Rockola, Discos. 4 de junio de 2010

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«Tenemos, reunidos, el bolerista, el amante de la ranchera, el que mezcla flamenco y rock, el hacedor de supremos estribillos, el mago del pop. Con todos estos trajes, que prueba y deshecha feliz, brilla, electriza y deslumbra»

Andrés Calamaro
«On the rock»

DRO/WARNER

Corren tiempos amables para el reseñista de Andrés Calamaro. Hace años que edita discos de minutaje convencional y mantiene bajo llave sus demonios. Recuerda «El salmón», infinito mosaico reactivo, por inabarcable, a los análisis de urgencia y hora al cuello. Ante semejante ejercicio de atletismo creativo apenas cabía mecerse por un río salvaje y confiar en que poco a poco iría formulándose en tu apabullada cabecita una idea panorámica del quíntuple asunto, suma de volcánicos aciertos y exquisitas chapuzas que engalana/emborra tan tormentoso despliegue de facultad felina.

Pasada una década, encontramos un Andrés distinto, lejos del kamikace y sus usos orgiásticos, de las sesiones a quemarropa, los anabolizantes como inductores del abismo o dulces lenitivos. Tampoco fue malo el cambio. Fruto de esta nueva condición nació otra obra maestra, a colocar junto a «Alta suciedad», «Honestidad brutal» y el asalmonado maremoto; me refiero a «El cantante». Puede que incluso «Nadie sale vivo de aquí» merezca compartir ese selecto podio (por no citar a Los Rodríguez y su imbatible eslalon). Como sea, y dado que vivo mosqueado con el habitual método periodístico de cocinar a brochazos, opto por madurar el disco y escribir sucesivamente, en tardes impares, las impresiones que me evoca.

Con la pintura tierna «Calamaro on the rock» se antoja, lo explicó Juan Puchades, continuación por otros caminos de «La lengua popular», una lengua más cruda, de sonido caliente y crujiente. El mérito de la producción cabe atribuírselo al propio Calamaro y a su fiel bajista, Candy Caramelo, todoterreno del rock and roll al que el poderío instrumental nunca machacó la intuición. Ya sabes, el virtuosismo, cementerio de elefantes, luce incompatible con el difícil juego de ensortijar canciones. Otra idea: se trata de una recapitulación de los mil y un Calamaros conocidos, el explorador sónico, el baladista consumado, el rockero aguerrido, el cantautor politizado, el músico que hace suyos géneros dispares y sabe reciclarlos con temple. Tenemos, reunidos, el bolerista, el amante de la ranchera, el que mezcla flamenco y rock, el hacedor de supremos estribillos, el mago del pop. Con todos estos trajes, que prueba y deshecha feliz, brilla, electriza y deslumbra.

Y así pasan los días. Llueve el disco sobre mis venas, revela su condición, su licor venenoso, sus compasivas orillas, sus destellos, muchos, y también una ligera sombra. ‘Dos barcos’ recuerda a sus colaboraciones con Javier Limón y Niño Josele (que repite). Bella balada, de amor o amistad cortada por la femoral, donde añade el metal de Diego El Cigala como delicioso ornamento. La herencia del folklore hispano bulle repetida en truenos como ‘Tres Marías’ (entrañable como una fiesta popular con globos de colores y estrellas gordas allá en el cielo), ‘Te extraño’ (bolerazo rematado con la gloriosa aportación de un pletórico Langui, de La Excepción), ‘Insoportablemente cruel’ (del jazz lisérgico, con trompeta incluida de Jerry González, a las erizadas rimas que proporciona Residente, de Calle 13) o ‘Te solté la rienda’, ranchera alcohólica de José Alfredo Jiménez, con Bunbury invitado, que recuerda la inmensa capacidad poética del género y la maestría de un argentino universal que canibaliza materiales clásicos sin resbalar por el terraplén de la facilidad: emoción pura. El Calamaro matador, el de los medios tiempos que follan con la inspiración y abroquelan heridas con sal y queroseno reluce en ‘Todos se van’ o ‘Los divinos’. No olvido los fogonazos acelerados (‘Pasodoble de los amigos ausentes’, ‘Gontonomera’, ‘Flor de samurai’, etc.).

Mi único reproche tiene que ver con el uso de tantos incunables, todos buenísimos, todos, ay, contaminados de anacronismo. El artista tiene derecho a recuperar su repertorio, perdido o quemado en mil naufragios, pero preferiría que dichos descartes acaben recopilados en colecciones ad hoc, sobre todo si no los reconstruyes con la radical audacia patente en «El cantante», cuando lo añejo se hacía nuevo rompiéndole la boca al cielo por la vía del riesgo. Por mucho que fascinen las canciones antiguas, fuera del hábitat de unas deseables «bootleg series» hurtan la oportunidad de comprender su momento actual, las singularidades de su pulso contemporáneo. El peligro, al fin, pasa porque Andrés acabe transformado en arqueólogo de sí mismo. Explicar, como hacía el otro día en entrevista a EFE EME al ser preguntado sobre la facilidad con la que le llegan nuevos temas, que «el ‘modelo’ canción de rock tampoco me parece la expresión perfecta de lo que la música tendría que ser», resulta interesante, pero colisiona con la evidencia de que son esos imperfectos «modelos» los que al cabo nutren discos y repertorios. Tan válidos y necesarios son Bob Dylan o Chuck Berry (interpretes de sus propias composiciones) como Elvis Presley, Sinatra o Camarón (maravillosos destinatarios y propagadores de, generalmente, canciones ajenas). Calamaro (reconocida y admirada su innegable fuerza interpretativa, el impagable metal de su voz, la excelencia de sus directos, sus talentos como productor y sus a menudo crípticos pero sugerentes y valiosos artículos, su gallardía política, etc.), forma parte, quiera o no, del primer grupo, y como tal, inevitablemente, se le examina. Ha escrito demasiadas canciones cojonudas, qué le vamos a hacer, para sacudirse la contundente losa del songwriter excelso al que exigimos todo.

«Calamaro on the rock» ocupará un hueco radiante y secundario dentro del palmarés. Suprema maldición, la de entregar un lienzo hermoso mientras decepcionas (un poco) al yonqui de tu divino arte. Nada nuevo. El artista pelea contra el canon y algunos titanes han forjado uno propio, a cuyo contraluz, inevitablemente, serán examinados. Atención: sería idiota reclamar un nuevo «Honestidad brutal». Al menos yo no lo espero o deseo. Si exceptuamos la inquietud causada por tanto revisionismo, Calamaro sigue firme en la terrenal pelea de parir música celeste. En 2010, más concentrado en su faceta cantora que en la pluma, tira de oficio con radiante elegancia.
JULIO VALDEÓN BLANCO.



Rebekka Bakken
«Morning hours»

UNIVERSAL

La voz de los profundos y escarpados fiordos noruegos da un pequeño golpe de efecto en su carrera en términos de producción e interpretación y decide marchar a EE.UU. para grabar este cuarto trabajo. «Morning hours» evoca el más puro y cristalino «songwriting» norteamericano, en su vertiente femenina y apelando a su pedigrí más glorioso. Escucharla a ella provoca una especie de «deja vu» que rememora en nuestra mente un mucho algo de la magia de Carole King y Carly Simon. Sí, las dos, y a partes iguales. Y puede que no sólo en la voz, sino también sobre mucho de lo escrito en cuartilla. Pero claro, no estamos en 1972 y la mayor parte de su público no sabrá reconocer la vertiente histórica, quedándose tan sólo con un puñado de canciones bonitas. Pero vale así, si a cambio no te pierdes pequeñas maravillas como ‘Ghost in this house’ o ‘No easy way’.
Inspiración, intimidad y romanticismo para contar lo que ocurre en esas horas del alba en las que la mente se dispone a recibir al día como un libro en blanco.
GERNOT DUDDA.



Cadillac
«25 años»

CADILLAC MUSIC

A las canciones de Cadillac les ha sentado francamente bien esta puesta al día, 25 años después. Y es que la banda pop ochentera de José María Guzmán, Pedro A. Sánchez, Eduardo Ramírez y Javier de Juan, en su momento se dejó llevar demasiado por las técnicas de estudio de aquellos años y, con frecuencia, la cosa chirriaba bastante. Pero ahora, con producción de Fernando Illán y Pedro A. Sánchez, y nuevos arreglos, más naturales que los de antaño, canciones como ‘Cuánto tiempo perdido’, ‘Pensando en ti’ (¡cómo suena lo que parecía una intrascendente minucia pop!) o ‘Perdí mi oportunidad’, por citar sólo las tres primeras, cobran nueva vida y enseñan matices que parecían escondidos en las tomas originales. Es como si la madurez de sus autores –que siguen siendo unos maestros de los juegos vocales– hubiera hecho que ellos mismos las comprendieran, puliendo unas gemas que permanecían ocultas bajo una pátina de diseño moderno y circunstancial, genuinas «víctimas de hoy», parafraseando uno de sus títulos.

Una pena que no se hayan atrevido con, por ejemplo, el grandioso ‘Valentino’, tema estigmatizado por su participación eurovisiva o con ‘Llegas de madrugada’. Ojalá Cadillac los retome, junto a otros igual de olvidados, en una próxima entrega discográfica con la que celebrar este 25 aniversario del grupo. Como regalo, eso sí, incluyen dos cortes nuevos, ‘Dile al mundo que te trata mal’ y ‘Un poco de calor’, ambos grabados también en el último disco de Guzmán, lo que nos permite jugar a las comparaciones.

Si en su día no te gustaron Cadillac y eres un fundamentalista de las ideas preconcebidas, olvídate de este disco. Si por el contrario estás dispuesto a escuchar buen pop sin etiquetas, dale una oportunidad a este CD, no te defraudará.
JUAN PUCHADES.



Solex Vs. Cristina Martínez + Jon Spencer
«Amsterdam throw down, King Street showdown!»

BRONZERAT RECORDS

No es una reunión descabellada, pero sí poco común. La holandesa Elisabeth Esselink, conocida artísticamente como Solex y autora de varios álbumes de electrónica basada en el sampling, une fuerzas con el matrimonio más famoso de la escena rock alternativa americana: Jon Spencer (Heavy Trash, Blues Explosion) y Cristina Martínez (Boss Hog). El trío es en realidad un cuarteto, ya que el rapero Mike Ladd adquiere importante protagonismo en varios de los cortes de «Amsterdam throwdown, King Street showdown!», un disco en el que las peculiares voces de Spencer y Martínez dan el contrapunto a la bacanal de teclados y efectos servidos por Esselink, en un pastiche de funk, hip hop, rock y pop que se sitúa en un punto equidistante de la obra de sus creadores, tan próximo a los trabajos previos de Solex como a algunas incursiones electrónicas de Spencer (recuérdense los ‘Experimental remixes’ de «Acme»).

Un refrescante divertimento, en el que ha participado Matt Verta-Ray (Heavy Trash), que ha sido grabado por Ivan Julian (Richard Hell & the Voidoids) y que no sobrepasa la categoría de anécdota. Eso sí, de lujo.
EDUARDO GUILLOT.



Rufus Wainwright
«All days are nights: Songs for Lulu»

POLYDOR

A estas alturas un genio como Rufus Wainwright puede permitirse hacer prácticamente lo que le venga en gana. Nunca ha fallado, ni en estudio ni en directo y su audiencia comprende su expresión artística.

A largo plazo, «All days are nights: Songs for Lulu» será considerado un disco menor en su trayectoria pero aun así resulta notable, una de esas obras que con el paso del tiempo crecen. Se trata de un trabajo en el que Rufus se hace acompañar únicamente de su piano, por lo que se trata, sin duda alguna, de su disco de más difícil escucha. Su pop de cámara es mucho más asimilable acompañado por una banda al completo, ya que cuando se presenta de una forma tan desnuda, sin arreglos, tan en bruto, sus canciones se tornan más laberínticas que de costumbre y la accesibilidad muere aunque no la sensibilidad de un músico que sigue siendo brillante. De hecho, incluso en una tesitura tan despojada sigue sonando elegantemente pomposo, algo que cualquier seguidor suyo disfruta.

Buen disco que aporta una visión más íntima del genio, con trazos sombríos y profundos en cuyas primeras escuchas se echa de menos la explosión y el colorido de sus anteriores trabajos. Hay que escucharlo con reposo, prestando atención a las letras y peleando un poco por entrar en la privacidad de Wainwright, una vez se ha accedido a su interior uno puede comprender por que «All days are nights: Songs for Lulu» envejecerá mejor que bien aunque sólo sea apreciado por «connaiseurs».
JUANJO ORDÁS.



Andre Williams
«That’s all I need»

BLOODSHOT/HOUSTON PARTY

Confieso que siento debilidad por Zeffrey «Andre» Williams. Para quienes no lo conozcan ahí van cuatro datos: nacido en 1936, es uno de los soulman y cantantes de R&B más veteranos en activo. Colaboró con sellos como Fortune, Motown o Chess como cantante, productor y compositor de repertorio. Es autor de temas legendarios de soul macarra y grasiento como ‘Jail bait’ o ‘Greasy chicken’ con los que se ganó el apodo de «Mr. Bacon Fat» y la admiración de personajes como Lux Interior que afirmó que «Andre Williams hace que Little Richard suene com Pat Boone». Williams tiene además un historial de adicciones y rehabilitaciones digno de estudio.

«That’s all I need» es su último disco, grabado tras su última estancia en una clínica de desintoxicación. No obstante, estar «limpio» y sobrio no ha sido un obstáculo para que Mr. Bacon Fat nos entregue otra colección de temas de inspiración callejera con canciones como ‘There’s ain’t such thing as good dope’, que nos explica cosas de su indómito carácter o como ‘Cigarettes and my old lady’, en la que se pregunta quien será el primero que intente asesinarlo. A sus 74 años, Williams no está para grandes alardes vocales pero sabe convertir en virtud sus carencias. Su voz grave y profunda se desliza en canciones como ‘My time will come’, en la que su fraseo se acerca al «spoken word» y demuestra porqué, pese a ser un artista que inició su carrera hace más de 50 años, es una influencia para los cantantes de rap. ‘Tricks’ y ‘That’s all I need’ recuperan el espíritu del viejo R&B gracias a la colaboración de diversos músicos de Detroit como Dennos Coffey y miembros de los Dirtbombs o The Witches. Parece que a Andre Williams le queda cuerda para rato y que para él la palabra jubilación no exista. Que siga así.
ÀLEX ORÓ.



Juan Luis Guerra y 4.40
«Burbujas de amor»

KAREN/EMI

Aunque sólo quedan unos días para que se ponga a la venta «Bachata en Fukuoka», el nuevo disco de Juan Luis Guerra y 4.40, este recopilatorio, publicado hace unas semanas, sirve para recordarnos la grandeza del músico dominicano. Un creador que ha sabido fundir en una receta personal ritmos como el merengue, la bachata o el bolero sazonados con especias pop de la escuela Beatle e incluso su algo de jazz elegante. El resultado es un plato siempre sabroso, rico al paladar y plagado de aromas evocadores de playas soleadas.

«Burbujas de amor» reúne 30 de sus mejores canciones –o de las más conocidas–, con las que vuelve a quedarnos claro que Guerra es de los pocos artistas populares latinos capaces de cantarle al amor y a la mujer sin repetirse, manejando un lenguaje elaborado, sensible, nunca sensiblero, e inteligente. Vamos, que no es de aquellos que tratan al receptor de su obra como si fuera un memo al que hay que coger de la mano no sea que acabe hospitalizado por culpa de una metáfora compleja.

Este repaso en doble CD también constata que sus canciones superan la prueba del paso del tiempo, con mucho ya de clásicas de la música latina. Sólo por momentos la calidad del audio –en ocasiones hija de las peculiaridades de su tiempo– nos hace desear una buena remasterización o, directamente, nuevas grabaciones. Pero, como recordatorio de un cancionero sublime, situado por encima de estilos, esta selección se recibe con los oídos bien abiertos.
JUAN PUCHADES.



Varios
«Teach me to monkey. R&B hipshakers vol. 1»

VAMPISOUL

Pasan los años y los archivos sonoros de los pequeños sellos norteamericanos de R&B y soul salen, poco a poco, a la luz. Cada lanzamiento es un pequeño acontecimiento porque estas canciones mantienen todo su encanto gracias a la fuerza y expresividad de sus intérpretes y a la frescura y el desparpajo con los que fueron concebidas y producidas. Vampisoul se ha especializado en los últimos años en hacer aflorar este material que hace las delicias de los amantes de la música negra de todo el mundo. Su último lanzamiento es «Teach me to monkey. R&B shakers vol. 1», que resucita añejos singles de los sellos King y Federal editados entre 1961 y 1962, unos años en los que Estados Unidos enviaba simios al espacio, Kennedy presidía la nación más poderosa de la tierra y se vislumbraba el conflicto bélico de Vietnam. Eran los años de la Guerra Fría y de la lucha por los derechos civiles de la población afroamericana. En este contexto, los músicos de R&B intentaban distraer al personal con canciones pegadizas, punzantes, festivas, sinceras, indecorosas (dentro de un límite), calientes, rugosas y aguerridas. Todos estos adjetivos sirven para calificar a los veinte temas incluidos en esta recopilación (disponible en CD y caja de diez singles de vinilo) interpretadas por artistas como Willie Wright & His Sparklers, The Valentones, Freddy King, The Drivers, Willie Dixon & The Big Wheels y Johnny «Guitar» Watson, entre otros, que no defraudarán a todos aquellos que quieran aprender a hacer el mono mientras menean el cuerpo al ritmo del más furibundo R&B.
ÀLEX ORÓ.



Anterior entrega de Rockola.

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