Punto de partida: Pablo Maronda (Maronda) y Oasis

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«Este disco no es nada nuevo. No tiene frases brillantes. Pero tiene algo muy visceral que conecta contigo y te arrastra porque es ‘fuckin real»

Oasis
«Definitely maybe»
1994


Lo compré el verano de 1996, durante un pequeño paréntesis urbanita en mi veraneo montañés. Todos los años nuestros padres nos mandaban a un pueblecito con mis abuelos, y no regresábamos hasta que empezaba el curso. Creo que desde que los escuché por la tele, estuve dándole la matraca a mi viejo para que me dejara ir a Valencia con él en el coche. No paré hasta que un lunes nos bajamos a la ciudad con la excusa de que tenía que hacerme unas pruebas para el asma –la gran constante en mi adolescencia– y aprovechando la coyuntura pasé por El Corte Inglés, y me lo pillé con la pasta que había arramblado por mi cumpleaños, que es a mediados de agosto. Me debió costar 2.000 pelas como mucho.

Ya había comprado mucho AOR a medias con mi padre, y tenía montañas de cintas de casete infames: los primeros de Queen, cosas de Pink Floyd de la época dura, los Stones ochenteros, James Taylor, el Elton John de «Goodbye yellow brick», incluso algo del Michael Jackson post «Off the wall». Ya conocía a los Beatles, de los que era ultrafan –sobre todo de la época psicodélica–, pero todos esos discos llegaron a mí por su cuenta, como aquel que dice, rebuscando en los cuartos de mis tíos y demás.

Había oído ‘Roll with it’ y no me gustaba demasiado. Pero tiempo después los vi tocando en un especial de La Dos, una mañana que estaba ocioso y no tenía ganas de ir a la piscina, porque me acojonaban unos pequeños veraneantes que me querían tocar la cara, y la verdad es que desde ese momento me fliparon.
Aquel verano el bono de la piscina se murió de asco, pero crecí mucho como melómano (el «Pet sounds» estaba en camino). También aprendí a tocar con la guitarra española algo parecido a ‘Live forever’. Al poco mi amigo Bruno (Crimentales), que iba conmigo al insti, y era la única otra persona que conocía que sabía tocar con solvencia, me enseñó a hacer bien los acordes de ‘Wonderwall’ y empecé a sacarlas todas con el viejo truco Gallagheriano de mover sólo dos dedos y dejar los otros dos quietos.

El disco me molaba porque es un batido de todas las cosas que me hacían gracia de los setenta y los sesenta. También es un poco AOR a su manera, pero tiene una actitud «destroy», bastante abrasiva, juvenil, y necia, que conecta con eso que dicen que es la adolescencia –esa etapa de la vida que uno solo quiere vivir cuando acaba de dejarla atrás–. «Definetely maybe» es T-Rex, es The Beatles de la época de ‘Rain’, Gary Glitter, sí, pero también es shoegaze y Manchester crepuscular. Un disco que he vivido mogollón. Muy de ponerlo a toda hostia en casa cuando te arreglas para salir un viernes por la noche porque te da fuerza o algo así. Es un poco como esa peli de Winterbottom: «9 Songs». No es nada nuevo. No tiene frases brillantes. Pero tiene algo muy visceral que conecta contigo y te arrastra porque es «fuckin real».

Hubo una época, a mediados y finales de los noventa, en la que estaba muy de moda el pop británico con reminiscencias sesenteras. Ocean Colour Scene, Supergrass, Kula Shaker… Para mí siempre jugaron en segunda división. Blur también estaba ahí, con Oasis, pero me parecían demasiado limpitos, con sus chandals de lujo y sus fotitos «trendy». Me atraía mucho más el discurso y la actitud de Oasis. La imagen de Noel comiendo patatas fritas del MacDonald’s en mitad del clip de ‘Whatever’, limpiándose en el pantalón antes de coger la guitarra de nuevo para seguir el playback lo dice todo.

Mis favoritas: ‘Rock’n roll star’, ‘Whatever’ (que no entró en el disco porque no tenían pasta para los arreglos de cuerda, pero que le pertenece), ‘Digsy’s Dinner’, ‘Bring it on down’, y la hiriente ‘Married with children’. Aunque podría decirte otras cuatro de las que han quedado fuera.

Creo que el primero, el segundo («What’s the story morning glory», aún no tengo claro si me gusta más uno u otro) y los singles que sacaron entre medias son lo único decente que han hecho los Gallagher. A partir del horrendo «Be here now» solo quedan hits aislados para simpatizantes muy extremos. Es lo mismo, pero no es igual.

Lo sigo escuchando a todo trapo en mitad de alguna cogorza entre colegas fundamentalistas del britpop, lo seguimos versioneando entre cervezas en las reuniones de amigos donde hay alguna guitarra –o sin guitarra, directamente a pelo–, y sigue dándome subidón oír las canciones por ahí. Después del «Definetely» mis gustos crecieron, empecé a interesarme por cosas como Syd Barrett, Miles Davis o las Vainica; grupos a los que tengo verdadero respeto y fervor, y con los que sigo alucinando a otros niveles; gente más cercana al arte que al «entertainment», por decirlo de alguna manera, con un discurso más elaborado. El britpop ya había dejado de tener tanto interés para mí a partir de entonces (hasta que llegaron The Babyshambles y The Arctic Monkeys, a los que adoro) pero Oasis, durante un pequeño lapso de tiempo, fueron algo muy guay, enormemente liberador, divertido y falto de prejuicios, que eclipsaba todo lo demás. A la portada de «Cigarrettes & alcohol» me remito. Hoy en día sería irreproducible en cualquier medio.

Anterior entrega de Punto de partida: Pepe Curioni (Particulares) y Charly García.

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