Operación rescate: “Young loud and snotty”, de Dead Boys

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Sus directos incendiarios y los excesos en escena de ese tío del que hablaba todo el mundo llegan a oídos de Seymour Stein, que los ficha para Sire. Estaba a punto de repartirse la tarta del punk y ellos ponían el plato dispuestos a disfrutar su parte”

 

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Dead Boys
«Young loud and snotty»
SIRE RECORDS, 1977

 

Texto: FERNANDO BALLESTEROS.

 

Vamos a dejar las cosas claras de inicio: «Young loud and snotty», el primero de los Dead Boys, vaya, es uno de los mejores discos de la hornada del 77. Es más, si piensas que es el mejor no seré yo quien lo discuta. Y no, no fue un año cualquiera. Hablamos del momento de la explosión del punk en Inglaterra. En Estados Unidos la cosa se venía gestando tiempo atrás.

Tres años antes, de hecho, el guitarrista Cheetah Chrome y el batería Johnny Blitz se habían cansado de Rocket from the Thombs, su primera banda. Querían algo más básico aún, seguramente más sucio, y estaban de suerte porque justo en ese momento se cruzaron con Stiv Bators. Y aquí comienza una historia a la que el paso de los años le va haciendo justicia. Con Stiv, un frontman que se dejaba la piel –literalmente– en el escenario, que ponía en peligro su vida y que tenía a Iggy Pop en un pedestal, los chicos muertos desembarcan en el Nueva York del CBGB para hacerse un nombre entre Ramones, Dictators, Blondie y otras hierbas.

Sus directos incendiarios y los excesos en escena de ese tío del que hablaba todo el mundo llegan a oídos de Seymour Stein, que los ficha para Sire. Estaba a punto de repartirse la tarta del punk y ellos ponían el plato dispuestos a disfrutar su parte, con un disco incontestable que se abre con un himno de los que se corean sin solemnidad, con una cerveza en una mano y el puño celebrando el glorioso estribillo de ‘Sonic reducer’.

Al fin y al cabo era sólo rock and roll. Eso sí, muy sucio. Era llevar esa suciedad, esos textos más que incorrectos hasta el extremo. Era punk, era la etiqueta del momento, pero también era algo de Mick Jagger, al que versionarían poco después, lo que se dejaba escuchar en los surcos de ‘All this and more’.

Pero el triunfo no llegaba, Sire quería resultados y los chicos no lo ponían fácil. Hablamos de auténtica carne de calle, gente chunga de verdad. Tipos acostumbrados a dirimir sus diferencias en su Cleveland natal, tirando de tacos de billar. Y no hablo de practicar este noble juego precisamente. El desastre siempre estaba rondando al grupo y cuando Johnny Blitz estuvo a punto de morir en la calle tras una disputa a puñaladas con un grupo de portorriqueños la compañía dijo basta. Los problemas habían pesado más que los once trallazos de «YLS».

La historia terminaría considerando un clásico de su época una obra que contenía temas como ‘I need lunch’, el canto nihilista de ‘Not anymore’, la incorrección de ‘Caught with the meat in your mouth’ o ese ‘What love is’ con un estribillo en el que Bators no canta, escupe. Tras un segundo disco que bajó el listón, principalmente por culpa de una producción que intentaba amansar a las fieras, llegó la disolución.

La New Wave se comía a los chicos del punk y Stiv Bators intentó domesticarse y comenzó los ochenta con excelentes pepinazos power-pop editados por Bomp. Más tarde, formó The Lords of The New Church en las islas. Allí disfrutó de lo más parecido al éxito que pudo saborear en vida.

Pero la influencia de Iggy Pop no la llevó hasta el final. En algún momento se debió de perder una lección de esas que te llevan a estar musculoso, sano y anunciando tónica cerca de los 70 tras haberte castigado todo lo castigable en tu juventud. El caso es que Stiv nunca levantó el pie. Irónicamente y tras jugarse el pellejo tantas veces, fallecería en París, atropellado, al comienzo de la década de los noventa cuando trataba de reconstruir otra vez su vida junto a su novia Caroline.

Anterior entrega de Operación rescate: “Everything”, de The Bangles

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