Rescatando a Sabina: 10 canciones previas a los 19 días y 500 noches

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Antes del célebre “19 días y 500 noches”, Joaquín Sabina publicó diez discos en solitario. Al margen de los himnos, en esos trabajos también había gemas que demostraban el talento del maestro. Marta Sanz selecciona diez ejemplos.

 

Selección y texto: MARTA SANZ.

 

Es difícil, si no imposible, descubrir algo nuevo de Sabina. Versado contador de historias, aunque lleva casi cuarenta años sin parar de escribir y su obra en verso y canción se reedita constantemente. Incluso de vez en cuando su banda, magnífica donde las haya, llena locales y regala versiones en sus “Noches sabineras” que sin el bombín presente son tan Joaquín como el que habita Relatores.

No pretendo, por tanto, sorprender a nadie. Quien adora ‘Dieguitos y Mafaldas’ sabrá seguramente del ‘Tratado de impaciencia nº 10’. En el caos vital del flaco, no hay emoción que hile el argumento de uno solo de sus discos, en los que canta al sinvergüenza y al santurrón, a señoras y amantes. Qué decir del mosaico de una discografía que este año (bendito sea) suma un nuevo trabajo. Pero si hay una línea trazable en la historia de Sabina esa ronda el fin de siglo, y aleja del pasado su disco «19 días y 500 noches». En él escuchamos su voz sin ambages, sin trampas de estudio. Con él llegaron los premios, los incesantes reconocimientos. Y tras él Sabina vivió sus peores momentos, y la grandeza del que se pone en pie de nuevo, a pesar de haber arañado en ese trance todos los temores. Y con miedo, valiente, ha seguido caminando.

Antes de ese disco que lo proyectó a una nueva dimensión, hubo diez de estudio en los que cantó esperando que nada cambiara demasiado. En cada uno de estos trabajos, que recorren veinte años de su vida, hay canciones reconocibles, que aún suenan en sus conciertos, versionadas por artistas muy conocidos. Vamos a abrir la puerta a esos discos, para ver al exiliado veinteañero que alcanzaba notas altísimas, o al incipiente cazallero que canta mejor que tenores. Pero vamos a escoger discretas composiciones, que no son himno impuesto de fan con bombín de «merchandising», sino en todo caso escogido tras horas de casete y añoranza. Porque antes de «19 días y 500 noches» Sabina ya era un maestro.

 

1. ‘Donde dijeron digo decid Diego’

Desde un libreto de poesía escrito en el exilio y hasta las cuerdas de su guitarra, Sabina empieza a escribir canciones. Es en 1978 cuando graba “Inventario”, el primero de sus discos, un trabajo que apenas tiene de su desvergüenza una portada. Sin embargo es posible adivinar entre temas un guiño del hombre que aún hoy se sube a los escenarios. Preguntado años después por este elepé, reniega el artista de los arreglos, y no se promete en las letras. Pero entre gorgoritos y tibiezas, vestido de otro cantautor, daba este primer tropiezo. Un paso al fin y al cabo.

2. ‘Qué demasiao’

Comienzan los años 80, y sólo podía ser Madrid. Joaquín es libre y feliz en el asfalto patrio, ríe las noches del brazo de Krahe en la Madrágora, y como si nada hubiera pasado antes, llega una discográfica gigante y le permite “Malas compañías”, en el que, quizá por desagravio, es todo Sabina, el mejor Sabina. No elegir ‘Gulliver’, ‘Pongamos que hablo de Madrid’ o ‘Calle Melancolía’ sería pecado si no nos salvase este retrato de un tipo de barrio, el chico malo de final peor con el que se acerca a ese perfil de perdedores tan unido a sus letras y su voz que, por fin, empieza a rasgarse.

3. ‘Caballo de cartón’

Sin ser una canción desconocida, no es esta, la original, la más rodada de sus versiones. Forma parte de “Ruleta rusa”, el segundo trabajo del ubetense para la CBS, con el que además se estrena en labores de productor. El motivo por el que la línea 1 es de propios y foráneos, la canción que convirtió cuatro paradas de Metro en el verso más hermoso. Tirso de Molina, Sol, Gran Vía, Tribunal…

4. ‘El joven aprendiz de pintor’

Imagino un elegante toque de sombrero en la despedida de Krahe y Sabina, que por no repetirse dejan de compartir escenario, y una pirueta que le lleva hasta Ariola, con la que graba “Juez y parte” en 1985. Sabina aún tiene esa edad en la que muchos se llaman jóvenes promesas, pero en este disco reina la nostalgia, la introspección del que recuerda en exceso. Quizá adivinaba que su música iba a hacerse demasiado grande, hasta darle lo mejor y lo peor del reconocimiento. Y de tanta verdad nacen canciones como esta.

5. ‘Amores eternos’

Desde “Hotel, dulce hotel”, los titulares se hicieron más grandes, sus frases más citadas, y el éxito empezó a alejarle de los bares. Nueve canciones que sin saberlo, iban a virar su barco hasta ir convirtiéndolo en el caos que ahora habita. Aunque cuenta con un par de temas gamberros, como la celebérrima ‘Pacto entre caballeros’, no es ese el espíritu que reina. Es un disco tranquilo, de acogedora tristeza. Desde una soledad reconocible está escrito este ‘Amores eternos’, con la madurez del que sabe dejar marchar.

6. ‘Besos en la frente’

Tras vender cuatro discos de platino de los de antes de la piratería en pocos meses, no entraba en sus planes alimentar al exitoso cantante por el que le trataban, y declaró la intención de hacer un disco poco comercial. Pero cometió el error de ponerse en manos de los mejores cófrades, y entre Pancho Varona y Antonio García de Diego no era posible hacer un disco moderado. “El hombre del traje gris” está lleno de extraordinarias historias corrientes, himnos de paz y guerra, de Eva tomando el sol. Bendito el Ducados que unió a estos hombres una noche de Madrid, que desde entonces nos cantan indecorosos.

7. ‘Mentiras piadosas’

Elegimos la canción que da nombre al disco, aunque no sea la más representativa del mismo. Le dio por ser biógrafo de historia ajena en este trabajo, en el que tienen sitio desde Cristina Onassis hasta el Dioni. Pero la honestidad de ‘Mentiras piadosas’, la ingenua verdad que relata, es tan tierna que apetece escucharla.

8. ‘Amor se llama el juego’

Su amplia biblioteca le ha retado tanto tiempo que a veces se hacen lejanas estas canciones sin vericuetos literarios que con frases como espadas te dibujan a trazo limpio el más bello de los desconsuelos. Esta composición vale todos los estadios llenos, cubre el tamaño de su leyenda. Formó parte de “Física y Química”. La última tristeza de este paseo sabiniano, prometido.

9. ‘Como un explorador’

Canción de ventanas abiertas, o cómo darse cuenta de que vuelves a ser feliz. Es fácil imaginar al cantante en blanco y negro, paseando de camino a casa tras cerrar algún bar, y adivinar su media sonrisa. Una joya maravillosa que se oculta en “Esta boca es mía”, otro disco cincelado por ese trío maravilloso, que tuvo a bien hacer un hueco a la voz gigante de Olga Román. No, en esta canción no suena, pero había que nombrarla. Bailo.

10. ‘El rocanrol de los idiotas’

Sabina se merece que terminemos bailando, y no hay canción que alce los pies como la que abre “Yo, mí, me, contigo”, el último disco antes de. Es también la excepción de sus reglas, porque en esta historia los idiotas son felices, y el cuento acaba bien. Y también el tema, con declaración de amor a los Beatles. O lo que es lo mismo, a la música.

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