DISCOS
«Ángela Hoodoo es la forajida que la música de raíces norteamericana en España necesitaba»
Ángela Hoodoo
Outlaws girls
SLEAZY RECORDS, 2025
Texto: MARÍA CANET.
Los denominados outlaws de la música country fueron conocidos por desafiar las normas que provenían de la industria desde finales de los sesenta a principios de los ochenta. El denominado “sonido Nashville” perpetrado por productores como Chet Atkins, monopolizaba las listas y las ventas con un country edulcorado, más próximo al pop, algo de los que estos forajidos (Willie Nelson, Johnny Cash, Kris Kristofferson, Waylon Jennings, Townes Van Zandt o Billy Joe Shaver) escapaban. Aunque (como suele ocurrir en la práctica totalidad de esferas) los nombres masculinos son los más recordados, mujeres como Jessi Colter o Sammi Smtih también fueron partícipes de este movimiento. El espíritu de estas forajidas empapa ahora Outlaws girls (Sleazy Records, 2025) el segundo disco de Angela Hoodoo.
Tras militar en numerosas bandas de punk rock (A.C.A.B.A.D.A.S) o de blues (Blues Bloody Blades), la granadina publicaba Coyote (Folc Records) en 2023, un debut, donde se presentaba como una de las propuestas más sugerentes de la música de raíz norteamericana en España, al tender puentes entre el country, rhythm & blues, swing o rockabilly. Una esencia que ha mantenido en los siete cortes que componen este segundo trabajo producido por el malagueño Pablo Fugitivo, para el que ha contado con una banda de excepción surgida de la escena malagueña: Nahum Canoura (violín y mandolina), Nicolás Heguenin (batería), Carlos Jiménez (guitarra eléctrica) y Frank Mora (contrabajo), además de contar con Raúl Bernal (hammond y pedal steel).
El elepé abre con “Outlaw girls”, tema que da nombre al disco, que arranca con una tímida acústica a la que pronto se suman guitarras eléctricas, batería y teclados. Un potente crescendo sobre el que la voz agridulce de Ángela rinde homenaje a la fortaleza femenina mientras reivindica su libertad, un tema que evoca a figuras femeninas de la americana contemporánea como Nikki Lane o Margo Price. “I’ve got soul for my enemies” es una divertida y animada pieza de honky tonk al estilo Byrds del Sweetheart of the rodeo (Columbia Records, 1968). Hoodoo se planta ante sus enemigos con una aterciopelada voz próxima al jazz, mientras las cuerdas del contrabajo se tensan, como una vaquera a punto de disparar, entre el country y el rockabilly, ambiguas y alocadas, tan predispuestas al baile como al duelo.
Como si fueran las Thelma y Louise de la americana española, Ángela se alía con otra forajida, Susan Santos en “Snakes in my head”. Un tema que aborda la salud mental a base de blues polvoriento, donde el slide de la extremeña es el absoluto protagonista aupado por festivos aplausos. “Fugitivo” es otra de las cinematográficas composiciones al evocar a un escurridizo amante que busca escapar; los coros aúllan como el viento en una travesía por el desierto, mientras la percusión imita el galope de un caballo, el contrabajo su pulso y el violín añade el poso melancólico generado por la separación amorosa. “Don’t get into trouble” (título que proviene de la advertencia que Billie Holiday le lanzó a Etta James el día que se conocieron) es otro de los cortes más próximos al blues, donde la cicatriz de la garganta herida de Ángela Hoodoo se abre más si cabe cuando el violín folk se encuentra con las vibrantes eléctricas.
Una vez más, la salud mental sale a relucir en “Wild horse”, con un guiño al riff inicial de “La Grange”, de ZZ Top, que vuelve a difuminar las barreras entre country y rockabilly, con una potente sección rítmica y un festín donde guitarras y contrabajo se aceleran cual caballos desbocados. “Everybody wants to get to heaven”, versión de una canción original de Loretta Lynn, una de las grandes damas del country, entronca con la parte más tradicional del country, con los violines que remiten al bluegrass, sin perder la impronta grasienta del blues o el rockabilly. Ángela Hoodoo es la forajida que la música de raíces norteamericana en España necesitaba. Siempre dispuesta a apretar el gatillo con munición blues, rockabilly, country, swing o rhythym and blues, demuestra que las únicas fronteras que existen son las que nos imponemos a nosotros mismos.
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Anterior crítica de discos: Humanhood, de The Weather Station.