Punto de partida: Igor Paskual y Stray Cats

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«Era una obra maestra y, aunque definía un momento, tenía la virtud de que podía haber sido grabado en cualquier década y nunca sonaría extemporáneo. Era atemporal, una categoría de la que disfrutan muy pocos discos a lo largo de la historia»


Igor Paskual se estrenará en solitario el 8 de marzo con «Equilibrio inestable», así que aprovechamos para que nos cuente qué disco cambio su vida. La respuesta es, ni más ni menos, que el debut de los Stray Cats.

 

Foto: JON PASKUAL.

 

Stray Cats
«Stray Cats»
ARISTA, 1981

 

Iba al instituto y tocaba la guitarra seis o siete horas al día. Me pasaba las noches sacando solos de Chuck Berry o Eddie Cochran y escribía horribles poemas que eran malas copias de los simbolistas franceses. Mi sueño era tener una guitarra eléctrica y montar una banda de rock and roll, lo que sin duda suponía un gran problema ya que, para eso, necesitaba dinero y gente con parecidas inquietudes; no  tenía ni lo uno ni lo otro. Un buen día, una compañera de clase, harta de verme en un estado de máxima frustración adolescente, me presentó a un chico que, según ella, me podía ayudar. Iba a un curso inferior al mío, vestía con una larguísima levita de leopardo, «creepers» altos de suela gruesa y corbatín. Nos pusimos a hablar y en seguida congeniamos; era majísimo, con un sentido del humor muy fino y, lo más importante, tocaba el piano. Esa era mi oportunidad y, como siempre llevaba la guitarra española para tocar en los recreos, aproveché y exhibí todo mi repertorio de Chuck Berry, Eddie Cochran, Gene Vincent, Beatles y Marc Bolan en un aula del piso de arriba. Creo que se quedó bastante impresionado y me contó que estaba formando una banda y que si quería entrar. Le dije que por supuesto, pero también le advertí que sería yo quien haría las canciones. Me respondió con una seguridad aplastante: “lo que tú quieras, pero tienen que ser como las de mi grupo favorito: Stray Cats“. “¿Stray qué?”, contesté.

Al día siguiente me trajo un disco con una portada preciosa. Eran tres tipos con tupé que iban maquillados y en seguida supe que me iban a gustar. Lo podía oler con sólo ver la foto, y es que siempre he tenido muy buen ojo para saber si un grupo era bueno por su imagen. En aquella portada estaba todo lo que me gustaba: la calle y muchísima clase. Cuando llegué a casa y lo escuché me voló la cabeza. No podía creerlo. Era lo mismo que llevaba oyendo desde los doce años pero más fuerte, más alto y, por suerte, no más rápido. En el tejido fino de sus canciones se entrelazaban hilos de The Clash, Louis Jordan, Mel Tormé y Johnny Burnette con colores del sello Imperial. Había todo un universo por descubrir, podías vivir en ese disco durante años. Las canciones eran increíbles, la voz preciosa y esa guitarra venía de otro planeta. Solo les faltaba el lado más doo wop que desarrollarían más adelante. Y encima les producía Dave Edmunds, el sabio. Era una obra maestra y, aunque definía un momento, tenía la virtud de que podía haber sido grabado en cualquier década y nunca sonaría extemporáneo. Era atemporal, una categoría de la que disfrutan muy pocos discos a lo largo de la historia. “Stray Cats” no envejece, sino que cada año va cobrando más vigencia. Es el mismo tipo de obra que “Apetitte for destruction” que, si no miras el año que se editó, no sabrías fecharlo.

Stray Cats son un ejemplo maravilloso, consiguieron el mayor triunfo que un artista pueda imaginar: ser muy antiguos y muy modernos. Para mí, que conocía muchísima música de los años 50, Stray Cats fueron causa y no consecuencia de lo que escuchaba, significaron la culminación de una exposición continua e intensa a los mejores sonidos del pasado. Yo ya tenía los cimientos y, de pronto, apareció esa casa nueva llena de fuerza y valor que juntaba cosas aparentemente opuestas. Eran punks y virtuosos, miraban hacia el futuro y hacia el presente, ofrecían conciertos salvajes pero precisos y partían de bases sencillas para desarrollar canciones más complejas de lo que parece. Me hace gracia cuando oigo hablar sobre grupos que resucitan un estilo o llevan al límite las posibilidades expresivas del country, por ejemplo. Para mí, Stray Cats son más vanguardistas que Wilco, por ejemplo, y también más guapos y divertidos, que no está reñida una cosa con la otra. Insisto, han hecho lo que decían los simbolistas, ser muy antiguos y muy modernos.

Hoy en día sigue siendo uno de mis álbumes favoritos y puedo tocarlo entero de principio a fin. Cuando estuve actuando en Buenos Aires con Los Primitivos, después de terminar el ensayo de  mis canciones, nos pasábamos tres o cuatro horas más haciendo versiones de los 50 y, por supuesto, caían todas las de ese disco que es como un pilar del mundo. Mucho ha llovido desde los días de instituto pero aquel rocker que tocaba el piano y al que nunca devolví su disco favorito es ahora el padrino de mi hijo y todos aquellos poemas horribles que escribí en el instituto los envié al un concurso de poesía del Principado para menores de 18 años. Lo gané, cogí el dinero del premio, me compré una guitarra eléctrica y…¡se terminó la poesía!. “There´s a rumble in Gijón tonight!!!!”

Anterior entrega de Punto de partida: Andrés Calamaro y Steely Dan.

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