Oro, salitre y carbón. Diez años de marxophonismo, de Nacho Vegas

Autor:

DISCOS

«Cada vez que asoma una canción fuera de álbum, podemos dar por seguro que se trata de algo especial»

 

Nacho Vegas
Oro, salitre y carbón. Diez años de marxophonismo (2011—2020)

OSO POLITA/MARXOPHONE, 2020

 

Texto: JUANJO ORDÁS.

 

Aparte de sus álbumes, las caras B y canciones diseminadas en diferentes proyectos son huesos en el esqueleto artístico de Nacho Vegas. Si los discos son la columna vertebral, todos estos temas repartidos por aquí y por allá serían las costillas. No solo ha defendido siempre que estas canciones esparcidas no son simples descartes, sino que ellas mismas se bastan para defender su peso en la obra de su autor. Este hombre no ha lanzado jamás una canción menor. Cada vez que asoma una canción fuera de álbum, podemos dar por seguro que se trata de algo especial.

Antes de lanzarse de frente como artista en solitario estuvo inmiscuido en un proyecto junto al poeta Ramón Lluís Bande, y cuando por fin firmó con su nombre Actos inexplicables (2001), lo acompañó del epé Seis canciones desde el norte (2001). A partir de entonces, no ha habido disco de Vegas al que no haya rondado un epé o más, siempre con canciones majestuosas. De su primera etapa en la discográfica LimboStarr —que tan bien le supo entender— publicó el compilado Los hermanos pequeños (2011), y en la primera edición del recopilatorio Canciones inexplicables (2005, después reeditado en 2007) se llegaron a incluir hasta siete canciones fuera de sus discos. Lo dicho, donde pone el ojo pone la bala y siempre dispara bien. Por ello Oro, salitre y carbón ya tendría sentido: ha pasado mucho tiempo desde el anterior compilado y Vegas no ha cambiado su modus operandi. Pero resulta que Oro, salitre y carbón es todavía más necesario de lo que parece.

Empecé a escuchar a Nacho Vegas con Desaparezca aquí (2005). No me preguntéis por qué. Bien podría haber arrancado dos años antes con Cajas de música difíciles parar (2003) porque por esa época estaba ávido de dar con nuevos valores que se expresaran en castellano (en realidad sigo en ello, pero la cosa no está tan emocionante últimamente). Lo que más me impresionó de él era que se trataba de un rockero heterodoxo de la misma forma que podía serlo Nick Cave, quizá podríamos decir que en ciertos aspectos era el antirockero, ¡o el antihéroe de los rockeros! Why not? Pero poseía el acercamiento íntimo del cantautor con una dosis tan aplastante de realismo que tenía que espantar a las masas sí o sí. Sus historias daban miedo y a la vez eran comprensibles, cotidianas en cierta forma. Fue todo un descubrimiento, pero es que para colmo estaban esos epés, con más canciones, tan buenas como las de los álbumes. Nacho Vegas era un oscuro y profundo pozo que te abría su agujero y te invitaba a saltar dentro sin haber tirado una moneda previamente para saber de su profundidad (o si tal vez concediera deseos). En la caída, Vegas te abraza con solemnidad y calor, no os quepa duda.

Por ello, la fase político social que inauguró con el epé Cómo hacer crac (2011) me resultó extraña. Siempre comprometido con la sociedad tanto en entrevistas como en alguna que otra canción, el músico decidió pasar de ese compromiso a la ceremonia nupcial y pareció acercarse más que nunca al clásico cantautor. Pero esa era una lectura superficial. Su voz seguía emocionando, te planteaba cuestiones con las que podías estar o no de acuerdo, pero que como poco te hacían reflexionar, y su ironía, su adictiva y letal ironía, seguía ahí. Incluso probó un nuevo modelo de gestión con la compañía Marxophone, de la que ahora se separa. De ahí el cierre de etapa que supone Oro, salitre y carbón, recogiendo canciones que durante todo esto tiempo han estado más diseminadas que nunca. Caras B de singles, los epés Cómo hacer crac y Canciones populistas (2015) enteros, temas pertenecientes a recopilaciones de distinto fin (ecologistas, infantiles), joyas en vivo y hasta seis inéditas que justifican ya de por sí la compra (incluyendo la instrumental “Oro, salitre y carbón”, que no por serlo y dar inicio a la escucha deja de ser novedad). Todo ello en una bonita caja de cartón dura en la que, eso sí, se echa de menos un libreto más completo.

Las seis canciones nunca publicadas son de una calidad excelente y nos muestran, por lo menos, en qué momento se encontraba Vegas al finalizar su última etapa. Mezclan sus excelentes versos con mimbres que van desde el folclore que tanto le interesa al rock que, en el fondo, nunca ha dejado de emplear (o al menos no del todo). Al igual que pasa con Santiago Auserón o Enrique Bunbury, cuesta mucho hablar de este músico en términos absolutos porque planta vivienda en parcelas variadas sin dejar de mantener sus señas de identidad, así que Nacho Vegas es todo lo que Nacho Vegas decida hacer.

Volviendo a las inéditas, quizá sería útil destacar alguna por encima de otra, pero cada día me parece más innecesario si tenemos en cuenta que hablamos de arte. Además, este hombre siempre apunta bien arriba. “Fabulación” y “Lyrica” suenan a clásicos desde el principio, con acidez y buen humor, rockeras con tintes folk, cien por cien producto de su autor, igual que la lenta y hermosa “El ruido y las estrellas”. “El carmín de la pola”, al ser tradicional y cantada en asturiano, recuerda a su maravilloso proyecto Lucas XV, y con “Arriba quemando el sol” Nacho nos vuelve a recordar su interés por la obra de Violeta Parra en una versión tan intensa como aquella “Maldigo el alto cielo” que coloco en Violética (2018), su último gran disco hasta la fecha.

Y ahora seguimos con más preguntas: ¿cuándo llegará el nuevo disco? Teniendo en cuenta que las tomas grabadas en vivo de “La última atrocidad” y “La pena o la nada” suenan tan bien, ¿por qué no se ha decidido a editar el concierto completo de Madrid? ¿Cómo puede un tío tener tanto talento como para sacar este doble compilatorio de canciones perdidas y epés y que no sobre nada?

Anterior crítica de discos: The ascension, de Sufjan Stevens.

Artículos relacionados