Scorsese a 45 RPM

Autor:

COMBUSTIONES

 

“Las tonadas, en las pelis de Scorsese, dialogan con las escenas, interpelan a los personajes y ofrecen a un tiempo contexto histórico y temperatura emocional”

 

A raíz del Princesa de Asturias que le han otorgado a Martin Scorsese, Julio Valdeón reflexiona sobre una de las claves de su cine: el uso de la música en las escenas y cómo concretan su contexto y su ambiente.

 

Una sección de JULIO VALDEÓN.

 

Escribí del Princesa de Asturias a Martin Scorsese. Noté, como cualquiera que sienta cierto aprecio por la música, el olvido que de esta hacía el jurado. Ni una palabra en el acta. Aprovecho la ocasión para explayarme. De “Malas calles”, “Casino” y “Toro salvaje”, o sea, de sus montajes y guiones, de Paul Schrader y Robert De Niro, de Thelma Schoonmaker y de la fundación que le ha permitido recuperar no menos de 800 películas, entre otras “Vértigo” y “El gatopardo”, “Las zapatillas rojas”, etcétera, hablé entonces. Para la música, en cambio, para encajar las reflexiones, hice malabares.

Carajo, que hablamos del tío que situó la música en las películas en posición de igualdad respecto a los otros elementos narrativos. Nada de detalles incidentales o cancioncitas metidas con calzador. Las tonadas, en las pelis de Scorsese, dialogan con las escenas, interpelan a los personajes y ofrecen a un tiempo contexto histórico y temperatura emocional. Si hablamos de los cincuenta, que suene rock and roll primigenio y canten los dioses de Atlantic. Si nos vamos a los setenta, funk y etc. Por lo demás, qué música. Los grupos de chicas de la constelación Phil Spector, los magnéticos Rolling Stones en compañía de Jimmy Miller, toneladas de rhythm and blues y soul, especialistas en baladas italianizantes, rocoso blues de Chicago, napolitanos desparrames con parada en Nueva Orleans a cargo de Louis Prima, los leones de la Invasión Británica, incandescentes espirituales de la Staples Family… Con Scorsese puedes hacerte un máster en la edad de oro del blues, el soul, el rock and roll y el pop.

Luego, los documentales. “El último vals”. El mejor concierto jamás grabado. Por la apabullante e irrepetible nómina y por la propia naturaleza de la película. Con esas intervenciones de The Band entre las actuaciones de Van Morrison, Neil Young y Muddy Waters. Por el inolvidable grano de un tiempo previo al plástico digital. Por la eléctrica suavidad con la que coloca y desplaza las cámaras y la asombrosa intimidad que arranca sin resultar, nunca, indiscreto. “No direction home”, dedicada a Dylan, y “Living in the material world”, a Harrison. La primera constituye un prodigio del montaje. Aunque sus verdaderos héroes, en cuanto al material grabado, fueran D.A. Pennebaker, el hombre de “Don´t look back”, gran campeón del cinéma vérité en su tiempo junto a los hermanos Maysles y otros, y Jeff Rosen, que coordinó y realizó muchas de las entrevistas actuales, desde luego las que concede Bob, y al que encima debemos las Bootleg series. Pero quedaban fuera demasiadas cosas. Por ejemplo las drogas, esenciales para entender el periodo. O el sexo. O la crueldad que se gastaba la estrella, en compañía de amigotes como Bob Neuwirth, no bien detectaban una debilidad en sus interlocutores. El docu de Harrison también deslumbra, aunque menos, y sufre problemas similares. Un cierto perfume hagiográfico y ese incómodo regusto que amarga los trabajos alimenticios más lujosos pero igualmente calculados. Del concierto de los Stones decir que entretiene. Poco más.

En fin, la amnesia, el vacío respecto a la faceta de amante de la música de Scorsese no sorprende. Recuerdo, por ejemplo, el Cervantes a José Manuel Caballero Bonald. Poeta, novelista, memorialista, todo, sí, y todo excelente. Pero en los días del premio encontramos magras menciones a su trabajo cómo divulgador y estudioso del cante flamenco y cero comentarios de su paso por discográficas que publicaron a gente como Luis Eduardo Aute o las Vainica Doble. Con todos ellos mantuvo una especial relación. Por lo demás sugirió a José María Cámara para que echara el ojo a Sabina y propiciase su fichaje por Ariola. El único que en España denunció los dos casos, el de Scorsese y el Bonald, fue, a ver, Diego A. Manrique. Que digo yo que ya me vale de citarle, ¡pero no hay forma! Cuando tú vas él viene. O fue y volvió varias veces. Qué tío.

Anterior entrega de Combustiones: Alain Milhaud: Olvido de gigantes.

 

novedades-marzo-18

Artículos relacionados