“Paul en el norte”, de Michel Rabagliati

Autor:

LIBROS

“Es una lectura suave, sin ningún melodrama adolescente, así que sabe exponer certeramente los sentimientos”

 

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Michel Rabagliati
“Paul en el norte”
ASTIBERRI

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

Michel Rabagliati, canadiense dedicado al diseño gráfico, empezó tarde en esto del cómic. A los 36 años recupera a los clásicos de la historieta francobelga que le habían embelesado en su juventud y crea sobre su plantilla un único personaje, Paul, un niño canadiense de los años setenta, que protagoniza una saga de varios volúmenes, de los cuales se acaba de traducir el último al castellano, “Paul en el norte”. Ya no tan niño, con quince años, orbita entre la conciencia de la vida por delante, el dejarse ir y los conflictos con sus padres.

Estamos a las puertas de que Montreal inaugure sus Juegos Olímpicos, los padres de Paul construyen un pequeño chalet frente a un lago, cercano al de su abuela. Él prefiere refugiarse en una inestable cabaña que le construyeron años antes. Su sueño es comprar una buena motocicleta, y para ahorrar trabaja con su tío de jardinero, un tío que no duda en llevarlo a locales de striptease. Esa es la historia: Paul enfrentado al mundo de unos adultos en los que no se desenvuelve, lleno de timidez, pero en el que va a acabar cayendo cuando al final retorne tras las aventuras que sufre en su primer año en un nuevo instituto.

Allí conoce a Ti-Marc, cínico y divertido, fanfarrón, que la primera vez que lo invita a su casa pasa toda la tarde ampliando su educación sobre el mundo del rock, discos y discos de la época que van a estar muy presentes. Es él quien hace que lo acompañe a visitar a una amiga su casa de veraneo, ahí en el lejano norte del título. Las señas que lleva son imprecisas y la trama se desmarca de las aventuras urbanas entre autostop, nevadas de cuento, luces de casas que los acogen y vuelta a casa sin más objetivo cumplido que el iniciático.

Las viñetas son a veces enormemente expresivas: la nevada que cae en círculos blancos, los sueños psicodélicos de Paul que recogen todas las peripecias en colores –las únicas páginas que los tienen chispeantes–, los ángulos exóticos. No es común que se desvíe del grafismo costumbrista, de historieta cercana, pero por eso mismo aportan estas extravagancias una calidez especial.

Al final, Paul consigue su moto –menos potente de la que pensaba– y consigue un primer amor que es a la vez ilusionante y doloroso, como todos. Y entre medias, hogueras en el bosque donde los padres de Ti-Marc tienen una casa de campo, los primeros cigarrillos especiales, todos frente al televisor para ver esos Juegos Olímpicos. Tras este año, el final es un círculo en el que se quema de manera simbólica lo que ha dejado atrás Paul, aunque también resulta un tanto conservador.

Vuelve uno la última página y se da cuenta de que todos hemos sido así, de que hemos manejado las emociones sin sentido pero con verdad, de que hubo pandillas y amores, de que las cosas suceden cada día y cada día es nuevo. Rabagliati sabe escoger la emoción precisa para cada escena, una emoción que fue nuestra. Es una lectura suave, sin ningún melodrama adolescente, así que sabe exponer certeramente los sentimientos.

 

 

Anterior crítica de libros: “Tu amor es infinito”, de Maria Peura.

 

 

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