Punto de partida: Álex Orò y The Clash

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«Fui un rebelde gracias a The Clash y eso es algo que no se olvida»

 

Un disco cambió la vida de nuestro compañero Álex Orò a finales de los setenta: el London callin’ de los Clash. Una época musical que marcó, y mucho, al autor del libro Quadrophenia. The Who y la epifanía mod de Pete Townshend, recién publicado por Efe Eme y protagonista, el sábado 12 de octubre, del Big Bang Festival de Las Palmas, donde se presenta junto a otra de nuestras novedades, Rumours. La tormenta emocional de Fleetwood Mac, de Xavier Valiño. Mientras tanto, es el turno de sumergirnos en uno de los grandes discos del punk.

 

The Clash
London calling
CBS, 1979

 

Texto: EFE EME / ÁLEX ORÒ.

 

Cuando en otoño de 1979 comencé a cursar BUP en un instituto de Lleida, no podía imaginar que el rock sería tan importante en mi vida. Hasta ese momento, mi único acervo musical eran The Beatles, de los que ya tenía buena parte de su discografía y el single de “Black is black” de Los Bravos, que sonaba en casa desde que tengo memoria.

Aterricé en una clase en la que muchos compañeros atesoraban ya una importante discoteca en sus casas. Muchos de ellos me prestaban discos de grupos como Yes, Camel, Pink Floyd, Jethro Tull, Led Zeppelin, Deep Purple o de los grupos layeteanos, un movimiento que en esa época estaba ya feneciendo. Eran discos de sus hermanos mayores o sus primos y se suponía que «eso» era lo que se había de escuchar para ser «auténtico». De hecho, el primer disco que me compré en esta época fue una recopilación de Deep Purple, que todavía conservo.

Intuía que tenía que haber otros caminos, pero, mientras no los encontraba, mi incipiente discoteca fue creciendo con discos de Genesis, Eric Clapton o King Crimson, que me esforzaba en escuchar para poder tener debates de altura con mis compañeros.

Todo eso cambió el día que en Orley, la mejor tienda de discos que había en esa época en la ciudad, vi un ejemplar de London calling, de The Clash. Me llamó la atención su portada con Paul Simonon a punto de romper su bajo contra el suelo del escenario. No obstante, lo que me decidió a comprarlo fue un círculo verde en la parte superior derecha de la portada en la que se podía leer: «Créetelo!! Paga uno, llévate dos». ¡Podía comprar dos discos por el precio de uno! Era el mejor de los reclamos para un adolescente con pocos recursos que en esa época compraba los discos por el método del ensayo-error. Es decir, por intuición o porque alguien te lo había recomendado. Grupos como The Clash no sonaban en la radio ni aparecían en televisión y no quedaba otra que fiarse de lo que te sugería la portada contradiciendo ese dicho que afirma que no debes juzgar un libro por su portada ni un queso por su olor. El disco me costó menos de 600 pesetas. En Orley me hacían descuento porque su propietario vivía en la misma escalera que mi familia y, además, le comprábamos la mayoría de los electrodomésticos. Sí, la mejor tienda de discos de Lleida también vendía lavadoras, televisores y batidoras, algo muy común en las ciudades «de provincias». La tienda cerró a finales de los noventa.

Cuando escuché por primera vez London calling sentí un calambrazo de 5.000 voltios. «Era eso», pensé. Música de mi tiempo y de mi generación. Sin flautitas, ni solos interminables ni plomizas historias que no comprendía. Cualquiera de las canciones de ese doble elepé eran hits potenciales. Me gustaron todas. De la primera, “London caling”, a la última, “Revolution rock”, pasando por “Jimmy Jazz”, “The guns of Brixton”, “Clapdown” o “Lost in the supermarket”. Fue la primera vez que sentí el impulso de coger un diccionario para intentar traducir las letras de un disco con mi escaso nivel de conocimiento del inglés en esos años. Pero es que además había una canción, “Spanish bombs”, que hablaba de España, de la Guerra Civil y la muerte de García Lorca, aunque fuera de forma algo torpe.

Casi cuarenta y cinco años después, lo que les explicaré a continuación les parecerá una tontería de adolescente, pero en 1980 a mi me pareció un acto de rebeldía que ni la mismísima Rosa Parks hubiera sido capaz de perpetrar. En el instituto había docentes «progres» pero también algunos del «antiguo régimen», gente de orden a la que la Transición le parecía algo así como la Revolución rusa. Mi profesora de literatura en segundo de BUP era una de esas personas que pensaba que «con el cabo Paco» se vivía mejor. En una clase dijo, sin inmutarse, que «Federico [García Lorca] murió durante la guerra de liberación». Un compañero y yo protestamos enérgicamente. Gracias a Joe Strummer y Mick Jones sabíamos que había sido asesinado por los fascistas y así se lo hicimos saber vehemente a la profesora, que nos expulsó ipso-facto de clase por llevarle la contraria y ser unos alborotadores. Ese día, mi amigo y yo nos ganamos el respeto del resto de alumnos del curso. Fui un rebelde gracias a The Clash y eso es algo que no se olvida.

London calling es, en mi opinión, el mejor disco de The Clash y el que más he escuchado a lo largo de la vida. Todavía lo hago de vez en cuando. El resto tiene grandes temas, excepto Cut the crap, que es un horror. No obstante, ninguno tiene la fuerza y la consistencia del tercer elepé de Strummer, Jones, Simonon y Headon. Esta epifanía punk me llevó a buscar más grupos parecidos y al cabo de poco tiempo descubrí Radio 3 y el Diario Pop. En esa época y de la mano de Jesús Ordovás, llegué a Siniestro Total. Su primer elepé, ¿Cuándo se come aquí?, fue otro calambrazo de proporciones cósmicas. ¡No había escuchado nada tan gamberro en mi vida, y además en castellano! Hoy es un disco que se tiene que escuchar como se lee Tintín en el Congo, teniendo en cuenta que es una obra de otra época, con códigos y estándares morales diferentes a los de la que vivimos en la actualidad.

En paralelo y gracias a mi amor infantil por los Beatles, también empecé a escuchar a los Stones, los Kinks y los Byrds. Mis gustos se afianzaron. Me gustaban las canciones de tres minutos, no las de quince. Me gustaba el sonido de guitarra, bajo y batería, no las orquestaciones sinfónicas. Fiándome de este criterio, en los años siguientes llegaron otros elepés como Rattlesnakes, de Lloyd Cole and the Commotions; Ocean rain, de Echo and the Bunnymen y, sobre todo, el maxi de “Town called malice”, de The Jam, un disco que me acercó a la cultura mod y me provocó unas ganas tremendas de investigar sobre la música de los años sesenta. Una inquietud que todavía mantengo, como muestra el libro Quadrophenia. The Who y la epifanía mod de Pete Townshend, que ha publicado la editorial Efe Eme.

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