Pau Riba: aquellos días en Formentera

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«Se puede ser músico y grabar discos en estas condiciones: sustituyendo la frialdad neutra, profiláctica, de un estudio por la calidez del entorno, tomando como lienzo o tapiz de fondo el magma sonoro de los fenómenos naturales e incorporando ambientes concretos: abejas, ovejas, el crepitar del fuego, una cazuela hirviendo, un niño llorando»

La excelente y cuidada reedición de «Jo, la donya i el gripau», fascinante obra de folk-rock grabada por Pau Riba en 1971 en Formentera en circunstancias bien particulares, es motivo de alegría. Àlex Oró nos ofrece los datos.

 

 

Texto: ÀLEXO ORÓ.

«Pasé mi etapa mística buscando la luz, y mi etapa sentimental buscando el amor, y mí etapa profunda buscando la libertad y la paz. Pero todo eso no me satisfacía ni me gustaba, y me aburría. Todo el mundo hacía lo mismo, y ya comenzaba a resultar soporífero. Así que, sin pensarlo más, me puse a hacer canciones de otra forma, pero no me salieron hasta que no escuché muchas canciones beat, muchas canciones blues, muchas canciones pop, muchas canciones jazz, muchas canciones rock, muchas canciones folk, muchas canciones ligeras, muchas canciones populares, muchas malas canciones, muchas canciones de protesta, muchas canciones de madrugada, muchas canciones de Bob Dylan y muchos libros de William Saroyan”
Pau Riba, 1967.

Este texto fue incluido por Pau Riba en la contraportada del primer EP que editó en 1967 el músico catalán para el sello Concéntric. En unas pocas líneas definía perfectamente todas sus inquietudes vitales que le arrastraron a componer canciones. Una tarea para la que fue necesaria escuchar todo tipo de canciones (beat, jazz, rock, ligeras, malas, de Bob Dylan…). Riba era nieto de Carles Riba, uno de los poetas catalanes más importantes del siglo XX, por eso cuando empezó a despuntar como compositor el colectivo fundacional de la l Nova Cançó, Els Setze Jutges, intentaron captarlo al igual que habían hecho con jóvenes como Lluís Llach, Pi de la Serra, Serrat o Maria del Mar Bonet. Riba fue rechazado por “no cantar bien”. La realidad es que había profundas diferencias artísticas entre Riba y los líderes de Els Setze Jutges, muchos de ellos más interesados en la canción francesa que en los nuevos paradigmas de la música popular. Riba veía a este colectivo como unos burgueses muy alejados generacionalmente.

Por ello, Riba optó por formar parte en el Grup de Folk, un colectivo que rompió con el imaginario musical de Els Setze Jutges y que se inspiraba en las nuevas corrientes del folk y el rock al tiempo que intentaba recuperar canciones populares catalanas. Sisa, Jordi Batiste, Oriol Tramvia, Els Tres Tambors y Maria del Mar Bonet también militaron en este heterogéneo colectivo musical. El Grup de Folk tuvo una corta vida pero fue el trampolín sonoro imprescindible que sirvió para catapultar la creatividad de artistas como Sisa, Batiste o el propio Riba.

Entre 1969 y 1970, Riba se convierte en el artista más iconoclasta de la Nova Cançó. Graba los elepés “Dioptria I” y “Dioptria II”. El primero de ellos, con OM, la banda de Toti Soler y Jordi Sabatés, como grupo de acompañamiento. El disco incluyó canciones como ‘Noia de porcellana’ o ‘Mareta bufona’, un disco que según Riba es un “ataque frontal a la civilización caduca y a su línea de flotación y su célula básica: la familia”. Tras la grabación del disco, en verano del 69, Riba y su compañera Mercé Pastor viajan a Formentera con un objetivo claro: probar el LSD. El propio artista explica que este primer “viaje” a la isla “nos cambió para siempre los parámetros de la percepción y la comprensión y nos puso en estado de gracia… que es lo que hizo que nuestra generación fuera una generación visionaria”. De vuelta en Barcelona, Riba y Pastor se sienten desubicados. El cantante prepara ya la segunda parte de “Dioptria” que pretende que sea una “propuesta de nuevos valores y nuevas actitudes: rechazo al dinero, al consumismo, el desenfreno alcohólico, por un parte, y apuesta por una actitud más lúdica y hedonista, de acuerdo con la naturaleza y abierta a la psicodelia». Para este disco, Riba prescinde OM y escoge Música Dispersa, la formación que acompañó a Sisa en “Orgia”. La experiencia tuvo resultados “decepcionantes” para al artista.

 

“JO, LA DONYA I EL GRIPAU”

Esta larga introducción ha sido necesaria para entender la génesis de “Jo, la donya i el gripau”, el disco que acaba de ser reeditado para conmemorar el cuarenta aniversario de su grabación, en otoño de 1971, en unas precarias condiciones en Formentera. El disco está disponible en una lujosa edición en CD (coeditada por Matriu/Matràs, G33Records y La CasaCalba ed) y en LP (Bankrobber). El disco incluye un libreto en el que Riba explica con extrema exactitud la gestación de este trabajo, uno de los más singulares de la historia de la música popular catalana, una reproducción de una carta de Mercé Pastor a Riba y un DVD con diverso material gráfico y sonoro. La ilustración de la caja que acoge esta reedición es obra del cotizado pintor mallorquín Miquel Barceló.

Riba y Pastor llegan a Formentera en enero de 1971. Los dos protagonistas de esta historia huían de Barcelona. La comuna en la que vivían fue desalojada, ellos encarcelados dos semanas. Al salir de la “trena”, se encuentran sin alojamiento ni pertenencias por lo que deciden volver a la isla. No obstante, no encuentran el “ambiente” de su canicular primera visita. Además Mercé Pastor está embarazada de siete meses. Buscan una casa tradicional de piedra pero sin luz y con unas condiciones mínimas de habitabilidad para los estándares de la época. En este ambiente nació Pauet Riba, el primogénito de la pareja de parto natural asistido únicamente por el propio artista en medio de una fiesta a la que se había invitado a amigos y vecinos.

Esta experiencia inspiró a Riba para componer “Jo, la donya i el gripau”. La “donya” era Mercé Pastor i el gripau (gran Riba Pau, aunque la traducción al castellano sea sapo), el bebé. Riba pretendió (y consiguió) hacer un disco más modesto y esquelético a nivel sonoro que la saga “Dioptria”. El artista convenció a los responsables de la discográfica Edigsa para grabar el disco en la isla. La propuesta era registrarlo con una grabadora Nagra, accionada por baterías, como la que se utilizaba en los rodajes cinematográficos en plena naturaleza. Edigsa accedió pero le impuso la presencia de un productor: Mario Pacheco, el que después sería el alma mater de Nuevos Medios.

Como explica el propio Riba en el libreto que acompaña esta reedición, “la idea era demostrarme (a mí mismo y a quien fuera) que no solo se puede vivir de esta manera… digamos precaria –sin cemento, sin agua corriente, sin electricidad instalada…–, sino que también se puede ser músico y grabar discos en estas condiciones: sustituyendo la frialdad neutra, profiláctica, de un estudio por la calidez del entorno, tomando como lienzo o tapiz de fondo el magma sonoro de los fenómenos naturales e incorporando ambientes concretos: abejas, ovejas, el crepitar del fuego, una cazuela hirviendo, un niño llorando… en lugar de limpiar los pequeños ruidos fortuitos que se cuelan en la grabación –una tos, un perro, un avión lejano…– dejarlos (o potenciarlos) como testigos excepcionales del momento i del entorno. Esta era la idea que me animaba”.

DE NUEVO CON TOTI SOLER

Para la grabación del disco, Riba decide contar de nuevo con la colaboración de Toti Soler, “uno de los pocos músicos que conozco que escucha, entiende y disfruta la parte literaria de las canciones”, señala el cantante. También colaboran, Xavier, el hermano de Riba, que toca el violín, y Martí Soler, hermano de Toti, que aporta guitarras y kalimba. Mario Pacheco se animó a tocar los bongos. Cada una de las trece canciones de “Jo, la donya i el gripau” fueron grabadas en espacios diferentes de la casa y el entorno donde vivían Riba, Pastor y el “gripau”: en un pozo, debajo de una higuera, en medio del campo, en una habitación o en medio de una fiesta. Este es el caso de la versión de la canción popular catalana ‘La lluna, la pruna’, con la que se abre el disco y que reaparece al final, ya que la versión original duraba más de una hora, o ‘La dansa de la terra’ en la que todos los presentes seguían el ritmo con los pies mientras con las manos agitaban los utensilios de cocina. Los hermanos Soler aportaban y probaban soluciones para cada uno de los temas incorporando kalimbas, o guitarras afganas, por ejemplo. Los violines y violas fueron añadidos en Barcelona.

El resultado es un ramillete de canciones que enlazan con la tradición popular y los sonidos emergentes del folk-rock psicodélico que practicaban, por ejemplo, The Incredible String Band. “Jo, la donya y el gripau” es, sin duda, un hijo de la utopía hippie, propone un reencuentro con la naturaleza pero también es un canto al nacimiento de una nueva vida y a las incógnitas que plantea. Así, ‘Mesquinet’ (nombre con el se designa a los niños en Fomentara) es la inevitable pregunta que se hacen todas las parejas sobre el sexo de su futuro hijo.

Hasta ahora, “Jo, la donya i el gripau” había sido considerada una obra menor dentro de la discografía de Pau Riba pese a sus textos de psicodélica poética y esa sencillez sonora que demuestras aquello de que “a veces, menos es mas”. Pero con el paso de los años, este primigenio ejemplo del “do it yourself” ha ganado enteros gracias a la eclosión del pop folk en los últimos tiempos. Riba ya avanza muchas de las prácticas sonoras de los artistas y bandas que se han subido a este carro. Por ejemplo, ya utiliza el ukekele, el instrumento de moda en este momento. Esta reedición sitúa a “Jo, la donya i el gripau” como uno de los hitos de la música catalana contemporánea, y es una unidad imprescindible de un legado que durante muchos años se ha mantenido semiolvidado y que merece la pena recuperar.

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