Rejoice, de Tony Allen y Hugh Masekela

Autor:

DISCOS

«Una hoja de ruta para las generaciones venideras de músicos africanos»

 

Tony Allen y Hugh Masekela
Rejoice
ORLD CIRCUIT-BMG, 2020

 

Texto: EDUARDO TÉBAR.

 

El primer álbum póstumo de Hugh Masekela llega dos años después de la muerte del gran trompetista, compositor y cantante sudafricano. Pero, en realidad, Rejoice se debe interpretar como el inevitable encuentro de dos viejos tribunos de la negritud; los portavoces de dos lenguajes que exceden el acervo de sus territorios de origen y que, sin pretenderlo, dan forma aquí a una hoja de ruta para las generaciones venideras de músicos africanos. De ahí el mensaje del cierre («Nuestro tiempo ha pasado, vuestro trabajo empieza ahora») en “We’ve landed”.

El otro eje del proyecto, el no menos totémico Tony Allen, define la experiencia como «una especie de guiso jazz swing sudafricano-nigeriano». El álbum es fruto de la iniciativa del productor Nick Gold, que alquiló un estudio en Londres durante un par de días en 2010 (el mismo año en el que la etiqueta World Circuit parió al fin la criatura Afrocubism) para provocar, con tal sutileza, el diálogo entre ambas bestias. Allen y Gold concluyeron la faena durante el verano de 2019 a partir de aquellas cintas. El condumio toma cuerpo con la nómina de instrumentistas sacados de la escena del jazz avanzado londinense (por ahí anda gente del Ezra Collective o Kokoroko).

Partiendo de la base de que Tony Allen es el beat del afrobeat, y de que la trompeta de Masekela exhibe la inconfundible expresividad de quien ya destacaba haciendo bebop medio siglo antes con The Jazz Epistles en Johannesburgo (antes de saltar el charco y entenderse con Dizzy Gillespie, Harry Belafonte o los Byrds), la simbiosis está garantizada. La semilla de Rejoice habría que buscarla en la República de Kalakuta, la comuna de Fela Kuti en la que se conocieron a principios de los setenta. Es más, el momento del disco en el que Masekela se arrebata cantando es en “Never (Lagos never gonna be the same)”, una reivindicación rabiosa del amigo ausente («Lagos nunca será lo mismo sin Fela, ¡nunca!»). En 1984, Allen y Masekela coincidieron en unas sesiones con Julian Bahula, instalados entonces en Londres. Aún tuvieron que transcurrir dos décadas y media para materializar unión.

Tony Allen ha explicitado en los últimos tiempos su deuda con Art Blakey y Max Roach, sin perder el punch contemporáneo que le otorga su sólida alianza con Damon Albarn. Esta es, tal vez, la grabación más limpia y elegante del percusionista nigeriano, que comienza las frases en cada pasaje hasta que Masekela construye sobre ese patrón. El estilo de Tony Allen es dominante pero nunca abusivo: afrobeat esquelético relleno de esencia bebop. Con palabras entonadas en inglés, yoruba y zulú, late la voluntad de intercambio trasatlántico, como la diáspora africana (ese coro inicial en “Robbers, thung and muggers (O’Galajani)”. El jazz más ortodoxo se relame en “Agbada bougou”, cuando no se unta de africanismo (“Slow bones”) o se expande por donde surja (“Coconut jam”). El baterista, que tenía 69 años recién cumplidos cuando grabó el grueso de este material con Hugh Masekela, se empeña en sacar de gira estas composiciones con el trompetista también sudafricano Claude Deppa. Al fin y al cabo, Rejoice significa eso: alegrarse.

Anterior crítica de discos: Songs for our daughter, de Laura Marling.

 

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