atlantic crossing [1975]) o The Rolling Stones (Black and blue [1976]). Arrolladoras y ominosas, las cuerdas de Jean-Claude Vannier confieren a la música una arrebatadora cualidad cinemática. Por su parte, Gainsbourg masculla las palabras en un recitado febril. Al volante de un Rolls Royce de 1910, el narrador recala en un suburbio parisino, donde pierde el control del coche y atropella a una chica en bicicleta, que se desploma en el asfalto como una muñeca. De este modo arranca la historia de una obsesión sexual, la de un hombre maduro libertino y decadente por una cándida quinceañera inglesa, inspirada en la Lolita de Vladimir Nabokov y en su propia relación con Jane Birkin. La historia del primero de los álbumes conceptuales que moldeó en la década de los setenta, el primero y el mejor —aunque L’Homme à tête de chou (1976) no le va muy a la zaga—; y también el más influyente, como lo atestiguan, por poner solo algunos ejemplos, Air, Beck, David Holmes, Jarvis Cocker y Alex Turner.

8. “Je suis venu te dire que je m’en vais” (Vu de l’extérieur, Philips, 1973)

En mayo de 1973, a los 45 años de edad, Serge sufrió su primer ataque al corazón. Durante la convalecencia escribió un tema en el que, intuyendo que la muerte le rondaba, se despedía de Jane. Hablamos de “Je suis venu te dire que je m’en vais”, un hermoso medio tiempo, austero y desolador, impregnado de melancolía, una melancolía de raíz eslava (sus padres eran emigrantes rusos refugiados en Francia) que caracteriza un buen número de sus melodías. El texto es una adaptación de “Canción de otoño”, el poema más célebre de Paul Verlaine. «He venido a decirte que me voy / y tus lágrimas no podrán cambiar nada. / […] Palideces ante un presente en el que ha llegado la hora / de los adioses definitivos. / […] Recuerdas los días felices y lloras», canta Gainsbourg. A lo largo de la canción se escucha, apropiadamente, a una mujer llorando: a Jane Birkin, por supuesto; la había grabado mientras se despedía de su familia antes de partir hacia un rodaje. Ya había inmortalizado sus gemidos y suspiros sexuales en “Je t’aime… moi non plus” y su risa en “En Melody”; faltaba su llanto, y aquí está.

9. “Aux armes et caetera” (Aux armes et caetera, Philips, 1979)

Durante buena parte de los años setenta, Gainsbourg centró sus esfuerzos comerciales en los discos que hizo para Jane Birkin: sus álbumes conceptuales, bien lo sabía, estaban abocados a la indiferencia del gran público, a penar por los márgenes. Su renacimiento comercial tendría lugar a finales de la década, primero con el single “Sea, sex and sun” y luego con el elepé Aux armes et caetera, ¡un disco de reggae, nada menos! Decíamos al principio que Gainsbourg fue un artista tan propenso a las transformaciones estilísticas como Bowie. Común a ambos fue también, en sus afanes de excelencia, rodearse de los músicos más avezados en cada género. Para grabar Aux armes et caetera reclutó a Sly Dunbar y Robbie Shakespeare, la sección rítmica más influyente del reggae, y a las I Threes, las tres coristas de Bob Marley. El tema estrella, y el que da título al largo, es, agárrense, una revisión en clave rasta de La Marsellesa. Gainsbourg y sus secuaces metamorfosearon por completo el himno nacional francés, nada queda aquí de la majestuosa marcha militar compuesta por Rouget de Lisle. En su lugar, un medio tiempo indolente en el que la armazón rítmica jamaicana prevalece sobre un Gainsbourg que entona la letra con cadencia monótona, la salmodia, prescindiendo de la melodía original. El título de “A las armas, etcétera” procede de la Enciclopedia Larousse: Serge consultó en ella la entrada correspondiente al himno, y le llamó la atención que las repeticiones del estribillo estuvieran consignadas así. La canción desencadenó un ciclón mediático, amenazas de muerte y las protestas airadas de los paracaidistas militares franceses: para muchos, Gainsbourg había profanado La Marsellesa, su versión constituía una blasfemia en toda regla.

10. “Lemon incest” (Love on the beat, Philips, 1984)

Aux armes et caetera granjeó a Gainsbourg unas cotas de popularidad inéditas en su carrera, le erigió, bien puede sostenerse, en la mayor estrella de Francia. Una fama que retendría a lo largo de los ochenta, aunque más por sus provocaciones que por su música. Provocaciones como prender fuego a un billete de quinientos francos en un plató televisivo, o espetarle a Whitney Houston en otro que le gustaría «follársela». También ocasionó un revuelo, aunque menor, el exitosísimo sencillo “Lemon incest” —juego de palabras con lemon zest (cáscara de limón)—, un dueto con su hija Charlotte, que tenía entonces 12 años. «El amor que nunca haremos / es el más bello, el más violento, / el más puro, el más embriagador», entona ella. En el videoclip el padre y la criatura se acarician y se besan púdicamente; comparten lecho y también pijama, él lleva los pantalones y ella la chaqueta, además de unas braguitas. «La canción es muy pura y las palabras son muy puras —aseguraba Charlotte en una entrevista concedida a Financial Times hace unos años—. Claro que es una provocación, pero también hay mucha honestidad. Es el amor real de un padre a su hija, y de una hija a su padre. Estoy muy orgullosa de la canción. No hay nada de lo que avergonzarse». La polémica que generó “Lemon incest” no debe eclipsar lo fundamental: es una canción formidable, el Estudio n.º 3, op. 10 de Chopin trocado en una ambrosía de electrofunk glacial e hipnótico. Por encima de los escándalos de Gainsbourg luce siempre, en fin, la obra de uno de los músicos más brillantes de la segunda mitad del siglo XX.

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