Operación rescate: The Blue Nile

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“Refulge como el primer día. Con todo su duende intacto. Con su huesuda y emocionante austeridad sin mancillar. Sí, el ‘paseo por los tejados’ con el que debutó el trío escocés en 1983 es uno de esos álbumes para cuya no adquisición no hay excusa”

The Blue Nile
“A walk across the rooftops”
LINN RECORDS, 1983

 

Texto: CARLOS PÉREZ DE ZIRIZA.

 

El Nilo Azul. La más bendita anomalía del pop británico de las últimas tres décadas. Eones entra cada uno de sus discos. Escasísimas giras. Rácana presencia en los medios. Y un diamante que, entre sus cuatro entregas espaciadas a lo largo de casi treinta años, refulge como el primer día. Con todo su duende intacto. Con su huesuda y emocionante austeridad sin mancillar. Sí, el «paseo por los tejados» con el que debutó el trío escocés en 1983 es uno de esos álbumes para cuya no adquisición no hay excusa, de tantas veces como ha sido rebajado su precio (en vinilo y en CD) en esas series medias tan habituales en grandes superficies y ferias de discos.

Percusiones insospechadas (sobre todo las del tema titular), detalles de cuerda que quitan el hipo, toscas cajas de ritmos, pianos crepusculares, gráciles xilofones, ecos de ventiscas y, por encima de todo, la inconfundible voz de Paul Buchanan. Una voz que no es que suene melancólica. Es que «es» la melancolía.

Esos eran sus mimbres. Todo tan aparentemente espontáneo y casual como la génesis que alumbró el disco: la compañía escocesa de equipos de alta fidelidad Linn Electronics quería una «demo track» para probar el funcionamiento de su nuevo equipo de grabación en 1983. El ingeniero de sonido Calum Malcolm, amigo de la banda (responsable, entre muchos otros trabajos, de la puesta al día de la última remesa de temas editados por Paddy McAloon para sus Prefab Sprout, los del «Let’s change the world with music» de hace dos años) hizo de intermediario. ‘A walk across the rooftops’ (el tema) fue la canción escogida. Dada la brillantez del resultado, prácticamente de la nada acabaron surgiendo un sello que hasta entonces no existía (Linn Records), una banda que aún no tenía forma y un álbum tan singular como el que glosamos.

En el que, por encima de sus ingredientes, priman siete composiciones celestiales en poco más de media hora. Pese a su evidente uso de la tecnología, no es synth pop. Pese a su punzante aflicción sentimental, no es proto indie. Pese a su afable comercialidad (esa maravillosa ‘Tinseltown in the rain’ que hasta el más despistado tiene que haber escuchado alguna vez) no es rock adulto en su sentido más execrable. Y, pese al reconocible y tradicional formato de sus composiciones, tampoco puede llamarse estrictamente pop a una colección de canciones cuya duración apenas baja de los cinco minutos. Así que, como todo lo que pueda decirse es poco para hacerle justicia, háganse el favor de agenciárselo si no lo conocen (si ya lo tienen, concederán que recuperarlo de cuando en cuando certifica que no envejece mal). Se quedará con ustedes para siempre.

Y teniendo en cuenta el creciente lapso entre cada una de sus entregas (seis años entre su debut y su segundo álbum; siete entre el segundo y el tercero; ocho entre el tercero y el cuarto, publicado en 2004), aún llegarán a tiempo de que, siguiendo tal cadencia, allá para 2013 Paul Buchanan aparque sus presuntas diferencias con Robert Bell y se decida a regalarnos la quinta entrega de tan libérrima y fascinante travesía.

Anterior entrega de Operación rescate: Los Sirex.

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