Reyes vagabundos, de Joseph O’Connor

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LIBROS

«La estructura, el tono y el diseño de ambientes son los justos para que la novela te absorba y ni puedas abandonarla»

 

Joseph O’Connor
Reyes vagabundos
IMPEDIMENTA, 2023

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

En los últimos años, quizás desde Juliet, naked de Nick Horby, no han dejado de aparecer en el mercado biografías de grupos de rock ficticios. El reciente éxito de Todos quieren a Daisy Jones —novela y serie— quizás sea la culminación de un proceso en el que se toma el contexto de una época y se encaja, en medio de un entramado real, un grupo que nunca existió. Las épocas preferidas va desde finales de los sesenta hasta plenos ochenta. Antes, el contexto queda poco actual; después, es demasiado cercano para ser creíble. Quizá la mejor de este nuevo estilo de ficción rock sea Reyes vagabundos, de Joseph O’Connor.

El prefacio ya ofrece la semilla de lo que va a ser el texto: Robbie Goulding acaba de escribir sus memorias. Fue guitarrista de un grupo de los ochenta, The Ships, con tres conocidos de Luton, una ciudad al norte de Londres. Lo acompañan, en la que será esa exitosa banda, Fran Mulvey, un muchacho vietnamita adoptado; Trez Sherlock, una deliciosa chica, y el hermano mellizo de esta última, Seán. La personalidad de los cuatro miembros se combina a la perfección hasta que deja de hacerlo. Fran es un dandy histriónico; Trez, pura sensibilidad, y Seán, quien iba a entrar provisionalmente, se convierte en el garante de la profesionalidad.

La historia del grupo se desgrana, pero O’Connor tiene la maestría de no centrarse solamente en los escenarios del grupo: lo complementa maravillosamente con escenas costumbristas y con breves apuntes —no una digresión, un leve párrafo— sobre cuestiones que afectan a la filosofía del rock. La relación entre Robbie y su hermano, por ejemplo, lleva a esa dicotomía de finales de los sesenta que te hacía seguidor de Deep Purple o de Elvis Costello, sin comunicación posible, aunque también podías degustar el country y Roxy Muxic a la vez. Iba por caracteres. También se habla del conflicto entre amateurismo y técnica, o si en las canciones ha de dominar el contenido político o el hedonista.

En la vida del grupo no hay mucho margen. Sus ensayos en locales infectos, sus primeros conciertos callejeros. Hay páginas románticas, una primera maqueta pagada con una herencia, pisos compartidos de dueños mezquinos, drogas, reparto de maquetas por sellos y radios, sesión con John Peel y Top of the Pops, todo lo que vivió cualquier grupo de los después reconocidos…

Las cosas cambian un tanto cuando a Trez le conceden una beca de estudios en Nueva York, y ahí vuelve a comenzar todo el recorrido. Ello le permite a O’Connor hacer un fresco de la situación musical de la Norteamérica de la época. Ello también permite que el grupo llegue a la fama, al dinero inabordable y a la ruptura. Aquí, en una novela al uso, acabaría el texto; pero, inteligentemente, el narrador añade una coda que acaba de cerrar los hilos y de modelar los caracteres de cada uno de los miembros, firmes pero flexibles al mismo tiempo.

El grupo, años más tarde, sin casi ningún contacto entre sí, tiene una reunión, un concierto que va a resultar apoteósico, sin Fran, que tiene un éxito mundial, con premios Grammy y Óscar y no quiere saber nada del grupo, excepto si es un litigio. Litigios que se enredan al final para preparar un final dramático, lleno de nobleza, y plagado también de esa sonrisa triste que proclama que la vida es dura, pero merece la pena.

Cualquier amante de la música de los ochenta va a disfrutar de este libro, pero no solo es para ellos. Pinta situaciones cotidianas, hay pinceladas de humor inglés a la manera de Tom Sharpe, en ocasiones es épico, y en ocasiones romántico. Y sobre todo la estructura, el tono y el diseño de ambientes son los justos para que la novela te absorba y ni puedas abandonarla.

Anterior crítica de libros: Tu sonrisa sin temblar, de Víctor Colden.

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