Senior i El Cor Brutal: Transatlanticismo

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«Todo análisis que se haga de mi obra que no se limite a mi forma de componer, me da un poco igual. Sé que soy un cantante limitado, pero canto mejor, o menos mal que hace años»

 

El tercer disco de Senior i El Cor Brutal, con sus aires de folk desnudo, los posiciona como una excelente rareza en el panorama pop en catalán. Carlos Pérez de Ziriza conversa con su cabeza visible.

 

 

Texto: CARLOS PÉREZ DE ZIRIZA.

 

 

Al valenciano Miquel Àngel Landete se le ocurrió, un buen día, afirmar que lo que hacía era americana a la valenciana. La fórmula parece sencilla: revivir los pálpitos de ciertas figuras de referencia del rock de raíz norteamericana en catalán, desde una perspectiva netamente valenciana, teniendo siempre presente que los caminos del folk son tan inescrutables que pueden llegar a cruzarse aunque hayan nacido separados por todo un océano. Transtatlanticismo, al menos de concepto, si se nos permite el palabro modulado por Ben Gibbard (Death Cab For Cutie). Decimos sencilla, de la fórmula, pero curiosamente poco explotada. Bajo esas premisas pulió el iniciático «L’experiència gratificant» (Malatesta, 2009) y el tan ambicioso como desigual «Gran» (Malatesta, 2011), un álbum de tono conceptual, producido por Raül Fernández (Refree), que le abrió definitivamente las puertas más allá del que se suponía que era inicialmente su público natural, a todo el ámbito catalanoparlante e incluso a otros rincones del Estado. Si el movimiento se demuestra andando, Senior i el Cor Brutal han transmutado ahora mismo, en el desnudo «València, Califòrnia» (Malatesta, 2013), en un proyecto de folk deshuesado  y polvoriento, en el que una guitarra acústica y un piano son prácticamente las únicas armas (junto a su poco ortodoxa voz) para reivindicar un lugar en el mundo en medio del desolador panorama socioeconómico que nos ahoga día a día. Pero lo mejor de todo, al margen del formato y del trasfondo, es que (siempre que se le dé a su contenido el tiempo que su aridez estética parece denegar en primera instancia) no cuesta mucho apreciar esta entrega como su más lograda colección de canciones. Al menos aquella en la que sus resultados están más acordes con sus presupuestos.

¿Cómo surge la idea de hacer un disco tan desnudo, tras lo abigarrado de ‘Gran’ (2011), que contó con la producción de Raül Fernández (Refree)? Teniendo en cuenta su resultado, ¿no hubiera sido más lógico publicarlo como un disco en solitario de Senior, sin El Cor Brutal?
Sí, pero viene dentro de un pack, porque queremos hacer otro disco este año. Es como el Yin y el Yan. Este, sobre todo, es de Senior, y el siguiente será sobre todo de ellos. Si en este el reparto de funciones está en un 80/20 a mi favor, en el siguiente será al revés. Y lo quería hacer así porque siempre que hago un disco pienso en el siguiente. Tuve que coordinar a tanta gente en el anterior, que ahora se me hacía muy cuesta arriba. Grabamos ‘Gran’ entre Barcelona, Castellón y Valencia, lo mezclamos en Sant Joan Despí y se masterizó en Los Ángeles y en Madrid. Y me dejé también mucha pasta. Y también lo he hecho de esta forma porque me mola la antítesis. Si ‘València, California’ es muy folk, el siguiente será como si Superchunk versionearan a Centro-matic, una cosa así.

Acuñaste el término ‘valenciana’, de forma algo jocosa, para definir el sonido ‘americana’ hecho a la valenciana y cantado en valenciano, y al final el término ha ido calando. Incluso grupos veteranos de la zona como La Gran Esperanza Blanca lo adoptan para calificar su último trabajo. Por otra parte, hay un tema llamado ‘La gran esperança roja’ en el disco, que no sé si es un guiño a ellos.
Lo del término es muy gracioso porque surgió en una conversación con Rafa Cervera [se refiere al periodista musical]. Nos reímos pero vimos que tampoco estaba tan mal. En aquella época yo estaba comprando muchos discos de American Music, el sello donde editaban a los Jayhwaks y donde Rick Rubin editaba las canciones de Johnny Cash. Ponía lo de «americana», con el logo de la bandera invertida. Me parecía un término divertido. Lo de ‘La gran esperança roja’ lo cogimos más por la expresión en sí, tomada de ‘La Gran Esperanza Blanca’, como si estuviéramos esperando un Mesías mata nazis. Aunque he de decir que, cuando yo entré a estudiar la carrera de Informática, en 1990, estaban La Gran Esperanza Blanca tocando en el hall de la Universidad Politécnica de Valencia al segundo día de estar yo allí. En ese momento estaba entrando como oyente en ese estilo, en el de las guitarras acústicas, porque lo que se llevaba era el noise. Así que, el hecho de que Cisco Fran [La Gran Esperanza Blanca] haya adoptado el nombre me parece que, de alguna forma, cierra el círculo.

En esa canción dices: “col.lecciones corbates de tots el que agarres, cridant que abans viviem millor, i fas que sagnen i es traguen les paraules” (“coleccionas corbatas de todos los que coges, gritando que antes vivíamos mejor, y haces que sangren y se traguen sus palabras”). ¿A quién te refieres?
Siempre tendemos a pensar que los culpables de nuestra situación son los políticos, aparte de que hay gente como Juan Rossell o Isidre Fainé, cuya responsabilidad queda al descubierto por las redes sociales. Pero nos rodea gente que está ayudando a que esa gente prospere, que podrían ser nuestros vecinos. Por eso utilizo esa hipérbole. Es muy importante no callar. No permitir que más de uno vaya con determinados humos.

En ‘Flor de maig’ hablas de California como si fuera una tierra de promisión. ¿Lo haces en sentido mitológico/metafórico o en sentido realista? Porque allí tampoco es que la situación sea precisamente idílica.
Claro, claro. Una de las premisas para currar en EEUU es que la empresa que te contrate ha de demostrar que no hay norteamericanos que puedan hacer lo que haces tú. Esa es la prueba más clara de que es difícil. Pero también ha coincidido con que tengo varios conocidos que se están ganando  muy bien la vida allí, aunque nada es gratuito, claro. Es un punto de vista ideal y hasta cierto punto mentiroso, pero el arte es un poco realidad y mentira. Y en California hay una Valencia, claro, no he elegido la Valencia de Venezuela. Aunque también te digo que, ahora mismo, si tuviera curro, allí me iría sin dudarlo.

¿Crees que los medios que más y en mejor estima valoran tus discos lo hacen más por aspectos de fondo que de forma? Resaltan siempre el aspecto de tus letras o de la autenticidad de tu propuesta por encima de la pericia a la hora de tocar o cantar. Es como si dijeran: “bueno, este tío no es precisamente un virtuoso cantando o tocando la guitarra, pero lo que dice en sus canciones, lo dice con un par, y le sale del alma”. ¿No te incomoda eso?
Si te digo la verdad, me la sopla bastante. Yo tengo una cosa clara, y te lo digo con toda la humildad posible: si mis canciones no fueran buenas, todo el mundo pasaría de mi culo. Esa es la base de todo. Me da igual que digan que canto bien, que canto mal, que si digo “primo” tropecientas veces… Yo lo que quiero es que la gente escuche mis canciones y que les llegue. Prefiero que mis canciones tengan una incidencia mayor, aunque sea sobre un reducido número de público, que las de muchos otros, que quizá lleguen a más gente pero de distinta forma. Quiero pensar que esa incidencia es mayor, porque ya sé que no voy a vivir de la música. Aunque también la visión es muy diferente, según se me vea desde Cataluña o desde Valencia. Voy a Barcelona y está claro que hay un componente exótico,  de “a vore el valencià, a vore quina monte” [“a ver el valenciano, a ver la que nos va a liar”, en alusión sobre todo a las particularidades sonoras del catalán que se habla en Valencia]. Pero lo importante es que las canciones les lleguen. Y llegan a un determinado grupo de gente. Todo análisis que se haga de mi obra que no se limite a mi forma de componer, me da un poco igual. Sé que soy un cantante limitado, pero canto mejor, o menos mal que hace años.

Pero no digas que las expectativas externas sobre lo que se espera de ti no te afectan. En mayor o menor medida. Incluso aunque fuera de forma inconsciente.
Lo que pasa es que también trabajo por antítesis para poner a prueba a la gente. Me hacía gracia ahora, por ejemplo, imaginarme las reacciones de la gente ante canciones que solo se sostienen en una guitarra acústica, como las últimas. Y si hago un disco sobreproducido, pues habrá gente a quien le encantará y habrá gente que pensará: “hostia, ahí va Refree a tapar los defectos de lo mal que canta este”. Me parecen geniales todas las ópticas. Ojo, que no estoy diciendo que prefiera que hablen de mí aunque sea mal. De hecho, a mí los cantantes que más me gustan no cantan especialmente bien. Aunque sí que es verdad que en este disco he cuidado más la afinación porque no había nada detrás.

Recientemente, firmaste un artículo de opinión en «Rockdelux» en el que invitabas a los músicos españoles a posicionarse políticamente en sus canciones, sin reservas. El artículo era muy vehemente. Quienes te conocemos desde hace años sabemos que ese tono, hasta cierto punto provocador, forma parte del juego. Pero, desde diferentes puntos de España, ha habido mucha gente a la que, seguramente con razón, no le ha sentado nada bien. En primer lugar, porque estiman que cada cual puede hacer con su música lo que le dé la gana. Y en segundo lugar porque muchos argumentan que hay decenas de bandas, fuera de nuestro alcance por su condición muy minoritaria, que sí incorporan esa denuncia social en sus temas.
Contestando a la segunda de las percepciones, yo no nombré a ningún grupo, aparte de Lisäbo, que me impactaron en aquel Primavera Sound, para no pillarme los dedos y que me pudieran decir que falta este o aquel grupo. Y sobre lo primero, yo no me creo que puedas ser una persona implicada al cien por cien socialmente, asamblearia, preocupada por tu barrio, que te manifiestes y votes, que en todos los ámbitos de tu vida esté presente la problemática que nos rodea, en definitiva, menos en tus canciones. Yo no me lo creo, eso es mentira. Esa es mi base.

Suponiendo que todo el que compone música esté implicado en todas esas cosas, que es mucho suponer…
Por supuesto. Pero esa era la base del artículo. Me he encontrado con que el público en general está de acuerdo y los músicos no. Lo asumo, porque metí mucha caña. Buscaba la confrontación. Después de ese artículo, ¿cómo voy a quejarme de que alguien diga algo de mí? Me han tratado de imbécil, de dictador. Roberto Herreros, por ejemplo, dijo en Twitter que mi texto era una mierda. También le mandé, por cierto, una canción a su Fundación Robo, antes de todo eso, y no me contestó. Yo también puse cuatro adjetivos divertidos en el texto, lo reconozco.

Volviendo a las canciones, en ‘Ja no hi ha ningú’ (“Ya no hay nadie”)  dices “ja no hi ha gent que plore pels altres” (“ya no hay gente que llore por los demás”). ¿Crees que vivimos tiempos tan depredadores, tan insolidarios?
A mi nivel sí hay solidaridad. En realidad esta canción la hice por las muertes de Vic Chesnutt y Mark Linkous (Sparklehorse). Lo que pasa es que luego acabé la canción y lo extrapolé a una cierta soledad que he sentido por sus desapariciones, porque han dejado un hueco que no cubre nadie. Me siento un poco desamparado ante eso. Pero en absoluto pienso que la música esté acabada o que no haya ideas. Yo me sigo emocionando. Ahora mismo estoy emocionado con el «Tarnished gold» de Beachwood Sparks, que me parece estratosférico.

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