Rockola, Discos. 5 de octubre de 2007

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Rockola, Discos. 5 de octubre de 2007PJ Harvey
White chalk

ISLAND

Lo de esta chica es de estudio de laboratorio. Habría que cogerla con pinzas e intentar investigar dónde reside su secreto. Sólo de esta extirpación saldría un hecho concluyente: Lo que tiene Polly Jean Harvey, conocida en el mundo artístico como PJ Harvey, no lo tiene el noventa por ciento de los músicos y bandas a los que hoy les cuelga la etiqueta indie, alternativa o cualquier otra soberana palabrería. Es más que cierto; es palpable. Esta vez con White chalk, otra muestra orgánica, escurridiza y arriesgada de esta inglesa de apariencia frágil y mirada gris que juega a ser cualquier cosa menos un estereotipo.
    Por suerte para el arte, PJ Harvey sigue siendo inclasificable y su misterio un motor en perfectas condiciones con el que dirigir una más que destacada carrera que ya cumple quince años. En su último trabajo, un compendio de once canciones que no supera los 35 minutos, el ritmo cede ante la melodía, y la guitarra, que en otros momentos fue baluarte de un poder frenético, se sustituye por el piano, un instrumento que según la cantante nunca antes había aprendido a tocar en su vida. Aunque por el álbum también se cuela alguna guitarra acústica, arpa celta y batería, siempre ajustándose a la fuerte presencia melódica. 
    De alguna manera, es como si fuera un renacimiento, tras el eléctrico Uh huh her (2004) y sus tres años posteriores de retiro. Desde el folk de tradición inglesa y las notas clásicas que aporta un piano protagonista, White chalk florece, ya desde el primer corte “The Devil”, como una manifestación casi divina pero dentro de un mundo donde habitan las tinieblas. Es el misterio natural de PJ Harvey, que, vestida con traje blanco y ese fondo oscuro, aparece en la portada como una criada decimonónica que esconde la historia inconfesable de un asesinato. Sin embargo, todo está muy vivo en el disco, desde las sombras que se deslizan con estética victoriana e índole Nick Cave (“Dear darkness”) hasta los desafíos melódicos, en la línea de Thom Yorke, con un tono de voz diferente (“To talk to you”). Lo que sucede es que esta chica de campo cuya presencia alimenta la llama del rock’n’roll no permite que la aten a influencias. “Broken harp”, crudeza que nace de un arpa tocada al revés sin premeditación, o “White chalk”, que cabalga a galope en su belleza de ecos clásicos, están compuestas bajo la única perspectiva de PJ Harvey, que sigue sin tener a nadie que la ensortije como a un mono de feria. Tanto que en su soledad abandona la percusión y se sumerge como en un cuento de hadas en la pérdida de su abuela (“Silencie”), o busca en los recuerdos de sus ancestros (“The mountain”) que habitan en Dorset, la campiña inglesa donde la cantante reside, a través de una catarsis vocal y las teclas de un piano que suenan como esqueletos alucinados. Es el broche final de un disco que si se escucha en la oscuridad transporta de inmediato al mundo oculto de PJ Harvey, que está a años luz de la trivialidad comercial.
FERNANDO NAVARRO.

Vinicius Cantuaria
Cymbals

NAÏVE

Vinicius Cantuaria sigue representando uno de los paradigmas más sorprendentes y maravillosos de la música brasileña. Curioso cómo reivindicando la esencia y pureza de Jobim o Joao Gilberto, siempre consigue los más avanzados grados de sofisticación para la bossa-nova: la bossa-nova del siglo 21, hambrienta por igual de los acordes de una buena guitarra acústica como de los más sutiles tratamientos electrónicos. Lo ha vuelto a mantener en Cymbals, en el que no hay –justamente por ello–  un solo tema que pase de los 5 minutos. Desde su privilegiada atalaya neoyorquina, sabe flirtear con el doloroso zarpazo de la saudade, elemento esencial e imprescindible –casi diría– de su música. “¿Qué hago yo aquí?”, es la pregunta inevitable que se hace en el tema “O batuque”, uno de los dos que ha compuesto con el gran percusionista Naná Vasconcelos. Por aquí andan también de forma estelar el guitarrista Marc Ribot y el pianista Brad Mehldau, que aminoran de tal modo su quehacer más identificativo que no parecen sino haberse rendido sin condiciones (pero bien motivados) a la magia carioca de su vecino y amigo. Vinicius también ha sabido tomar lo mejor de una Angelique Kidjo recién llegada de otra experiencia brasileira, firmando con ella la pieza “Ominira”. Cumple puntualmente a su cita con Jobim (en este caso una versión de “Vivo sonhando”, más conocida como “Dreamers”). Y riza el rizo de la sensual concreción –volviendo a la idea expresada en el primer párrafo– en la composición propia que se permite dedicarle a la madre del cordero, el genio vivo de Antonio Carlos (“Voçe e eu”). Vinicius está en racha con la belleza y la armonía. Bello, bellísimo.
GERNOT DUDDA.

Benjamin Biolay
Trash ye ye

EMI

Con el orgullo herido tras la discreta prospección pública del ambicioso A l’origine (2005), Benjamin Biolay vuelve cargado con gran parte de los mismos argumentos que hicieron de su debut, Rose Kennedy (2001), un artefacto de seducción inmediata. En el debe de su currículo se acumula la magnificencia ornamental de su obra (no acompañada por el título y la portada más desastrada de su carrera), cifrada ahora de nuevo en torno a una exuberancia apuntalada por arreglos sutiles, secciones de cuerda de emotivo calado, interferencias radiofónicas y esos coros femeninos marca de la casa. Detalles que a veces parecen ocultar el bosque, el del tuétano real de las canciones, hasta tejer una pátina tan esteticista –y tan, tan francesa– que puede acrecentar la sospecha de estar ante un hábil recreador de sonoridades –la tradición gala desde Gainsbourg y demás– renuente a la consolidación de un temario auténticamente emancipado de sus referentes. Y contemplarlo desde esa óptica no dejaría de ser, en cierta forma, un error: Biolay se ha aprendido bien la lección, y araña, con este Trash ye ye, un estado de sobria madurez compositiva con concreciones tan palpables como “Douloureux dedans”, “Laisse aboyer les chiens”–ambas de una intensidad emotiva que cala hasta los huesos–, “Regarder la lumiere” o  “Qu’est ce que ça peut faire”–cercanas al rock, tal y como lo entienden sus paisanos Bertrand Betsch o Jerome Miniere– o ese impepinable single que es “Dans la Merco Benz”. Prolífico como es y especialmente generoso a la hora de abastecer de material compositivo carreras ajenas, es digno de celebrar que se haya aplicado el cuento con lo que más importa, su propia producción, hasta dar con un álbum que, pese a su larga duración (56 minutos), ni alberga fisuras ni se hace cansino.
CARLOS PÉREZ DE ZIRIZA.

Mick Jagger
The very best of…

RHINO/WARNER

Corría el año 1985 cuando Mick Jagger atravesaba esa crisis existencialista no escrita de los cuarenta años (42 en su caso). El rockero sentía la necesidad de explorar nuevos caminos al margen de los Rolling Stones y así fue como tomó cuerpo She’s the boss, el primero de sus cuatro álbumes en solitario hasta la fecha. Dos años después, las escasas ventas de su segunda apuesta, Primitive cool, le animaron a ceder a las presiones de su media naranja artística, Keith Richards, para volver a centrar todo su talento creativo en los Stones. Su siguiente disco en solitario no llegaría hasta 1993, Wandering spirit, y habrían de pasar ocho años más para poder escuchar una nueva selección de temas, probablemente la mejor de todas hasta ahora, publicada bajo el título Goddes in the doorway. A la espera de un nuevo disco del señor Jagger, Rhino se ha decantado por rescatar lo mejor de esa trayectoria paralela a la de los Stones de la mano de una selección de 14 canciones notables. Junto a los dos o tres mejores temas de cada disco, también se compilan piezas “sueltas”, como aquel “Memo for turner”, de la película Performance que el propio rockero protagonizó en 1970, o la premiada con el Globo de Oro “Old habits die hard”, de la película Alfil. Aunque para los mitómanos lo más atractivo tal vez sean los duetos rescatados, con colegas como Sting o Bono. Lejos de ser una mera selección de grandes éxitos, el conjunto se remata con tres temas inéditos, uno de ellos producido en 1973 por John Lennon.   
JAVIER MÁRQUEZ.

Bob Dylan
Dylan

SONY & BMG

No es el primer recopilatorio en la carrera de Dylan, pero sí el que se ha preparado dándole a continente y contenido un tratamiento a la altura del personaje. Después de todo, las canciones son las que son, y lo mismo da que se presenten en una carpeta de cartón que en una caja elegantemente forrada. Pero puestos a tenerlas por enésima vez, pues mejor que sea a lo grande. Este Dylan, así, a secas, pretende ser el recorrido básico definitivo por la carrera del de Minnesota , con una selección de canciones realizada –dicen– por los propios fieles a través de una página web.  El resultado son tres compactos con 51 canciones que abarcan del primer al último álbum. Poco se pude decir del contenido más que lo de siempre: que no están todas las que son (aunque casi) pero sí todas las que están; así que para que esos fieles no se resisten a la compra, los de Sony han apostado por un diseño de lujo, con cada disco en su correspondiente funda de cartón tipo LP, un grueso libreto con abundantes imágenes y una serie de postales que reproducen carteles de conciertos y películas del artista. Muy bien y muy bonito, pero escuchar algunas canciones de Dylan independiente al que corresponde no es buena costumbre.
JAVIER MÁRQUEZ.