Sabina fin de siglo: el arte que importa

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COMBUSTIONES

«El mejor homenaje posible, dolorosamente honesto y limpio, a un disco que mejora con cada cumpleaños»

 

Autor de la gran biografía Sabina. Sol y sombra, Julio Valdeón se adentra en el recién editado Sabina fin de siglo, el libro en el que Juan Puchades ha dedicado al célebre 19 días y 500 noches.

 

Una sección de Julio Valdeón.

 

Verano del 99. Estoy en Madrid, barrio de Argüelles, donde Neruda tuvo la Casa de las Flores, «¿Te acuerdas, Rafael? / Federico, ¿te acuerdas…?», en las postrimerías pegajosas, agónicas, de una relación que por decirlo con el Woody Allen de Annie Hall era ya un tiburón incapaz de nadar. O sea, una relación muerta. No por la violencia del despecho o la acidez de la inquina. Muerta de fastidio. De confianza transformada en hábito y el hábito en bostezo. Entonces, una tarde, puse la radio. Sonó una guitarra afónica. Sonó una voz. Alfombrada con todo el alquitrán posible. ¿Sabina? ¿Aquella especie de J.J. Cale cruzado con Louis Armstrong afónico pertenecía a Joaquín Sabina? Pues sí, y además escucha. Atiende a esa letra. Prodigiosa. Veloz. Enamorada y bronca. Dulcísima y suicida. Ni una palabra sin su correspondiente dosis de veneno. Y el estribillo, dios mío, el estribillo. ¿Cuánto coño dura ese estribillo? ¡No acaba nunca!  ¡Sube y sube y sube como un globo aerostático empapado de azules! Y el sonido. Natural, seco, despeinado. Imperfecto, al fin imperfecto. Libre de la letal limpieza. Abrazado a las virtudes de los Stones. De los Rolling Stones que valen. De los de Muscle Shoals y Nellcôte. Amarrado a los evangelios del blues y el country, el flamenco, la rumba, la ranchera y el tango. Géneros que necesitan mierda entre las juntas, grasa, barro y sangre. El mejor Goyeneche fue el último. Cuando definitivamente cambia la voz por un desagüe de tabaco. Cuando arranca a decir las canciones. Días después, y a punto de salir a la venta 19 días y 500 noches, Efe Eme publicaba una reseña que iba a cambiarlo todo. Firma Juan Puchades. En un tour de force para la historia explica las razones que hacen de este un disco imperial y que, bueno, que ni Tom Waits ni pollas, Joaquín Sabina, desde Lavapiés, Madrid, ha codificado un tiempo y un país.

2019. Han pasado 20 años. Entre medias Puchades, junto a magníficos como Diego A. Manrique y Luis Lapuente, resistió con Efe Eme. Revista que hoy dirige, con talento a la altura y paciencia infinita, la admirable Arancha Moreno. Llegaron Cuadernos. Nació la editorial. Permaneció el convencimiento de que 19 días y 500 noches todavía guardaba dragones que contar y cantar. El resultado, Sabina fin de siglo, supone una rara avis en la renovada (y a menudo autocomplaciente) edición musical española. Puchades tiene en su haber una de las biografías más extraordinarias de los últimos años. La que dedicó a Peret. Pero sumergirse en las aguas de 19 días implica encarar un Everest. A pasarle el algodón, reordenar las piezas, indagar en cada pista, seguir el rastro de los recuerdos, documentar la realidad y entrevistar a todos los implicados, empezando por el propio Sabina, ha dedicado el último año. El resultado es mucho más que un libro de música, sobre música o para aficionados a la música. Es un mapamundi del arte que importa. Una brújula para navegarlo. El mejor homenaje posible, dolorosamente honesto y limpio, a un disco que mejora con cada cumpleaños.

Si no les gusta Sabina, pero sienten un mínimo interés por la poesía, la historia, la música, el cine, la literatura, la Castellana entre la bruma, los paraísos artificiales, la amistad, el desamor, la ruina, la lealtad, el sexo, la fotografía, el jolgorio, las tertulias, el mar, los egos en batalla, las traiciones del tiempo, la soledad o la muerte… este es su libro. Si Sabina les interesa, no digamos ya si les apasiona, si forma parte de sus paisajes sentimentales, y si 19 días y 500 noches les parece, como a mí, uno de los grandes discos en español de todos los tiempos, entonces Sabina fin de siglo les volverá directamente locos. Uno, mientras lo saborea, no puede dejar de musitar… Oh, cabronazo, te has marcado la clase de libro que siempre soñé. Pero la envidia del escriba resiste poco. Dura lo que dos peces de hielo. El agradecimiento del lector, del amante del rock and roll y la literatura, es y será eterno. Todavía más difícil que escribir sobre una obra maestra y no estrellarse era entregar otra. Aquí la tienen.                                                                

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