Salto al color, de Amaral

Autor:

DISCOS

«Ese sello indeleble que llevan todas sus creaciones posiblemente sea su mayor patrimonio, aunque a veces les impida dar un giro radical a su música»

 

Amaral
Salto al color
DISCOS ANTÁRTIDA/SONY MUSIC

 

Texto: JAVIER ESCORZO.

 

Si cada lanzamiento de Amaral genera una gran expectación, la que ha precedido a la publicación de Salto al color ha sido mayor todavía. En primer lugar, porque han pasado ya cuatro años desde que viera la luz Nocturnal, su último disco con canciones nuevas (después llegaron la revisión Nocturnal. Solar sessions y el directo Superluna). En segundo lugar, porque se rumoreaba que, en esta nueva entrega, el dúo zaragozano iba a dar un volantazo a su estilo, adentrándose en nuevos territorios sonoros. Sin duda, algo de eso hay en este álbum, aunque su sello y manera de hacer terminan prevaleciendo sobre cualquier otra novedad.

El cambio más evidente es el barniz electrónico con el que han recubierto muchas de las canciones. En realidad, ya habían utilizado este tipo de sonidos en trabajos anteriores (recordemos “Estrella de mar”), pero ahora lo hacen con más decisión. Así, los ritmos house están presentes en muchos de los cortes, como “Mares igual que tú”, “Bien alta la mirada” (que, por cierto, tiene algo de reggae en su esqueleto), “Lluvia” o, muy especialmente, “Señales” y “Entre la multitud”. Aparte de esta pátina sintética, que se ve reforzada por un novedoso tratamiento de los instrumentos en algunos pasajes, el álbum incluye otras sorpresas como la guitarra flamenca y las palmas de “Soledad”, el coro que abre “Juguetes rotos” (a cargo del Diversity Youth Choir), o algunos ritmos e instrumentos más latinos (como el ronroco de “Ruido”), que consiguen que algunas de estas nuevas composiciones sean perfectamente aptas para el baile. Incluso cuando se acercan al folk, territorio en el que se siempre se han sentido muy cómodos, lo hacen desde un nuevo ángulo, en este caso más gallego, de la mano de Carlos Núñez, que toca su flauta en “Ondas do mar de Vigo” y “Halconera” (primera y última canción del disco, respectivamente).

 

 

Pero, como se ha dicho, por encima de cualquier novedad y experimento, el grupo sigue sonando a sí mismo. Ese sello indeleble que llevan impreso todas sus creaciones posiblemente sea su mayor patrimonio, aunque a veces les impida dar un giro radical a su música (suponiendo que esa hubiera sido su intención). Especialmente reconocibles se muestran en otras piezas como la enérgica “Nuestro tiempo” o la muy emotiva “Peces de colores”; si después de grabar “Enamorada” (de Pájaros en la cabeza), Eva confesó que había llorado al escuchar su canción interpretada por aquella orquesta, es de suponer que en esta ocasión le habrá vuelto a suceder lo mismo. En “Tambores de la rebelión” vuelven a pisar terreno conocido y firman otra pieza que, a buen seguro, les dará mucho juego sobre los escenarios.

Respecto a las letras, en general giran en torno a las relaciones personales. En algunas de ellas se percibe una postura más asertiva, una voluntad de reafirmar la propia personalidad (“Bien alta la mirada” es el mejor ejemplo). “Juguetes rotos” es la excepción, al abordar una temática socio política; tiene su explicación, porque esta canción es de la época de Hacia lo salvaje (2011, en el fragor de la crisis económica y del movimiento del 15M). Son precisamente algunas de las líneas de este texto, demasiado simples (quizás por ser hijas del cabreo generalizado de aquellos años), los que bajan el nivel literario del disco, que, por lo demás, y como es habitual en ellos, raya a buena altura.

Como bien anuncia su título, el nuevo disco de Amaral es un salto al color, aunque el grupo nunca se movió en el blanco y negro. Recuperan tonalidades que ya utilizaron en otros momentos de su carrera y profundizan en ellas. Incluso se atreven con nuevos pinceles y pigmentos diferentes a los habituales, algo que se agradece viniendo de artistas con una trayectoria tan larga a sus espaldas. Sin embargo, como les sucede a los grandes pintores, la autoría de Eva y Juan se reconoce a la legua.

 

 

Anterior crítica de discos: Bird songs of a Killjoy, de Bedouine.

 

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