Peret y sus amigos: Pura magia, pura fuerza

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peret-14-02-10

Peret
11 de febrero de 2010
L’Auditori, Barcelona


Texto y foto: JUAN PUCHADES.


Son jóvenes, tanto que podrían ser sus nietos; de hecho, Dani Salvat, el guitarrista, es hijo de la hija de Peret. Acaban de desplegarse en escena –tres percusionistas, dos guitarristas (uno de ellos, de tanto en tanto, se aplica también con el sintetizador), un pianista, un bajista y Laureta, con voces y palmas; todos en los coros–, como era de esperar, arrancan con el himno de guerra del maestro, ‘Soy la rumba’, pero, contra pronóstico, es el bajista (Jonathan “Petete” Malla) quien se encarga de cantarlo y Peret no se deja ver, el final del tema se engarza con ‘Rumba pa ti’. Llega el silencio y, entonces sí, por la izquierda, micrófono en mano, vestido de riguroso negro y calzando modernas deportivas, aparece el jefe, una de las leyendas mayores de la música popular española, con esa nueva imagen de patriarca bonachón o de buda de la rumba de Barcelona. Suenan los acordes de uno de sus viejos temas, ‘La fiesta no es para feos’, que parece avisarnos de que esta será una noche bien guapa.

Sí, porque Peret presenta «De los cobardes nunca se ha escrito nada», su nuevo disco, e inaugura la gira de este año, y lo hace en casa, pero como su filosofía vital es bien peculiar, no ha querido anunciar que este concierto nos deparará sorpresas en forma de invitados especiales: Quien quiera ir a verlo, que acuda por él, no quiere recurrir al reclamo de sus amigos, un gesto que le honra. Ellos, los amigos, serán el regalo que le va a ofrecer a sus seguidores. A sus fieles, podríamos decir, dada la devoción de los presentes. Un público heterodoxo, que cubre todas las edades imaginables. Aquí hay niños, abuelos, padres, jóvenes urbanos, gente bien, familias completas, parejas y solitarios. Los visones, los trajes de noche, los paños de diseño, las chupas, las parkas y los vaqueros desgastados se encuentran y toman asiento en L’Auditori. Queda claro que Peret lleva más de cinco décadas dedicado al oficio de entretener y hacer feliz a gentes de toda clase y condición. Hasta los republicanos convencidos han venido a ver al Rey, al de la rumba. A ese creador inconmensurable que recorre éxitos incuestionables –’Es preferible’–, temas para iniciados –’Que disparen flores’–, canciones solo para licenciados en su obra –’El jilguero’, cuya letra olvida, lo explica con naturalidad, para, recuerda y arranca de nuevo– o al que le entra la risa cuando se inicia ‘Jalamandrú’, quizás porque a él, como al protagonista de la canción, también le engorda el agua.

El grupo suena compacto y entregado, desarrolla música de mucho nivel –detrás del de Mataró siempre ha habido mucha música, que nadie lo dude– y sigue a pies juntillas a un Peret que domina el escenario, que se dirige constantemente al público. Es un comunicador nato que nos tiene de su lado, y por si hubiera alguna resistencia, está dispuesto a encandilar al más escéptico con sus únicas armas, ¡y menudas armas!: sus canciones, su voz y su naturaleza sabia y noble. Y sí, también ese escenario que le da vida, que le quita años y que lo agiganta, tanto que por momentos conviene frotarse los ojos porque parece crecer delante de nosotros, más, más y más. Pero es que no es broma, ahí arriba está una de las mayores fieras de la escena musical española de todos los tiempos. Y Peret no solo sabe lo que se hace y despliega su encanto y contagioso humor, sino que, a sus casi 75 años (los cumplirá el próximo mes) y arrastrando un enfisema, canta como quiere, mejor que nunca. Es un ciclón, un vendaval que arrasa el escenario, una fuerza de la naturaleza desatada. Esto sí que es rock and roll.

Entre el público están los invitados de la velada y Peret convoca a los primeros, al trío Los Manolos, que nos ofrecen su olímpico ‘Amics per sempre’ y que junto al anfitrión encaran ‘El gitano Antón’. Pero uno juraría que en los planes previstos no está el que Peret les pida que canten su propia ‘Gitana hechicera’ (‘Barcelona tiene poder’, como se la conoce popularmente), ni que estos le pidan a él ‘Castigadora’, o que todos se arranquen con ‘La noche del hawaiano’. A Peret siempre le ha gustado improvisar, y todo parece apuntar a que está en ello. Los Manolos se lo están pasando de miedo.

La próxima invitada se resiste a levantarse de su butaca, explica que tiene mal la rodilla, Peret le replica desde el escenario que a él también le duele, que se anime y que suba. Y aquí está La Chana, una leyenda del baile flamenco, heredera del estilo arrebatado de Carmen Amaya. Nos muestra su rodilla hinchada, pero Peret le pide que le acompañe y ella se sienta junto a él. Y da comienzo el momento más estremecedor e inolvidable de esta noche: Peret en guitarra y voz interpreta ‘El garrotín’ mientras La Chana le acompaña con un zapateado prodigioso. Estamos viviendo algo muy especial. Todos los sabemos. La Chana, con todo el público puesto en pie, se lleva una ovación que supera de largo los cinco minutos. Comprendemos el esfuerzo que ha hecho, el arte que acaba de regalarnos. Ella, emocionada, explica que hacía veinte años que no se subía a un escenario y que esta ha sido la última vez.

Peret nos baja de la estratosfera al cielo con su ‘Que levante el dedo’, que sirve de preámbulo a la salida a escena de Toni, «el tío Toni», el mítico palmero de las gafas que durante años estuvo acompañando a Peret. «El mejor palmero del mundo», lo presenta su antiguo jefe. Toni, hecho un pincel –y con una lesión en el fémur que le obliga a andar estos días con una muleta; muleta que, valiente él, ha abandonado antes de salir al escenario–, toma asiento y nos deleita con un hermoso bolero, luego se arranca con una rumba de fabricación propia y nos deja a todos pasmados. Sí, es verdad, ahí ha estado Toni, junto a Peret. Nos hemos hecho con un pedacito de historia.

Hace rato que el público ha descubierto, sentado en la platea y con cara de estar fascinado ante el espectáculo que presencia, a Joan Manuel Serrat. Él es el próximo en tomar asiento en el escenario. Bromea con Peret, a ambos se les nota el cariño que se profesan, pero, sorpresa, Serrat coge su guitarra y canta para Peret ‘M’en vaig a peu’ (que éste versioneara en un álbum de homenaje al Noi del Poble Sec), ¡un tema de su primer disco, de 1967! No hay dúo con Peret, esto ha sido un regalo de su amigo para él. Un lujo. Serrat se despide, que quiere darle un beso a Toni, explica.

Enfilamos la recta final con ‘Los ejes de mi carreta’ (tema de Atahualpa Yupanqui que Peret jamás ha grabado), ‘Rascayú –buen momento para recordar que Peret iba a presentar su nuevo disco… ¡del que no hemos sabido nada hasta ahora!–, ‘Una lágrima’ y, cómo no, el fin de fiesta con ‘El muerto vivo’ y el público enloquecido. Sólo hay un bis, una desnuda y conmovedora versión, interpretada solo por Peret, sin la banda, del imborrable ‘El mig amic’, el tema que escribiera dedicado a su padre.

Han sido más de dos horas, pero podríamos haber estado un par más que no nos habría importado, el tiempo se ha pasado volando. Ha sido algo espectacular, inolvidable. En la calle, el inclemente frío que ha asolado la ciudad durante el día, parece haberse disipado. Peret y los suyos han acabado con él.

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