Operación rescate: Quique González

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«Era un fogonazo, por su cálida voz rasgada, por la fuerza musical, por esas letras en las que se destapaba un tipo con ganas de contar cosas, de narrar, y además sabe cómo hacerlo, tiene los recursos para ello»

 

Quique González
«Personal»
POLYDOR/UNIVERSAL, 1998

 

Texto: JUAN PUCHADES.

 

Miro la fecha de edición de este disco y ¡veo que han pasado catorce años! Sin embargo parece que fue ayer cuando una reseña de Diego A. Manrique publicada en «Tentaciones» me puso en la pista de este joven (25 años) y greñudo rockero madrileño que era algo así como la gran (pero desconocida) esperanza del rock español.

Es verdad que los críticos musicales tenemos tendencia a dejarnos llevar por los primeros discos, por esos destellos enérgicos que el músico (el compositor y el intérprete en el caso que nos trae aquí) vuelca en su debut, en el que generalmente quiere contar muchas cosas en poco espacio, lo hace con urgencia y tiene un buen número de canciones sobre las que trabajar. Es la magia de los estrenos (que no siempre funciona, por supuesto), es cierto, pero no lo es menos que «Personal», en aquella primavera de 1998 (en la que, ¡vamos con los recuerdos personales!, algunos andábamos entre Madrid y Valencia diseñando cómo sería el EFE EME que pondríamos en la calle en noviembre; la carrera de Quique González y la de esta publicación siempre han seguido caminos paralelos), era un fogonazo, por su cálida voz rasgada, por la fuerza musical, por esas letras en las que se destapaba como alguien que tiene ganas de contar cosas, de narrar, y además sabe cómo hacerlo, pues tiene los recursos para ello.

Hoy «Personal», si uno conoce la obra y evolución posterior de Quique González queda, ciertamente, lejísimos, como a años de luz del cancionista (como él gusta definirse) en que se ha transformado, esa suerte de intocable héroe de culto para muchos (y no sabe nadie cómo me alegro de ello). Pero… ummm… este disco es muy especial, casi como una rareza en su obra, pues el siguiente, el torrencial «Salitre 48», uniría dos mundos: este primero, marcadamente rockero, y otro menos rítmico y más intimista con el que abría la puerta a todo lo que vendría después.

Pero «Personal» sigue aquí, recordado como lo que fue, «la revelación». El disco en el que mostraba su gusto por la escuela rockera de, pongamos por caso, Tom Petty, pero que en las letras (callejeras, vividas, originales, emocionantes) dejaba ver influencias de Sabina (los primeros versos de ‘A veces se me olvida’ no pueden ni quieren negar la fuente de la que beben) o de Enrique Urquijo (que fue su mentor, su amigo, en los primeros tiempos), pero, sobre todo, Quique sonaba a Quique, que ya es difícil en un estreno, pero eso es lo que diferencia a los elegidos.

‘Personal’, ‘Cuando éramos reyes’ (yo echo de menos esta furia contagiosa en sus discos actuales), ‘De tanto que lo intenté’ («con las manos manchadas de barrio» es una de las frases más lúcidas y entrañables de un repertorio que deja unas cuantas), ‘Con vistas al mar’, ‘El contestador’, ‘Fito’ (una delicia inspirada por Fito Páez) son de lo mejor de un disco sin minutos de relleno, pero sobre todas ellas vuela muy alto ‘Y los conserjes de noche’, porque ahí estaba ya el gigante, el de las canciones que son puñales clavados en el corazón, el narrador que sabía observar y hacer grandes las pequeñas historias para volcarlas en una canción perfecta.

Si uno gustaba de fijarse en los créditos, en los de «Personal» se podía leer que de la (excelente) producción se encargaba un desconocido Carlos Raya (al que nadie relacionábamos por entonces con los heavys Sangre Azul) y y que en los coros estaba un tal José Nortes (integrante en aquel tiempo de los Bolivians). ¡González, Raya y Nortes! Con este disco la historia del rock español estaba abriendo un capítulo decisivo, que se iría escribiendo (y aún lo sigue haciendo) en el nuevo siglo.

Sí, este es un disco «personal e intransferible».

Anterior entrega de Operación rescate: Asfalto.

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